Cuando la Marmota finalmente pudo confesarse conmigo (en un partido de la Copa América), la noticia de que tenía un hijo con otra mujer me causó sorpresa e indignación.
Fueron 2 días en los que no lo pude creer y mi sistema no podía procesar el hecho de que una mujer como yo (amorosa, empática, hermosa y que además había tenido dos hijos suyos) estuviera pasando por una trama que parecía más bien sacada de una telenovela pues la señora con quien terminó liado era su empleada, ni más ni menos.
A partir de ese momento todo estaba ya dicho y hecho, lo difícil fue decírselo a las criaturas y por supuesto, sanar... Sanar, llorar y callar, pues no es muy bien visto que una mujer ande ventilando sus sentimientos u opiniones que tienen que ver con las fallas del sexo opuesto.
El señor tuvo una relación fuera de matrimonio y posteriormente tuvo un hijo. No es algo que yo deje pasar, no estoy hecha de esa madera.
Hoy quiero liberarme de esa carga, pues no nos debemos nada y la relación de respeto que yo procuré en todo momento, al parecer no es lo que el señor prefiere, así que dejaré de guardar "secretos a voces", me libero de la importancia de la opinión ajena. Esto ya no es mío.
Luego pasó lo de Carlos...
Cuando Carlos decidió aparecer en mi vida, lo hizo en una época donde yo estuve vulnerable. Me bombardeó de amor rápidamente y despertó la bomba que yo tenía guardada. Yo iba por la segunda mitad de mis treinta años y lo recuerdo perfectamente: lo suficientemente joven pero madura, llena de energía para el trabajo que adoraba, para llegar con mis hijos y desbordarme, para tener una relación tan intensa con él. Y yo sentí que florecía, que había vida saliendo por cada poro de mi ser, que finalmente había conocido el amor incondicional. En fin, una tiene que aprender a resignificar su vida una y otra vez.
Cuando Carlos decidió desaparecer de mi vida lo hizo con una especie de berrinche incriminatorio: me acusaba de infiel (?), de ser una coqueta (¡), de ser "demasiado sexy, demasiado inteligente, astuta, extrovertida, amistosa y ambiciosa", (¡órale!, ni en drogas hubiera pensado de mi en esos términos).
A lo largo de la relación hubo muchísimos roces: a mi me iba cada vez mejor en el trabajo y tenía más proyección en la empresa, contrario a él que había sido despedido del trabajo; amaba y educaba a mis hijos con mucha consistencia y aún tenía espacio para amar a sus hijos sin que ellos quisieran amarme a mi y traté de estar a su lado en la salud y la enfermedad, cuando le diagnosticaron diabetes y su gastritis iba empeorando su vida cada vez más. No podía darme cuenta que yo tenía una relación con una persona que tiene un trastorno de la personalidad narcisista, al que mi vida feliz le producía envidia y que la única manera de desquitarse era tratando de anularme, acusándome de lo que seguramente él mismo hacía y dándome un tratamiento de silencio para volverme loca (más).
Así que tomé valor, mucho valor y finalmente le cerré la puerta. Claro que dolió; dolió no verlo regresar a tratar de cambiar por mi, a tratar de arreglar la relación para hacerme feliz y dolió aprender que eso que acabo de escribir es imposible de pedir y de dar. El amor no duele, el amor fluye y no se forza.
Me libero de la vergüenza que me daba sentirme una víctima; me libero de lo que él pueda pensar y opinar de mi. Sigo adelante con mi vida, estoy en paz conmigo misma. Esto tampoco es mío.
Y finalmente la separación de mi anterior trabajo...
En una charla expresé que el proceso que viví fue muy difícil porque estuvieron implicadas más emociones que razones y también ya estoy harta de cargar con un estigma sobre lo que pasó.
Así que hoy me libero también de esa carga innecesaria que yo no pedí y que no estuvo en mis manos parar:
Desde que retomé mi carrera, trabajé bajo sus órdenes; siempre estuve agradecida por la oportunidad que me brindaba para aprender una nueva rama del Derecho y por poder llevar un sustento a mi casa. Básicamente.
Tonta no soy, sin embargo soy muy leal y jamás se me ocurrió tumbarle la chamba para yo destacar y lograr cosas. Sabía muy bien que el único crecimiento que tendría sería si yo ocupara su lugar o si me cambiaba de empresa. Soy leal, ya lo dije y amaba mi trabajo, también ya lo dije.
Así que día tras día di lo mejor de mi y el día en que la Alta Dirección decidió dividir el grupo y que cada quien se llevara sus canicas, yo fui la elegida para quedarse. Sí, así es; desde el día uno el bando Tintorera me dijo que yo sería la nueva gerente legal y que mi puesto era el único contemplado. El detalle de todo esto es que se me pidió guardar silencio y no decir absolutamente nada.
Por un lado, tenía una excelente oportunidad para crecer, por el otro lado tenía una futura ex jefa a la que no se le estaba tratando dignamente, con toda la connotación emocional (de su parte) que eso trajo.
Al día tres de la noticia, el bando Porco me pidió que me uniera a ellos: que habían visto mi crecimiento y mi capacidad. ¡Cielos!, fue muy difícil... era literalmente decidir irme con mamá o con papá amándolos a ambos.
Y entonces todo fue un caos: no podía decir nada, no podía fingir que no estaba en un momento crucial de mi vida, no podía alegrarme por mi situación dorada y no poder gritar a los 4 vientos que mi felicidad. Y por lo tanto, soplarme el proceso de desilusión, desvinculación, maltrato y tortura que vivía mi amiga-jefa, cargando con su amargura, sus sospechas, su mala vibra, su infantilismo, sus traumas existenciales y su poca empatía hacia mi pues en cuanto supo mi destino, dejó de hablarme.
Yo creo que Nancy Pelosi y su visita a Taiwán es poco para describir lo que fue la entrega de mi puesto al bando Tintorera; tuve que hacer muchas alianzas con gente clave considerada "enemiga" y a ojos de los colaboradores más simples, yo he estado haciendo un doble juego y me han dado un trato de "traidora". Todos trasladaron sus simpatías hacia la ex jefa, hacia aquellos con los que "el enemigo" se había mostrado implacable y ha sido duro y difícil para mi porque soy "Miss Simpatía", la neta.
Sin embargo, de esta también voy a salir como la digna hija de Eva que soy (es que así se llama mi mamá): altanera, preciosa y orgullosa.
Porque tengo un par de hijos maravillosos que podrán ver a su mamá histérica, gruñona o triste, pero no derrotada. Porque mi corazón de mujer ha llorado con las estúpidas pero precisas canciones de José José y las heridas han cicatrizado. Porque claro que me siento orgullosa de que se me reconozca la labor legal que he realizado a lo largo de estos años, imprimiéndole mi toque personal para que las cosas se logren. Claro que merezco esa Dirección y merezco los frutos que en su momento coseche.
No quiero seguir cargando con esto, ni esconder mis cicatrices ni justificarme.
Quiero lo que tú y los demás quieren: existir en paz y con propósito; ser feliz sin hacer daño a los demás; dejar un legado valioso para los seres amados.
También quiero café con pan sin seguir engordando; quiero que mis hijos se comporten a la mesa cuando salimos de paseo y quiero un amor bonito. Uno que no esté jugando juegos de poder, jugando al misterio o a la seducción sin sentido.
Merezco dejar esta carga aquí y no volver la vista atrás.