domingo, 21 de agosto de 2022

Maternar es renunciar.

 Culpo a las siete veces que presenté el examen extraordinario de Física III de la confusión y miedo que actualmente se ha apoderado de mi.

Y no la culpo porque en las séis veces en las que reprobé dicho examen mi autoestima (y los permisos para las fiestitas) se fueran por el caño, sino porque con cada oportunidad, perfeccioné mi conocimiento en la Física clásica -donde, según el estado actual de un objeto, se puede predecir relativamente fácil su comportamiento en el futuro-  y nunca, pero nunca tomé en cuenta a la teoría del caos, donde ¡oh sí!, toda visión determinista se cuestiona: no todo es previsible ni funciona como reloj suizo... como yo hubiera esperado que fueran mis casi 42 años.

¡Demonios!

Estoy frita, queridos menos cinco lectores de siempre. Frita como la patata de la historia.

Estoy por cambiar a Alondra a una escuela cerca de mi trabajo, ese trabajo soñado que desempeño en las muy lejanas tierras de Polanco. Estoy dando el señorazo con todo su esplendor y no se cómo hilar estos pensamientos nadaqueverientos de manera que pueda explicar el enorme caos que reside en mi cerebro.

Pues ya, como va:

Mi trabajo era el último bastión insurgente donde mi rebeldía juvenil y mi encanto personal vivían felizmente. Era el espacio donde yo podía ser una femme fatal o una godínez regordeta y malhumorada, que de repente se le ocurría bajar por un postre a la cocina, con el cual el chef Irwin podía reivindicarse tras una fallida revisión de cocina con apego a la NOM 251. El páramo donde podía reír y aplaudir como foca al mismo tiempo con las bromas contables y soportar los regaños de mi adorado jefe (sin sarcasmo, en realidad adoro a mi jefe) por no saberme de memoria los preceptos legales de la Ley de Sociedades Mercantiles (es que ¡chale! eso no lo vi venir, jefito).

Era el último lugar donde no sentía que la maternidad me tenía copada, atada y amarrada.

*Llora en silencio.

No me malinterpreten, amo a mis hijos con pasión, sabiduría y entusiasmo. Simplemente que me sigo amando muchísimo y no se amar a medias. No he aprendido aún amar en pausas, en horarios ni en espacios definidos. 

No se cómo explicarme que la maternidad se volvió una cita ineludible y que ahora tengo que aprender a compartir mi espacio con mi rol de madre...

Muchas veces lo vi con mi mamá en sus trabajos: ella era la misma en casa y en su oficina (probablemente menos enojona y pegalona en su trabajo... jum). Eso me daba una falsa seguridad, pero esa es otra historia.

Recuerdo a la mamá de Cristina, una compañera de 5° de primaria, quien una vez me invitó a su casa después de clases para ayudarla a estudiar. Su abuela pasó por nosotras, nos fuimos caminando hasta la calle de Gabino Barreda y subimos a un departamento impecablemente hermoso. Me lo mostró en secciones "mi cuarto, el de mi hermana, la cocina, la cantina, el cuarto de mis papás, el baño y clóset de mi mamá..." A la hora llegó su papá y lo primero que hizo fue preguntarle a la señora grande por la madre. Silencio incómodo y portazo del padre. Poco antes de irme, llegó la mamá y fui presentada. Nerviosa, la mamá me dio los "mucho gusto" y procedió rauda y veloz a entrar en su clóset. Salió vestida completamente diferente a como había llegado (traía vestido corto, ajustado y con un escote discreto. Al salir, usaba un vestido tipo bata. Ugh). Mi amiga Cristina me dijo en secreto "es que a mi papá no le gusta que se ponga ese vestido". Yo, en espíritu, soy la mamá de Cristina (quien por cierto reprobó 5° al tiempo que sus papás se divorciaban), solo que mis vestidos cortos no son censurados por el cavernario esposo, sino por mi concepto martirizante de la maternidad.

De nuevo, no son mis hijos; es la cadena formada por las obligaciones que solamente afrontaré yo, son las cajas de petri bajo las cuales mis habilidades maternas son observadas al detalle y mis actos juzgados con rigor absoluto. 

Probablemente aquí es donde tomo mi maleta, me bajo del tren y despido todo ese mundo interior haciendo olas con mi mano derecha, la que uso para escribir.

No se quién seré después de salir de esta tormenta, solo se que, como dice Murakami, no seré la misma mujer que fui cuando entré en ella.

Exactamente como hace 6 años.

Pero ya no tengo 36...



 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ay comadrita... Te entiendo perfecto yo ahora tendre que tomar mi hora de comida para recoger a Mateo y llevarlo a la oficina... él tendrá que estar conmigo hasta que termine mi jornada

Anónimo dijo...

Me parece que las condiciones sociales y materiales limitan y oprimen en buena parte el ser mujer y encima la pseudo decisión de ser madre lo complejiza aún más. Se hace necesario salir del cautiverio, reinventar nuestras propias formas de ser y desmitificar aquella madre abnegada y sacrificada