viernes, 27 de mayo de 2016

El interior...

Todo lo que importa es el interior.
Así es.
Todo lo que trasluce al mundo desde tu ser interno es lo más importante. Claro, hay y habrá miopes de la belleza interna que no notarán lo hermoso que eres pero no importa. Aquí lo que interesa es que tu interior sea lo más hermoso que hayas visto y sentido.
Por eso yo creo que soy una mala persona con los demás, porque mi interior es tan simple y pasado de moda como calzones de abuela y yo lo atribuyo a que en quinto de primaria, mi mamá no me dejó comprarme unos calzoncitos tipo bikini, de lo que sin ser tanga, tenían unos lacitos a los costados, ¿ya ubican, pervertidos?
Eran negros y eran de encaje. Yo creo que mi santa madre pensó que eran too soft porno para la inocencia de su querida bodoca, así que dijo que nel y me compró unos calzones horribles de gatita bombero, con ¡olanes de encaje de varios colores! ¿ya ubican, pervertidos?
Así que desde ese instante mi mentecita colapsó, quedando dividida en dos corrientes: las niñas malas usan calzones del diablo y les va mal y las niñas buenas usamos calzones de gatita bombero y nos vamos al cielo. Si quería tener contenta a mi mamá, debía usar calzones amarillos, rosas, azules y verdes, enormes y lisos. Porque si me atrevía a usar “los prohibidos”, sencillamente me deshijaría.
Y así crecí, peligrosamente para el mundo, llena de resentimiento por no poder usar encaje y satín y lacitos porque eso era de “perdidas”… lo peor del caso es que mi mamá ni siquiera sabía de toda esta lucha que sucedía en mi cabeza, pues lo único que en realidad hizo fue negarse a comprarme unos bikinis que no eran ni de la talla ni del material adecuado para mi edad. Creo que era la época en la que me escondía para leer sus “Cosmopólitan” y de ahí habré quedado erotizada para siempre con la lencería, con el consabido trauma de no poder exteriorizarlo y quedar con un hueco de por vida… bueno, no tanto.
Cuando crecí y literalmente “aprendí a lavar mis calzones” (frase que todas las madres usan para denotar tu falta de madurez, preparación, buen juicio para gobernarte y mandarte tú solo ó como chantaje para que no hagas cosas del tipo: tener novio, fumar, echar pasión, todas las anteriores), me aseguré de tener la ropa interior más perversa que mi presupuesto pudiera costear. Curiosamente los hombres piensan que una se viste para ellos, pero en realidad es totalmente falso. Una se viste para gustarse a sí misma y de ese encanto personal, una toma fuerza para enfrentarse al mundo y hacer sentir su presencia. Por ello es que aseguro que lo más importante de uno mismo es el interior… o se, la ropa interior. No es posible sacar esa inteligencia animal que necesitas para cerrar una negociación cuando tu interior es un calzón beige deshilado, que únicamente comunica lo triste que es tu vida cuando no tienes la curiosidad de adornar y consentir a la persona más importante del mundo: ¡TÚ!
Claro, se entiende que no siempre seré la candente mujer envuelta en encaje que espera sacar las garras para defender su esencia; a veces será suficiente con ser un calzón alto francés que se siente cómoda envuelta en un suéter, con una taza de café en la mano y 5 minutos de lectura (lo que dura Peppa Pig, maldita sea) y estará bien. También eso estará bien…
Al menos eso es lo que me digo diariamente, cuando mis viejos calzones me sonríen maldosamente a sabiendas que serán los que use durante un muy laaaaargo tiempo.
Jajajaja…


viernes, 20 de mayo de 2016

AU-REVOIR...

Di'un vez, mi reina, di'un vez...


Digo adiós.
Así es, he tratado de darle mil explicaciones y salidas elegantes a lo que sinceramente era ya un secreto a voces pero... ahora creo que es tiempo de darle vuelta a la página, oxigenar el cerebro y decir adiós.
¡PÉRENSE, TODAVÍA NO AVIENTEN LOS JITOMATAZOS!

Sí, digo adiós pero no a La Gatería; es un adiós a la persona que inició éste Blog y que sinceramente después de casi nueve años, dos hijos y un intento de divorcio ya no es la misma.
Le doy las gracias a la mujer que vino CASI cada semana a tratar de explicarse a sí misma cómo giraba el mundo y las situaciones que le tocó vivir, en el periodo en que se dio la oportunidad de apartarse un poco del mismo y explorar la maternidad. Para mi es casi esquizofrénico tratar de seguir actuando y sintiéndome igual que siempre cuando en realidad todo ha cambiado...
Cuando comencé a escribir aquí, tenía la palabra MIEDO tatuada entre las cejas. Estaba a dos minutos de convertirme en madre y ya llevaba quince jugando a la casita con Marmota, averiguando de qué se trataba la vida en pareja y chillando de desesperación por no saber quién debía ser en ese momento. Así que dediqué unos buenos años a la casa, jugando y educando a un precioso Matius y a escribir sobre ello. Puedo decir orgullosamente que en realidad hice mi chamba en el departamento de maternidad: leí libros al respecto, fui a cursos, me chuté todas las fiestas de cumpleaños, festivales, citas para quedar a jugar, tareas, berrinches y maratones de besos y me siento satisfecha. Pero en realidad el camino que una se traza desde el principio -conscientemente o no- y del que me encontraba medio desviada, tarde o temprano nos llama a regresar a él y en mi caso particular sentía que ya había renunciado al Derecho, pero parece que el Derecho no había renunciado a mi. Nunca, ni en mis momentos más oscuros pude imaginar que volvería a trabajar y volvería a consultar leyes y jurisprudencias, capacitaría gente, trataría con proveedores, me sentiría útil y redituarían esas horas en las que García Maynez me hacía llorar de pura pinche impotencia (y también de puro pinche burra).
Honestamente ya no quiero seguir masticando las razones por las que regresé a trabajar; ya no quiero analizar si fue bueno o malo, si duele o no. Hay que amar lo que es porque sencillamente lidiar contra la realidad es darse de topes en el cristal de la existencia y yo creo que me he dado demasiados golpes que ahora merezco ponerme atención y mimos.
...Y también se que no puedo quedarme callada, que hay todo un mundo en mi interior, nuevas ideas que quiero explorar y que también merecen ser contadas desde una perspectiva muy pero muy distinta: la de Dana, la mujer que no es esposa ni madre ni hija ni amiga ni socia de nadie. Para mi, ese es todo un reto, el conocer a ésta mujer que está recibiendo mil estímulos en cada segundo y que debe procesarlos rápidamente sin confundirse ni equivocarse... No quiero pensarme como "soltera" o "casada"... no quiero sentirme como una madre agotada que llega al trabajo a quejarse de los pañales y la sopa, pero tampoco quiero desvincularme al extremo. Quiero sentir sin culpa esas miradas curiosas que ahora cacho en la calle y pasar airosa, sabiendo que el amor y la confianza están depositados en un cofre valioso que me espera en casa.
O sea que, quiero todo de nuevo... pero con ésta nueva piel.
Lo que escriba de ahora en adelante podrá escandalizarlos o simplemente intrigarlos más; la decisión que tomen hónrenla en lo más profundo de su ser y no dejen que nadie les diga quiénes ser y cómo vivir.
Yo estoy encontrando mi lugar, aún lloro y aún me cuesta aceptar lo que es en muchos sentidos.
Pero se que estoy cada día más feliz conmigo misma, no con mis circunstancias ni mis posesiones...
Tan solo soy la chica con dientes de conejo que arruga la nariz cada que ríe ante las monerías de sus niños... o ante la mirada penetrante de alguien que la está descubriendo por primera vez...
Vivo, respiro... ¡esto es maravilloso!