domingo, 31 de octubre de 2021

Ventanas...

 La melancolía tiene maneras extrañas de colarse en domingo.

No sé si es porque octubre se despide sin dejar mucho o quizás porque lo dejó todo sobre la mesa y es un menú que no me gusta. Remilgosa que soy, de veras.

O tal vez es porque me asomé un poco más a la ventana del vecino, aquella que anteriormente tenía una cortinita y sin esperarlo, sin saberlo, sin sospecharlo siquiera, se me hizo pasita el corazón. Sentí su melancolía, me vestí con ella y yo simplemente quisiera correr a abrazarlo, sin pensar en que los tiempos han corrido de manera paralela. 


No tengo mucho; en verdad no tengo mucho. Excepto un corazón y una ternura que se me desborda por los ojos a caudales.







lunes, 25 de octubre de 2021

Santo Domingo.

 ¿Cuándo iba a imaginar que los domingos estarían llenos de masa para hotcakes, niño-oruga en su capullo hasta las 14:00 p.m., una pelota de "buncheems" impactando mi ojo a velocidades sorprendentes para objetos que no están destinados a ser golpeados por un bat de baseball (¡pero qué batazo de hit el de Alondra, la neta!) y cambios de macetas? ¡Y todavía hay gente que se atreve a criticar la maternidad ajena!.

A eso súmenle el improvisar disfraces de piratas, adornos de calaveras, una niña que berrea porque quiere llevar un pan de muerto familiar a la ofrenda de su escuela, un niño que prefiere ver videos de cocina a los de sus amiguitas en Tik Tok (o eso parece) y una casa que se niega a conservar el orden y la limpieza por dos segundos... (de los tambaches de ropa sucia ni hablamos), en serio, yo no sé qué haría con mi vida si tuviera tiempo para planteármela.

Cada vez siento que mi espacio personal se ve reducido a solo un chance de postear una foto con linda musica y decir "heeeey, what's up you!" y eso a medias, toda correteada por la agenda de un par de criaturas lindas y hermosas pero jodonas como ellas solas.

Bueno, bueno... tampoco es para tanto.

Digo, la vida ya se encargó de abrirme un hueco que solía ser el "tiempo de pareja" y por ahí de repente me escapo para ver mi serie sueca, la serie danesa a la que todavía no le agarro la onda y leer dos páginas seguidas de mis libros de buró.

A veces se gana cuando se pierde, ¿no?


miércoles, 20 de octubre de 2021

Miércoles de intolerancia a la realidad.

Hoy sentí una insatisfacción muy puntual mientras hacía la fila en el área contenciosa del Instituto de la Propiedad Industrial. Fue la insatisfacción de estar precisamente existiendo en ese momento sin un propósito trascendental: solo esperando a que las habilidades motoras y cognitivas de los sujetos remunerados para tomar mis  documentos y sellarlos alcanzaran su máximo cenit y me atendieran sin dilación.

Era eso o pasar la vergüenza de ser regañada por Alondra al recogerla tarde -tardísimo- de la escuela.

El trauma de ser el último niño de la guardería es algo que no se quita nunca, tal como lo es el ser la única niña de primero que no sabe abrocharse las agujetas, o la que no alcanza a comprar en la cooperativa a tiempo, o la que nunca escogen para las obras de teatro, o a la que le endilgaban responsabilidades afectivas desde edad temprana y por ello desarrolló codependencia. Hablo de mi, por supuesto. ¿De qué hablas? ¡Alondra es una súper estrella!.

Hay días así, ¿no? Trabajas durísimo en construir un castillo de arena y sin más, llega la gran ola de Hokusai y se lo lleva.

Castillos de arena de ilusión por un aumento, castillos de arena de lograr que tu pibe coma las verduras, castillos de arena de querer encontrarle un significado dhármico en medio de un bajón emocional.

Ya una no sabe si son las hormonas, si es la falta de oxigenación por el cubrebocas, si es la dosis equivocada del xanax... Hablando del cubrebocas: de niña se me hacía super cool traer cubrebocas. Me encantó ir al dentista y no haber conocido jamás su cara completa porque siempre traían el cubrebocas, a excepción del Dr. Jordan de la clínica Pablo Funtanet porque nunca se lo ponía ¡wooow!, era muuuy guapo. Me dejé enlatar la boca sin quejarme pues no quería que pensara que aparte de dientona, era una puberta llorona (lo sigo siendo, Doctor, solo que en el cuerpo de una señora de cuarenta y uno). Cuarenta y uno, caray!

¿Qué habrá sido del doctor Jordan?, ¿Los jóvenes siguen diciendo "¡te debrayaste!"?, ¿Quién vivirá ahora en las casas que habité?, ¿Se me quitarán las ganas de adoptar un gato?, ¿Sigues mirando a la luna como yo?

Sip, son las hormonas.

Sale, bye.


domingo, 17 de octubre de 2021

Escritos de madrugada.

 

Son las 23:43 del sábado y según Facebook, un día como hoy de hace dos años me encontraba muy contenta de la mano del que en ese momento era el amor de mi vida versión 2.0, disfrutando de una tostada de pata y unos pulques (not).

Pero después de dos años, el 16 de octubre me encuentra dejando -¡por fin!- dormidos a los niños que viven en mi casa, molidísima después de un día completo de padecerlos y aquietarlos con un poco de pizza y jugo. La madre del año, ya sé.

Y mi mente divaga… cuando tuve la edad de Alo mis papás tenían 26 y 25 años respectivamente, acabábamos de mudarnos a la Avenida Insurgentes y todo el día se la pasaban escuchando “Antología” de Silvio Rodríguez, Inti Illimani (desde esa época ya coreaba aquello de “el pueblo unido jamás será vencido… de pieeee cantar, que vamos a triunfar, avanzan ya banderas de unidad y tuuuuú vendrás marchando junto a mí y así verás tu canto y tu bandera florecer…” or something like that.) y ya cuando recordaban que una infante vivía en ese depa, ponían a los hermanos Rincón y su “Niño Robot” o ya de perdis, a “Cri-Cri”. Leía a Mafalda y cuando quería hablar de ella con mis amiguitas de la primaria, no entendían cómo eso tenía que ver con “Rosa Salvaje”. No sentía que pertenecía a algo.

Cuando tuve la edad del Matius, mis papás tenían 33 y 32 años respectivamente, aún vivíamos en Avenida Insurgentes y la adolescencia me tenía podrida. Seguía sin encontrar mi lugar en el mundo, a excepción de las horas en la Biblioteca de la escuela o en mi clase de Danza, donde era la única niña que usaba zapatillas de Ballet y las demás usaban las que vendían en “Casa Rosita”, en el mercado de San Cosme. Lo escribo porque nadie me dio un premio por eso, ni mis bonos subieron por saber hacer “pliés” antes de saltar y caer sin hacer ruido. Nop, nada.

Y es entonces que me encuentro escribiendo esto en una madrugada que solía estar intoxicada de “quemaditos” de Matusalem y muchas risas grabadas. Escribir a veces exorciza y hoy como que se antoja echarse un padre nuestro para acallar demonios que no dejan disfrutar de la soledad de la noche con sabor a café.

No siento que encuentro mi lugar en el mundo aún, sin embargo creo que la tranquilidad de un par de respiraciones acompasadas e inocentes son más de lo que puedo desear por el momento.

A la lista de "Cosas ya de por sí raras en mi" yo le añadiría: 'Escribo'.

¿Algún día me atreveré a escribir para acabar de una maldita vez con esta urticaria?

Como dicen Los Bunkers: “Lo intento todo para ser mejor de lo que fui, no hay nada nuevo bajo el sol, y escombros de un amor que pueda recoger. No tengo nada que esconder”…

Mejor, capaz que Hacienda está leyendo esto y se le ocurre una bendita auditoría emocional, jajaja.

Abur!