lunes, 18 de marzo de 2013

Tic Tac, Tic Tac...

Así se escucha un reloj muy mío, muy personal que me ha ido dictando varios tiempos a lo largo de mi vida.
Me ha dicho cuándo ha sido buena época para sembrar patatas y cuando es tiempo de deshierbar amistades no gratas.
También ha influido a la hora de tener un hijo o una mascota; cuál es el mejor momento para plantar un narciso y cuándo darle un poco de aire a ciertas personas.
En estos momentos el "tic tac" empieza a sonar en la "Hora de que a Matius le gusten las niñas" y por muchos libros y manuales sobre maternidad, creo que nada te prepara para el momento en el que una inocente doblada de ropa se convierte en un tintineante interrogatorio sobre el noviazgo. ¡La Pucha!
Bueno, ¿qué esperaba yo de un hijo mío? ¿Que fuera un dulce gatito toda su vida? Si a alguien aplican los dichos comparativos es a Matius y para que nadie tenga el placer de restregármelos en mi cara, puedo enunciarlos perfectamente y sin tapujos: "La cabra tira al monte", "De tal palo, tal astilla", "Hijo de tigre: pintito (aunque todos sabemos que los tigres no son "pintos" sino "rayados"). En fin...
Creo que ya me llegó el momento de conocer aquella sensación incómoda que mis sancrosantos padres han experimentado desde el día que inicié las clases en el Preescolar e Israelito era mi crush, hasta el día en que les dije "mamá, papá: su próximo yerno es una Marmota". ¡O sea!
Estabamos tranquilamente el Matius y yo doblando ropa, platicando sobre la pasada "Noche de esctrellas", cuando a mi se me ocurre decirle que al próximo baile le pida a su Miss que lo ponga de pareja con Chana, Juana o Mengana; en eso Matius muy naturalmente me dijo "Ay no, mamá. Con Mengana no porque a mi me gusta Chana y Juana" ... ¡CHAAAAAN CHAAAAAÁN!
Como consecuencia, tragué saliva y livianamente le pregunté lo que le gustaba de aquellas dos pibetas.
De Chana le gustan sus cachetes y de Juana sus dientes.
Conclusión: que tal vez lo que le gusta al Matius es que las dos chicas se ríen muy bonito, tanto que una enseña sus dientes y a la otra se le marcan "las manzanas".
Como sea, es... una sensación rara y se que a partir de este momento, veré a mi hijito como un humano que aprecia la belleza en otro humano y lo exterioriza, lo cual me lleva de nuevo a reconsiderar a mis padres y lo que ellos tuvieron que pasar con mis aventuras románticas.
Ahora entiendo lo que debieron sentir cuando les llegaba con la noticia de un novio nuevo, lo que debió ser el ir conociendo poco a poco al rufián que robaba besos a su hijita en las escaleras del condominio, lo doloroso de ver partir a algunos (ya que les habían tomado por lo menos confianza) o el suspiro de alivio que lanzaban al ver partir a otros...
Por lo pronto y desde el momento en que conocí de los gustos de mi hijo, lancé la advertencia que toda madre abnegada lanza a sus vástagos: "¡Nada más la embarazas y vas a ver!" ... Ja!, claro que no, eso no.
Le dije que eso de los novios y las novias, a su edad, era algo aburrido pues si tenía una novia, tendría que trabajar para invitarle sus chicles en la coope y hacerle sus tareas.
Matius, codo y sin mucho ánimo de trabajar el doble, se lo está pensando un poco más.
Por lo pronto, el tic tac se escucha cada vez más cerca...

viernes, 15 de marzo de 2013

Vengan a mi reventón...

Hagamos de cuenta que mis menos cinco lectores de siempre no tienen reclamos que expresar y yo no tengo excusas que dar (porque en serio, no tengo) y saludémonos calurosamente como CASI cada viernes.
¿Qué les cuento?
Que el día de hoy volveré a los escenarios de los cuales me despedí en la secundaria, cuando bailaba en el Taller de Danza y mi talla era -1; cuando el ejercicio y sus bondades paliaban una oscura etapa en mi pre adolescencia.
¿Y por cuál motivo es que vuelvo a hacer el oso, ahora con talla "Oso"? Pues porque hoy es la "Noche de Estrellas" en el Colegio de el Matius y ¿por qué no? las mamitas también tenemos derecho a mostrar nuestros talentos, ¡faltaba más, cómo no, con todo gusto!
Y bueno, la verdad es que después de una coactiva invitación por parte de los altos mandos del preescolar, el respetable se deleitará con un "bailable" muy espectacular que hasta el mismísmimo Cirque du Soleil envidiaría. Y la rola que enmarcará tamaña contribución al ámbito intelectual y cultural de, por lo menos, la colonia es nada más y nada menos que ... "Mi profesor" de la Onda Vaselina. No, no. No les pediré aplausos, la verdad es que muero de la vergüenza por tener que mostrar mis meneitos mientras intento sonreir sin que me tiemble la quijada.
Yo se que tengo un Master en meterme en problemas y que mi tendencia a meter la pata es tan constante como las pifias de cierto presidente de cierto país cuyo nombre comienza con "M", pero créanme, mi intención no es fomentar la falta de courum del evento, sino que mi hijito se sienta orgulloso de su amá.
En fin, los últimos días he pasado más tiempo en la escuela que en toda mi carrera y entre otras cosas, he recordado lo que se sentía ir en primaria y que La Onda Vaselina fuera el soundtrack de tu vida...
Corría el año 1991, quinto grado de Primaria del Colegio Inglés Elizabeth Brock. La vida sucedía entre ir a la escuela, emocionarse por ver pasar a "Aarón" y reprobar con singular alegría Educación Física y Música.
Mi existir, tan común como siempre, era amenazado por extrañas fuerzas que se escapaban a mi control y comprensión. Adultos: padres y maestros, familiares y amigos se turnaban para confundir más mi siempre confusa visión de las cosas.
Y solas, entre tanto marasmo, una luz y una esperanza se alzaban con sus ritmos pegajosos y faldas hamponas de chirriante crinolina: La Onda Vaselina y sus acordes de "Qué buen reventón", "Que triste es el primer adiós", "Una chavita" et al, hacían más llevaderas mis tardes Insurgentosas (porque vivía en Insurgentes) coloreadas de gris (porque la contaminación estaba en su mero apogeo) y cuyo único sonido armonizante eran los berridos de mi hermanito Davide (el hoy cotizadísimo Dr. Mitocondria) que en ese tiempo tenía como dos años o algo así.
Ante ese panorama y pese a los esfuerzos de mis papás de volverme una niña culta con sus conciertos dominicales en Bellas Artes, La Onda Vaselina pegó con tubo en mi vida. No hubo poder humano que evitara mi afición a escuchar a aquellos mozalbetes que ni siquiera sabían a bien lo que estaban haciendo. 
Para mi lo máximo era llegar de la escuela y poner mi LP de "La Onda..." y mirar y re mirar aquella portada tipo cartoon de su primer disco.
Era dejar escapar mi pensamiento al ritmo de rock and roll y lo único que posiblemente empañaba aquellos desconectones de realidad era la imposibilidad de:
1.- Conocerlos en persona: pues mis padres JAMÁS consideraron en llevarme siquiera a UNA de sus presentaciones en el Teatro Aldama.
2.- Ser parte de ellos: pues ya estaba consciente que con los popotitos que tenía por piernas, no podría llegar muy lejos en términos del showbiz.
Así que, como es conocido por todos, crecí y dejé de adorarlos. 
En algún punto sentí que aquello era demasiado estúpido y que por más que lo intentara, yo solita no podría restaurar la época de los 60's y mis amigas ya se encontraban interesadas en otras cosas y ya estaban dando los pasos conducentes a gustitos más arriesgados.
Por ejemplo, el culto al grupo "Magneto".

Y bueno, como cada cosa trascendente en mi ciclo, al parecer hay conceptos que tienden a repetirse, a darse una segunda oportunidad, a volver para demostrar su teoría o mostrarme el punto y en este caso, para reconciliar a una confundida, triste y medio amargada escuincla que pasó sus tardes soñando el momento de estar en un escenario, bailando aquellas tontas melodías que sirvieron para quitarla del borde del precipicio.

Ya les platicaré como estuvo aquello.
O tal vez no.