jueves, 4 de octubre de 2018

ESTAS... SOOOON... LAS MAÑANIIIITAS QUE CAN...TAAAABAN PARAMIIII...OK, NO.


En estos momentos mi casa está silenciosa, la tengo solo para mi y dejo ir la mente por recuerdos y pensamientos que intentan trascender a mi plano consciente, pero 17 tazas de café les ponen muy ruda la cosa y finalmente se rinden, desdeñosos. Saben que en cuanto ponga la cabeza en la almohada aparecerán mágicamente y danzarán durante toda la noche, haciendo más oscuras mis ojeras y menos claras mis ideas innovadoras que debo presentar mañana: poner las hojas recicladas de manera horizontal, armar turnos para llevarse la mascota del corporativo a casa el fin de semana, proponer tener una mascota en el corporativo para llevársela a casa el fin de semana… ¡innovadoras, pues!
Pero hoy estoy tranquila, estoy serena… estoy feliz de haber recibido un cumplido por parte de muyimportantedirectordefinanzas (“…¡Y luego Dana se le fue al pescuezo con la cuestión del Programa de Protección Civil y no lo dejó terminar!”), estoy contenta de tener un día en calma, sin amenazas de clausura y/o despido; donde llegué a mimar a mis ratas bebés, a sobarles sus raspones, a escuchar del gran terremoto que barrerá con toda la civilización y sucederá en las costas de Guerrero (alguien sigue haciendo catarsis con el tema y/o está viendo demasiado “De Toxo Moroxo”), a ponerles mantitas en el suelo y revolcarnos entre sus peluches, escuchar canciones donde los pollos usan paraguas para no mojar sus alitas y entender que la vida es el aquí y ahora y no promesas de momentos que no van a existir.

Cambio el café por una copa de vino, esto se está poniendo denso…

Cumplir años para una gran mayoría es cumplir metas y de donde yo vengo, es una gran presión esa cuestión.
No está padre comparar tus logros con los de los demás porque un séptimo lugar en el concurso de Spelling Bee no es lo mismo que el primero. No siempre dura el maquillaje y la sonrisa de “hago lo que puedo, con lo mejor que tengo de mi” a veces no es suficiente para explicar a un púber el por qué los papás de sus amiguitos sí viven juntos (él la engaña, ella come pastel frente a su refri mientras postea en Facebook MIIIIIIIIL frases pendejas) o por qué a ellos sí se los van a llevar a Disney. (era tan fácil cuando podías subsanar tus carencias maternales con idas a la Feria del Libro o una tarde de guerritas con globos de agua, cuando toda su carita gritaba “¡eres lo máximo!”), ni alcanza para hacerle entender a Papita que su mami no puede llevarla a la escuela en pants y pantuflas “como la mamá de Miranda” *Mirada de reproche.
Y una se tiene que levantar de esos madrazos, ¿saben?
Seguir adelante, con la cabeza súper en alto, caminando en los mejores tacones que se tienen y manteniendo la actitud de Belindaganandocomosiempre porque no te puedes dar el lujo de pensar que tu vida es como una película, bajar los párpados, dejar rodar las lágrimas y pensar que alguien vendrá a recoger los pedazos que quedan de ti para armarlos pacientemente. *Spoiler Alert: nadie vendrá, pero eso ya lo sabías.
La película de mi vida es esa donde la protagonista se muda con sus hijitos a una buhardilla arriba de la casa de sus papás, que duerme muy tarde y despierta muy temprano, que malabarea sus pocas habilidades culinarias para dejar listos cuatro menús diarios, uniformes, súper medio sano, colegiaturas al día, disfraces de perrito y que se la vive corriendo, contestando mil y un llamadas y mensajes excepto el que ella espera, con 16 libros nuevos sin leer, pintando maquetas de violines, globos terráqueos, inventando recetas de cocina con camarones, manejando histérica por el segundo piso, llegando tarde a todos lados, incluso a la felicidad godinezca de partir el pastel de Chelita de Contabilidad, recibiendo regaños de la Alta Dirección, retorciéndose los dedos de nervios por lograr sus objetivos, sufriendo estreñimiento físico, mental y emocional ante la avalancha de peticiones que no logra satisfacer al 100%, incluídas –of course- las propias.
Pero también es la película donde mi bendito déficit de atención me juega a favor y olvido rápido ofensas, descuidos, regaños, sinsabores, decepciones y amarguras y vuelvo por más diamantina para seguir brillando, jajaja.
Es la película donde mi abuela Ofe de ochenta y tantos años me hace una comida por mi cumpleaños y van mis papás, mis tíos y vuelvo a esos momentos tan especiales de mi infancia. Donde mi hermano me sigue bromeando como cuando éramos jóvenes y solteros, a pesar de encontrarse a un océano de distancia. Es la película donde mis amigos y personas que quiero tener cerca me arropan, me llaman, me dicen “qué chido que el día que tú naciste, nacieron todas las flores”… jajaja, not.
Mi película no es una chick flick, evidentemente… sospecho que es una mezcla de cine sueco y “El Indio” Fernández y eso está bien. Aprender a vivir con mis rarezas, aceptar mis limitantes y amarme con todo mi costal de temores y sinsabores me hacen ser la partícula revoltosa que terminó inconsciente de vodka, canciones rancheras y muuuuchas risas el viernes pasado.
Al final, la felicidad, la alegría, el placer, lo prohibido, lo dulce y lo salado están ahí y todo se vale para nutrir este enorme mounstro grandioso que es uno.
Eso y ponerse tacones bien altos para presumirlo.