lunes, 20 de noviembre de 2023

Mi propia revolución.

Nunca le rogué que se quedara.
Aunque era otoño y comenzó el frío, el calor de mi orgullo coloreando mis mejillas me bastaba para encender un maldito incendio donde me parara. 
Tomé las cosas de mis hijos, lo más que pude: libros, ropa, juguetes..., no sabía nada de electricidad ni plomería, tampoco de mecánica. Sentía dolor en el corazón porque me dolía el abandono de mis hijos pero supe cómo rehacernos la vida. Volvieron las risas, volvieron los hot cakes de los sábados y las caricaturas.
Solo teníamos una cama y ahí estuvimos los tres, dándonos calor, contención y amor.
Aquí seguimos, no es tan fácil y rápido pero, ya pasaron 6 años, dos gatos, una pandemia, dos novios, otro temblor en el día 19 y muchas despedidas.
Y nadie, nadie va a venir a decirme que soy débil, que me rendí, que me di la vuelta, que abandoné, que me di por vencida.
Nadie va a decirme que no supe hacerlo, que lo hice mal, que traicioné o que no di suficiente.
Porque lo hice, lo hago y lo seguiré haciendo. Seguiré dando cada maldita gota de mí en cada maldita batalla. 
Aunque muera de miedo y tristeza; aunque me vean sola y desprotegida. Vulnerable y desnuda de pena, de arrepentimientos y dificultades. 
Si me preguntas "¿cómo lo haces?" no sabría responderte... pero el corazón está aquí y se fortalece al calor del amor, de las risas y mimitos de mis hijos. Mis hijos... tan míos, tan únicos, tan ellos. Auténticos compañeros todoterreno de vida, llevados de mi mano a pasos rápidos y precisos.
Perdona si parece que no tengo paciencia para comprender. En efecto, no la tengo.
He vivido a salto de mata, tomando decisiones, luchando contra la adversidad y nunca paro. 
Pareciera que nunca pararé. 
Que nunca llegará mi momento de ser completamente abrazada, integrada y cuidada... pero no hay tiempo de llorar.
No lloro.
Esa imágen de los 3 gatitos acostados en una sola cama, recién dejados en una canasta es suficiente para valorar diariamente mi fuerza y mi persona.
Y ya no aceptar menos.