Despejando un poco la bruma que cubre la ciudad -y mi mente, añado como siempre que encuentro brillante una acotación mía- me dispongo a escribir el post de éste día, mientras decido si pongo o no, un pie fuera de la camita.
En éstas semanas en las que me he visto en la gustada opción de "trabajar", he necesitado desenterrar del clóset sendas prendas "oficinosas". Desde el clásico traje sastre hasta la minifalda en su versión "gente decente/profesionista de lujo" con mallas opacas y pumps, tal como dictan los cánones de la moda en Mixcalco.
Pero todo esto me ha hecho darme cuenta de que siempre he tenido problemas con la ropa. Y cuando digo siempre, es SIEMPRE.
Recuerdo que cuando era pequeña, mis papás me llevaban a Liverpool del Zócalo a comprar ropa (hago hincapié en el lugar no por snobismo sino porque me encantaban los jochos con Chaparrita sabor piña que comía al finalizar el choppin) y era muy decepcionante que ambos pelearan por ver cual prenda me quedaba mejor. Mientras para mi mamá el estilo "principessa" era su hit, mi papá era feliz comprándome unos pantalones de mezclilla y ¡playeras tipo polo!. Lo peor del caso es que las etiquetas de la ropa que escogía mi papá decian "NiñosNiñosNiños..." ¡O sea!
Bueno, no hablemos de problemas ropales a la edad de 10 años; en esa época ya no eras ni niña ni mujer, pero tampoco había vestidos o pantalones con esa denominación. Recuerdo un "conjuntito" color lila que mi mamá me compró en Aurrerá de Buenavista (antes de que se convirtiera en Wal Mart y se incendiara) que era un completo espanto (lo siento, mami) porque el suetercito tenía la cara en punto de cruz del gato "Silvestre" y la falda no era ni chica ni larga, sino todo lo contrario. ¿Qué usar con semejante atuendo y unas piernas flaquitas y peludas? Unas mallas blancas ya no eran opción por ser reservadas para clases de ballet y unas tobilleras con olanes ¡menos! porque los zapatos que en aquel tiempo usaba eran los clásicos "de goma", pues tenían doble función: para ir a la escuela y para ir a los scouts (¡imagínenme vestida de scout y con unos Loboutin, seguro que tendría más cicatrices que las actuales!)
Vaya ¡hasta con la cochina ropa de las cochinas Barbis tenía problemas! Cuando juntaba mis domingos y me lanzaba al tianguis para ajuarear a mis muñecas, siempre escogía los peores modelos y no precisamente por mi mal gusto (ejem, ejem) simplemente porque al llegar a casa, las muñequitas se negaban a cooperar (tal vez en protesta de sendos trapitos corrientes para chicas tan finas ellas, osh) y ya no les cabía una mano, la falda no les subía por sus sendos carniplasticosos muslos, o el vestido era halter y para que le cupiera, había que decapitar a la barbikiú. O sea, neta que mejor lloramos.
A la fecha, la ropa de la Barbi que más recuerdo es una especie de bata de camisón transparente que me encantaba y que juraba que cuando fuera grande tendría uno igual para mi, aunque la vida me llevó por otros rumbos y me hizo friolenta a más no poder; al grado de que lo más sexy en mi son mis neuronas... ¡carámbas!
Como les decía, crecí en una generación olvidada por la moda. A lo más que podías aspirar a los 12 años era a vestirte igual que "las garibaldis", con hot pants y botas altas mosqueteras, mientras bailábas en las tardeadas a "que te la pongo, que te la pongo" y ser tratada peor que bicho por las compañeritas que se vestían igual de ñoñas que tú.
Era un suplicio, la neta.
Hoy día enfrento una profunda disputa con mi clóset, pues como dije al principio, he tenido que desenterrar prendas abogadescamente terribles. Y cada vez que lo hago, mis jeans y sudaderas me miran con ojos asesinos por haberlos abandonado.
En fin, no es de todos los días y el mareo que me producen mis tacones lo combato con dramamine.
Eso sí, he jurado que nunca, por más que me lo prometan y me lo cumplan, me pondré un camisón transparente como el de mi Barbi.
(Pa qué? si así sin nada es mejor....awww!)
Ja!, #Not.
En éstas semanas en las que me he visto en la gustada opción de "trabajar", he necesitado desenterrar del clóset sendas prendas "oficinosas". Desde el clásico traje sastre hasta la minifalda en su versión "gente decente/profesionista de lujo" con mallas opacas y pumps, tal como dictan los cánones de la moda en Mixcalco.
Pero todo esto me ha hecho darme cuenta de que siempre he tenido problemas con la ropa. Y cuando digo siempre, es SIEMPRE.
Recuerdo que cuando era pequeña, mis papás me llevaban a Liverpool del Zócalo a comprar ropa (hago hincapié en el lugar no por snobismo sino porque me encantaban los jochos con Chaparrita sabor piña que comía al finalizar el choppin) y era muy decepcionante que ambos pelearan por ver cual prenda me quedaba mejor. Mientras para mi mamá el estilo "principessa" era su hit, mi papá era feliz comprándome unos pantalones de mezclilla y ¡playeras tipo polo!. Lo peor del caso es que las etiquetas de la ropa que escogía mi papá decian "NiñosNiñosNiños..." ¡O sea!
Bueno, no hablemos de problemas ropales a la edad de 10 años; en esa época ya no eras ni niña ni mujer, pero tampoco había vestidos o pantalones con esa denominación. Recuerdo un "conjuntito" color lila que mi mamá me compró en Aurrerá de Buenavista (antes de que se convirtiera en Wal Mart y se incendiara) que era un completo espanto (lo siento, mami) porque el suetercito tenía la cara en punto de cruz del gato "Silvestre" y la falda no era ni chica ni larga, sino todo lo contrario. ¿Qué usar con semejante atuendo y unas piernas flaquitas y peludas? Unas mallas blancas ya no eran opción por ser reservadas para clases de ballet y unas tobilleras con olanes ¡menos! porque los zapatos que en aquel tiempo usaba eran los clásicos "de goma", pues tenían doble función: para ir a la escuela y para ir a los scouts (¡imagínenme vestida de scout y con unos Loboutin, seguro que tendría más cicatrices que las actuales!)
Vaya ¡hasta con la cochina ropa de las cochinas Barbis tenía problemas! Cuando juntaba mis domingos y me lanzaba al tianguis para ajuarear a mis muñecas, siempre escogía los peores modelos y no precisamente por mi mal gusto (ejem, ejem) simplemente porque al llegar a casa, las muñequitas se negaban a cooperar (tal vez en protesta de sendos trapitos corrientes para chicas tan finas ellas, osh) y ya no les cabía una mano, la falda no les subía por sus sendos carniplasticosos muslos, o el vestido era halter y para que le cupiera, había que decapitar a la barbikiú. O sea, neta que mejor lloramos.
A la fecha, la ropa de la Barbi que más recuerdo es una especie de bata de camisón transparente que me encantaba y que juraba que cuando fuera grande tendría uno igual para mi, aunque la vida me llevó por otros rumbos y me hizo friolenta a más no poder; al grado de que lo más sexy en mi son mis neuronas... ¡carámbas!
Como les decía, crecí en una generación olvidada por la moda. A lo más que podías aspirar a los 12 años era a vestirte igual que "las garibaldis", con hot pants y botas altas mosqueteras, mientras bailábas en las tardeadas a "que te la pongo, que te la pongo" y ser tratada peor que bicho por las compañeritas que se vestían igual de ñoñas que tú.
Era un suplicio, la neta.
Hoy día enfrento una profunda disputa con mi clóset, pues como dije al principio, he tenido que desenterrar prendas abogadescamente terribles. Y cada vez que lo hago, mis jeans y sudaderas me miran con ojos asesinos por haberlos abandonado.
En fin, no es de todos los días y el mareo que me producen mis tacones lo combato con dramamine.
Eso sí, he jurado que nunca, por más que me lo prometan y me lo cumplan, me pondré un camisón transparente como el de mi Barbi.
(Pa qué? si así sin nada es mejor....awww!)
Ja!, #Not.
1 comentario:
ERES LA ONDA.... QUE BUEN POST, ME ENCANTAS!!
YA SE QUÉ DEBO REGALARTE EN TU CUMPLE, SE TE VERÁ LINDO, YA LO VERÁS Y CREEME TUS NEURONAS PASARAN A 2DO GRADO, LA MARMOTA LO AGRADECERA! AUUUUCHHHHHHH!!...
BESOS
DANNY FDEZ.
Publicar un comentario