miércoles, 29 de febrero de 2012

Cuando los ìdolos se caen...

Hace unos días, mientras me encontraba degustando mis sagrados alimentos en una fonda de muy malos bigotes y de peor trato (cada que me quejo de las fondas y/o "Le Cirque", recuerdo el gag de "coma como en su casa"...ok, yap.) veía un reportaje digno del WordPress región 4 o más específicamente, transmitido en el canal 7. El tema a tratar versaba sobre el culto de cierto tipo de gente (gente con ¡graves! transtornos de personalidad) a los artistas juveniles del momento. Pasaron la historia de una chica que tenía no se qué enfermedad en el riñón pero que ni así dejaba de asistir a los bailes y coleccionar demás memorabilia de la Banda el Recodo (¡cáaamara!). Y palabras más, palabras menos, ella aseguró que los consideraba a todos como a sus hijos, que los que le dolía a alguno de ellos le dolía a ella -ahora entiendo lo del riñón- y cositas por el estilo.
El sociólogo que hacía el análisis de las personalidades entrevistadas daba un veredicto nada halagüeño: sufrían de baja autoestima, de una clara evasión de su realidad, etc.
O sea que, por nuestra salud mental, sería bueno que nos fueramos deshaciendo de nuestra colección de *Ponga aquí el artista de su preferencia*
Y por estas divagaciones es que recuerdo un episodio bien vergonzoso de mi vida (sí, otro más)
Pues ahí me tienen: Danita chiquita, flaquita, dientitos de conejo, pelito largo y una franca indispocisión para adaptarme al medio en general; corrían los meses del '89 y yo cursaba el 4° de primaria  -suficiente tiempo como para aclimatarme un poco en la nueva escuela de la que ya les he platicado- y en mi salón había una chica que me fascinaba.
Me tenía embobadísima con sus maneras de ser, con su creatividad, con su ingenio. Lo que Rosa Bertha hacía y decía, para mi era LEY.
No es que estuviera enamorada de ella,  pues en ese momento mi escolapio corazón latía por Raulito Cano Sandoval, era más bien una admiración que rayaba en la sujeción. Comprendo ahora lo que el sociólogo intentó explicar en la capsulita: yo no me consideraba ni creativa ni ingeniosa y si, quería evadirme un poco de mi realidad cada que estaba con Rosa Bertha, pues ella tenía tanta imaginación que bien podía alcanzar para las dos.
Sobra decir que yo estaba muy lejos de ser la mejor amiga de RousBert, es más, pue'que hasta le cayera bastante gorda. Ella a pesar de su ingenio distaba mucho de tener las calificaciones que su servilleta ostentaba en su boleta y, ¡peor aún! a ella también le gustaba Raulito Cano. Claro ejemplo de que los ídolos no corresponderán  a los sentimientos de sus adoradores.
Un día tuvo a bien decir a quien quisiera escucharla, que se había ganado una cena con Luis Miguel y que por ello lo iba a conocer. Cualquier persona con un poco de criterio -y más aún, conociéndo la vena soñadora de RousBert- lo hubiera dudado, pero en mi caso caí como la que más. Llegué muy emocionada a casa a platicarle a mis papás la gran aventura que RousBert estaba a punto de vivir.
Mis papás obviamente sonríeron complacientes, pero trataron de hacerme entrar en razón: "mira Danita -diminutivo que hasta la fecha y pese a mis treinta y tantos años, continúan endilgándome- eso no es posible, porque... bueno, ella es una niña, ¿cómo la va a dejar ir su mamá?" O algo por el estilo pero igual de sensato.
Por supuesto que yo no quise escuchar razones y me quedé con la verdad de RousBert. El viernes antes de la cita, llevó a la escuela una especie de vestido entallado negro, con florecitas rojas y bieses amarillos (creo que ha quedado claro mi tendencia a almacenar datos perfectamente inútiles) y según ella, con ese vestido se vería mayor y a Luis Miguel le gustaría mucho (?)
Pasó el fin de semana y yo ya quería que llegara el lunes para escuchar los pormenores. Cuando comenzó el relato de sus aventuras, salieron cosas como que la recogió el chofer, que Luis Miguel la tomó por la cintura en la alberca y demás detalles escabrosos por el estilo. Jamás dudé de su palabra, por más que las demás niñas arguyeron muchísimas incoherencias y razones de peso para demostrarle su falacia. Mis papás aún se burlan de que yo hubiera creído semejante cosa.
Sin afán de justificarme comentaré que dejé de ser incondicional de RousBert y su mundo fantástico, no por descubrir el engaño -proceso mental que nunca se llevó a cabo, debo añadir- sino por no querer ser mi amiga y reconocer en mi a una niña capaz de ser interesante. O sea que mi ego me salvó de una debacle segura. Yo no se en qué otros enredos me hubiera visto si mi ego dolido no hubiera entrado en acción.
Así debería de salvarnos a todos nuestros egos, sentidos comunes, voces de conciencia, etc., de posibles atropellos a nuestra persona en aras de consagrarnos a quien no debemos. A quien no corresponderá con las mismas ganas nuestros afanes. Y no sólo a los "artistas" o personajes famosos (¡te empezaré a odiar, Carmen Aristegui! jajaja, #Not) sino a las personas en quienes depositamos nuestras ansias de reconocimiento.
Ir por la vida con la conciencia sujeta a alguien que guarda su distancia, a alguien que abiertamente nos rechaza o que simplemente no le importamos lo suficiente para dedicarnos una mirada, es ir a ciegas hacia el precipicio.
Tal vez estén hartos de que les diga esto pero es menester que lo repita: Primero ustedes, luego ya veremos.
Los demás, seguramente están pensando en lo mismo y creanmeeeee: si no brincan por ustedes mismos, ¡NADIE lo va a hacer! (en este punto, los perros están disculpados)
Querrámonos como nadie más nos querrá, ¿a que sí?
Feliz Miércoles.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bien dicho! eres la onda comadrita, a mi me paso algo similar con una compañerita de la primaria que decia que su vecino era Pablito Ruiz y que desde su casa se veia el jardin de la de él y a veces lo veia bronceándose... Mi mamá si pudo convencerme de que todo era una mentira!
Danny Fdez