lunes, 21 de noviembre de 2011

EL ABUELITO MURIÓ.

Es difícil entender la vida cuando los trancazos de la misma te revuelcan una y otra vez, ya lo he dicho, pero cuando llegan noticias de éste tipo, la vida adquiere un significado que no necesariamente puede catalogarse como bueno o malo. Será algo tan neutro como Suiza o la grasa para bolear zapatos; será una idea preconcebida en la cabeza de cada ser vivo en el mundo o simplemente el conocimiento diario de que no es tan fácil inhalar y exhalar en esta tierra sin pagar una cuota de sacrificio.
Será el sereno, la verdad es que el abuelito murió y yo estoy tratando de descifrar lo que siento en estos momentos. Momentos en los que me encontraba tratando de pasar desapercibida, sin brillo y sin demostraciones de mucha existencia por alcanzar la paciencia de algún santo, que me diera un poco de paz a mi alma recién agitada.
Y de repente ¡cuaz!
Que me dicen: "El abuelito murió desde hace 20 días..."
¿Veinte días?
¿Qué estaba yo haciendo hace 20 días? Seguramente azotándome por el precio de los tomates y las acelgas, o contando obsesivamente los minutos faltantes para sacar el pollo a la naranja del horno.
Veinte días es casi como decir "El abuelito murió hace 20 años y tú nunca lo supiste".
Porque es cierto, me formé cómodamente en la fila de los "al fin que ni es mi bronca" y dejé que "los mayores" hicieran el trabajo sucio.
El abuelito que murió fue el papá de mi papá. Claro que lo conocí, ya de grandecita a los cinco años, tal vez.
Mi hermano y yo somos los únicos nietos que lo conocimos y tal vez los únicos cuyas bocas chimuelas adornan las pocas fotos que hay del abuelito David.
No se, fuera de platicas sueltas en donde aparecen esbozos de situaciones como la abuelita Ofe embravecida, yendo a quemar la ropa de él y su nueva mujer, lo que realmente haya ocurrido en esa vida. Sólo se que cuando tuve conciencia, mi mamá me dijo que "de eso no se habla, tu papá no lo dice". Y así es que dejé de indagar y de extrañar el porqué mi papá no tenía papá.
Ahora, el abuelito murió y me da vergüenza la pena que siento, porque nunca fuí para buscar a un ser que en vida ya llevaba el estigma de fantasma. Y me duele más mi papá, que en vida nunca quiso saber del ser que se desvaneció entre bruma y sueños infantiles, dejando una cicatriz otrora invisible y hoy, francamente muy presente.
Veinte días nos separan de la vida y la muerte. ¿Cuántos días más dejaré pasar por esperar a que ocurran las cosas?

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