De entre las muchas cosas frustrantes sucedidas a mis ocho años, tomo en cuenta el desamor por Eduardo Yáñez en "Dulce desafío" y el haber tenido que explicar una tira de Mafalda.
Yo conocí a esa piba a los cinco años. Mi mamá, que por ese entonces tenía 24 añejos, cargaba conmigo a todos lados, incluída la enemiga ENEP Acatlán (lo digo porque yo cursé en la ENEP Aragón)
Cuando yo no llegaba al kínder, mi mamá me llevaba a sus clases y desde mi banca, con mi batita a cuadritos escuchaba a su maestro de Medicina Forense -el guapísimo Doctor Archundia- hablar de los tipos de marcas que presenta el cuerpo cuando lleva 4 días sin vida (con fotos y todo)
Y bueno, el punto es que después de clases, la palomilla de mi mamá se iba a tomar café y comer molletes al VIP'S de Echegaray. Y ahí iba yo de pegoste; para no aburrirme, mi mamá me prestaba sus libros y cuadernos -seguro que el Derecho Penal haría de muy buena nana-. Lo que yo amaba de esos libros -aparte del ius abutendi- eran las tiras mafáldicas con las que estaban forrados.
Luego vinieron los libritos y con ello el furor mafaldoso se desató en mi. Mafalda no sólo era mi referente social e histórico, era también mi libro de cabecera en cuanto a poner en jaque a mis papás. Fue mi consuelo cuando me explicaron que mi reinado unigénito llegaba a su fin y que un presunto "Guille" llegaría a la familia -a lo que yo respondí: "espero que le gusten los Beatles"´-.
También me ayudó a no sentirme como bicho raro por no tener televisor a colores, en una época en la que el technicolor era ya un producto de la canasta básica. Me dió la idea -bizarrísima, por cierto- de meterme a bañar a la pila del lavadero, emulando al prócer del mercantilismo: el genial Manolito.
O sea, el mundo bien podía estarse yendo al mismísimo diablo, pero yo gozaba inmersa en el mundo de Quino que, dicho sea de paso, suplió mi necesidad de socializar con chicos de mi edad.
Ahora comprendo por qué era tan poco popular, ya no se diga en la escuela, sino en la vida; creanme, a nadie simpatiza una niña que habla de "conciencia gremial" a los ocho años, poniendo en evidencia a la gente que tenía al "Capulinita" por monumento nacional a la literatura.
Pero bueno, yo no tengo la culpa de que mis padres fueran tan jóvenes y entusiastas con mi educación y con ello me apartaran del sentido común.
En resúmen, Mafalda potencializó la insanidad mental de la que actualmente gozo y me dió la excusa perfecta para psicoanalizarme.
Con los obvios resultados, sobra decir.
Yo conocí a esa piba a los cinco años. Mi mamá, que por ese entonces tenía 24 añejos, cargaba conmigo a todos lados, incluída la enemiga ENEP Acatlán (lo digo porque yo cursé en la ENEP Aragón)
Cuando yo no llegaba al kínder, mi mamá me llevaba a sus clases y desde mi banca, con mi batita a cuadritos escuchaba a su maestro de Medicina Forense -el guapísimo Doctor Archundia- hablar de los tipos de marcas que presenta el cuerpo cuando lleva 4 días sin vida (con fotos y todo)
Y bueno, el punto es que después de clases, la palomilla de mi mamá se iba a tomar café y comer molletes al VIP'S de Echegaray. Y ahí iba yo de pegoste; para no aburrirme, mi mamá me prestaba sus libros y cuadernos -seguro que el Derecho Penal haría de muy buena nana-. Lo que yo amaba de esos libros -aparte del ius abutendi- eran las tiras mafáldicas con las que estaban forrados.
Luego vinieron los libritos y con ello el furor mafaldoso se desató en mi. Mafalda no sólo era mi referente social e histórico, era también mi libro de cabecera en cuanto a poner en jaque a mis papás. Fue mi consuelo cuando me explicaron que mi reinado unigénito llegaba a su fin y que un presunto "Guille" llegaría a la familia -a lo que yo respondí: "espero que le gusten los Beatles"´-.
También me ayudó a no sentirme como bicho raro por no tener televisor a colores, en una época en la que el technicolor era ya un producto de la canasta básica. Me dió la idea -bizarrísima, por cierto- de meterme a bañar a la pila del lavadero, emulando al prócer del mercantilismo: el genial Manolito.
O sea, el mundo bien podía estarse yendo al mismísimo diablo, pero yo gozaba inmersa en el mundo de Quino que, dicho sea de paso, suplió mi necesidad de socializar con chicos de mi edad.
Ahora comprendo por qué era tan poco popular, ya no se diga en la escuela, sino en la vida; creanme, a nadie simpatiza una niña que habla de "conciencia gremial" a los ocho años, poniendo en evidencia a la gente que tenía al "Capulinita" por monumento nacional a la literatura.
Pero bueno, yo no tengo la culpa de que mis padres fueran tan jóvenes y entusiastas con mi educación y con ello me apartaran del sentido común.
En resúmen, Mafalda potencializó la insanidad mental de la que actualmente gozo y me dió la excusa perfecta para psicoanalizarme.
Con los obvios resultados, sobra decir.
1 comentario:
buuuuu a mi si me gustaba capulinita!
danny fdez
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