Lo leo saboreando las palabras; letra por letra.
El sabor que deja en mis neuronas tiene un dejo a pescado - a caballa, específicamente-.
Aún no llego al final, me falta tinta por recorrer. Pero no quiero.
Me rehúso a terminar con ésta agonía, no quiero saber lo que sucederá porque lo que siento en éste instante, no lo sentiré otra vez. Ni en ésta vida ni en otra.
Porque ésto es lo más cercano a tener un enamoramiento y ya todos sabemos cómo acaban éstas cosas. Sentimientos violentados por una corriente trasatlántica, sepultados bajo hojarasca de bestialidad.
Por eso no lo terminaré y lo sumaré a mi lista de promesas a olvidar. Y en ésta lucha indómita entre mi conciencia y mi salud mental, dejaré que el destino decida -¿no me canso?- otra vez por mi.
Hasta que el calor y la demasiada realidad me topen de frente, con él en la mano y una pistola en la otra y hurte, sí, hurte, horas al día para asestarle el golpe final.
Necesitaré un boleto a Tokio para poder terminarlo, porque sé que ya no podré vivir sin los rollos de espinaca y atún; sin la lluvia de caballas y sardínas y sin ese poema que es Kafka a la orilla del mar...
Y mi pobre Gatería pagará las consecuencias.
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