viernes, 27 de octubre de 2023

¡DUDAS!

 Como si no tuviera cosas en qué pensar (o por resolver) de repente me asaltaron ciertos sentimientos que no se en dónde acomodar.

Me estaba acordando de cuando Matius estaba en mi panza y lo vimos por primera vez en el ultrasonido. Recuerdo a la persona que estaba a mi lado, tomándome de la mano y llorando conmigo por lo que estábamos viendo en esa pantallita azul y que se asemejaba más a un tlacuachito que a un bebé, pero ¿quiénes éramos nosotros para cuestionar la eminencia de la Dra. Botitas Pacoy (¿la recuerdan?) en esos momentos?

El problema de eso es que el recuerdo ahí está, el bodoque ya va por las 16 vueltas al sol pero la pareja que fuimos la Marmota y yo ya no. Y qué chido en términos prácticos y de vida, el problema es ¿con quién compartiré esos recuerdos? Porque no estaría padre estar llorando de felicidad al recordar las pataditas que daba el Matius a las 3 a.m. y llamar al padre para decirle “Ey, te acuerdas de que, cuando Mateo estaba en mi panza, ¿me entraban antojos de tamales de pambazo y carnitas de atún?” Lo más seguro es que ni tome la llamada.

¿A quién acudo para poder legitimar/validar que aquello existió? Se que diremos lo que aquí hemos aprendido: Nos bastamos solos… sin embargo, ¿a quién le puedes compartir esa emoción que le signifique algo? ¿Así se siente cuando muere alguien con quien compartiste la vida y ya no te puede validar lo que estás diciendo/sintiendo?

 ¿Acaso no he hecho el duelo suficiente por la ruptura de la vida que fue al lado de la Marmota? ¿O es que aquello vive en un limbo sin límites claros (me refiero al vínculo, no a la Marmota, jajaja)?

 No.

Creo que es mi corazón diciéndome que no debo aferrarme a recuerdos por miedo a lo nuevo.

Que probablemente no compartiré con él las pataditas ni los antojos y nunca lo haré tal como en ese entonces, pero que eso significa que podremos compartir a partir de lo nuevo que viene con ese joven de casi 16 primaveras y con la ratita menor.

Es super difícil ponerles palabras a los sentimientos y es super fácil irse por trenes de pensamiento equivocados.

 Lo tengo claro, clarísimo.

 *Corre a marcar por teléfono.

miércoles, 18 de octubre de 2023

EL LADO EQUIVOCADO DE LA HISTORIA

 Parece la rutina del pato y David Copperfield: David abre una compuerta para descubrir al pato, pero éste astutamente se cambia de lugar y deja una gran nada tras de sí. Luego entonces David recompone y abre la otra compuerta, pero el pato ya caminó hacia la primera... risas, aplausos y la eternización de un gag convertido en loop: te quitas y te pones y casualmente siempre estás del lado equivocado de la historia.

Hace tiempo les contaba sobre como crasheé un cumpleaños con Cepillín como atracción: me dieron mal la información y mi espectro autista me condujo a una situación super vergonzosa, donde Cepillín me estaba cantando "Las Mañanitas" y el respetable lo acompañaba con gritos de "¡ella no es!", mientras mi mamá reía con el resto de la gente. Seguramente le di oso y ternura, como cantaba Lucerito.

Así que esta vez no voy a crashearle el cumple a nadie, solo diré que sin querer acabé en una fiesta donde el festejado es un tipo (y odiará que le diga así) super simpático y amoroso, el cual cayó a esta otra fiesta, donde hay pastel y gatitos y tampoco tiene idea de cómo llegó allí.

Feliz cumpleaños. Espero que en lo que vemos cómo fue que llegamos al punto, abramos las escotillas al mismo tiempo para que no se nos escape el pato de la felicidad.

Chop, chop. 

miércoles, 11 de octubre de 2023

BIG SISTER

 

Estaba viendo éste post de Pictoline sobre las hermanas mayores y lloré un poco.

Soy la hermana mayor de un médico cirujano oncólogo, que vive en Alemania y tiene una hija hermosa que aprende más rápido el árabe que el alemán de su mamá o el español de mi hermano.

Mi hermano fue mi adoración a partir de los 4 años, sinceramente. Antes, ni en drogas: era demasiado llorón, demandante, pesado para cargar y llevarlo a todos lados en bus y ponía ultra histérica a mi mamá, así que yo decidí hacerme cargo de mi y mis necesidades para no causar molestias. Obvio, no supe gestionar correctamente y hubo cosas que no pude dármelas ni tampoco pedí ayuda para obtenerlas. Preferí reprobar, pedir prestado material, no participar en actividades o cancelar invitaciones por no causar molestias de logística que perturbara la paz doméstica. Me inmolé varias veces para protegerlo en situaciones de máxima tensión.  (aquí quiero decirles que me acaba de explotar la tacha, no se si sea el medicamento y lo estoy escribiendo para poder hacer el auto análisis más tarde) Y luego creció y se volvió aún más gracioso e inteligente y yo sentía horrible que no pudiera tener el acompañamiento de mi papá, ni siquiera un poco de lo poco que yo tuve a su edad. Y creo que eso hizo que lo adoptara y protegiera de más, que me sensibilizara ante sus necesidades afectivas. Lo comencé a traer para todos lados, era mi compañía constante, mi mejor amigo, mi cómplice, mi consuelo, mi hijo básicamente (sigo llorando).

Y bueno, luego comenzamos a crecer y yo me separé un poco de casa, aunque no me separaba del todo de él. Mi papá tuvo un momento de cordura y regresó al camino de la paternidad (no sin sus respectivas consecuencias) y al parecer, mi hermano comenzó a disfrutar de ese comeback paterno.

Entré a la universidad, fui creciendo y de repente ya no tuve tanta convivencia con él porque justo le tocó su adolescencia y un periodo que, visto desde afuera por mí, fue buenísimo.

Posteriormente vino el Matius, él entró a la universidad, la carrera, los hospitales, los viajes y finalmente, el volar lejos hacia el otro lado del charco.

Yo he quedado algo confundida en mis sentimientos por mi hermano, al parecer aún tengo cosas atoradas no sé si con él o con la etapa que viví con él o what the fuck. La última vez que hablé del tema, mi psicólogo no oficial (la oficial es Kary) me hizo ver muchas cosas y me calmó en otras. Pero hoy me brincaron otros issues que no logro discernir si es por mi hermandad o por un tema personal que va ligado con mi condición de hermana mayor.

Y bueno, obvio que el Dr. Mitocondria debe tener “otros datos”, sin embargo solo puedo hablar de lo que me tocó vivir y experimentar y procesar desde un sesgo que no pretende prender ningún cerro, sino explicarme a mí misma lo que probablemente alguien más capacitado tuvo que cuidar en su momento.

No se, no dejo nada abierto ni espero nada, únicamente quise dejar constancia de lo que me dejó la experiencia de ser hermana mayor y de cómo éste post de Pictoline me dejó bastante noqueada sin querer.




domingo, 1 de octubre de 2023

Tarde pero sin sueño.

Recuerdo cuando era tan fácil venir acá al blog y escribir y escribir y fluir sin parar. Mis ideas se acomodaban perfectamente con la sintonía de mi corazón, de mi mente ordenada y de las dulzuras de la vida. Eran días tranquilos -épocas- donde podía añorar el otoño y celebrar mi cumpleaños con cero culpas y desazón. 

Recuerdo los años que lo celebré estando embarazada, o casada, o soltera nuevamente o en pareja o sola y llena de libros, de flores, de amor y de abrazos.

Recuerdo las fiestitas godín, los momentos de risas nerviosas al abrir regalos, las cartitas, las llamadas y mensajes tan agradablemente inocentes... nada que ver con estos últimos cumpleaños donde todos estábamos bastante rotos como para celebrar, irónicamente. Nos había ocurrido la pandemia.

Entonces ya nada volvió a ser igual y creo que nunca reparé en escribir sobre el trauma que ello me generó puesto que estuve demasiado ocupada sobreviviendo y manteniendo a flote al par de ratitas que viven conmigo. Mi vida personal la puse en automático, mis deseos, mis anhelos y proyectos, lo que me daba gusto y me hacía feliz, los dejé fuera de la ecuación. Había que continuar remando sin parar.

¡Y no paré! Cada día fue darlo por ganado sin bajas, sin hambre, sin una urgencia importante ¡y no porque nadaramos en la abundancia o vivieramos en una burbuja!, sino porque no me di el espacio para lamentar que la vida estaba cambiando de página y yo no me iba a quedar en el capítulo anterior. Se fue la seguridad, la estabilidad.

Y también se fue el amor; se fue la ilusión de compartir la vida con gente que significaba todo para mi en ese momento. Y se fueron las cosas fáciles, los flees, el negarme a vivir aventurillas sin sustancia porque la vida ya era demasiado valiosa como para perderla entre relacioncitas matonas, me volví intolerante a la indecisión y a la tibieza en los corazones. Amas con todo o bájate de mi nube, porfa. No tengo ni tiempo ni ánimo que perder. Y pues se fueron bajando...

Pasaron años de eso y al parecer yo no cambié mi mood de combate; este mundo es un caos, la vida es una guerra y el amor, un campo de batalla. 

Creo que sí se me fue la chispa de la vida en determinado momento; todo parecía tan finito, tan frágil que para qué intentar construir de nuevo. Los castillos en el aire son innecesarios y todos debemos aterrizar y atarnos al grillete de la realidad para que nada nos vuelva a agarrar con los dedos en la puerta. ¿Quién se puede dar el lujo de planear con todo tan incierto y volátil? Los locos, seguro.

Y cuando la gente salió de nuevo a vivir su vida, yo me quedé fría y resentida: no todos volvimos, no todos tuvimos condiciones para afrontar nuevamente la realidad que habíamos dejado en suspenso tres años atrás y a mi me comieron mis nuevas condiciones. Mi maternidad sufrió bastantes altibajos con la pubertad de Matius, el paso de Papita a la primaria y todo lo que ello conlleva. Me refugié en la comida, en lo dulce, en lo panoso, en lo que representaba la seguridad que no sentía por todo lo que había dejado en el camino (mi sueldo, la vida sin preocupaciones, sniff). El consuelo que necesité, la contención que no hallé en mi ni en nada por más que lo intenté, todas esas veces donde me he recompuesto para poder avanzar dos yardas más me han dejado un poco exhausta, temerosa y con la estabilidad emocional algo precaria.

No se cuantas veces necesitaré escribir sobre esto porque acabo de entender que traigo secuelas de un trauma que normalicé a fuerza de sobrevivir y pelear y no dejar a nadie en el camino. Se que dicho trauma ha condicionado decisiones que fui tomando y que hoy ya no quiero seguir así, a salto de mata, sintiendome incompleta e incapaz de afrontar el mundo que ahora es.

Entiendo que deberé aprender a relajar mi aprensión hacia mis vínculos con el mundo, que la compasión hacia mi misma cuando menos me soporte deberá ser alta, que no puedo dejar de observarme pero no por ello debo ser despiadada conmigo ni elevar la vara del juicio al resto de la humanidad.

Y aprenderé a resignificar la vida, los lugares, mis libros, mi música, mis emociones, recuerdos... y mi cumpleaños. 

Porque se que amo la vida que me acompaña diariamente, porque se que esa chispita sigue ahí, esperando que la haga explotar para inundar de luz todo lo que me rodea, porque así soy yo, soy escandalosa y ruidosa y latosa y me encanta.

Porque sí merezco todo lo bueno que me está sucediendo y porque vale la pena esforzarse por lo que comienza. 

Y lo vale porque es lo que siempre soñé sin conocerlo, sin sospechar que sí existía.

Vamos, cariñosos 43... vamos a dar la batalla.

Es octubre, pero en mi corazón le estoy dando un abrazo de confianza y consuelo a la mujer septembrina que va despertando de su letargo estival.

Feliz cumpleaños a mí.