La melancolía tiene maneras extrañas de colarse en domingo.
No sé si es porque octubre se despide sin dejar mucho o quizás porque lo dejó todo sobre la mesa y es un menú que no me gusta. Remilgosa que soy, de veras.
O tal vez es porque me asomé un poco más a la ventana del vecino, aquella que anteriormente tenía una cortinita y sin esperarlo, sin saberlo, sin sospecharlo siquiera, se me hizo pasita el corazón. Sentí su melancolía, me vestí con ella y yo simplemente quisiera correr a abrazarlo, sin pensar en que los tiempos han corrido de manera paralela.
No tengo mucho; en verdad no tengo mucho. Excepto un corazón y una ternura que se me desborda por los ojos a caudales.
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