Pues aquí me tienen de nuevo…
Después de las zarandeadas que me
han puesto la vida, el zodiaco chino y las mañanas en el Metro, por fin puedo
robarme dos minutos para ponerme al día y a la vanguardia en este espacio
consagrado al zen, a la reflexión y al chisme cachetón.
¡Por fin me contrataron!
Y todo, todo, todo (tout, tout,
tout!) ha sido una pachanga.
Para empezar, hacerme a la idea
de que mis mañanas comienzan a las cinco de la ídem y con una pila de culpas
repartidas en los diferentes departamentos del área de Maternidad: que si Mateo
no lleva bien su exposición de Speaking; que si Alondrita está llorando porque
no quiere que me vaya y la deje sin su titi; que si Marmota tiene jet lag por no ir a sus sesiones
maratónicas del gym, que si esto
y que si lo otro. Pura y absoluta culpa,
digerida sin cafeína.
Pero bueno, ¿quién ha dicho que esto
es fácil?
Dejar el estatus de stay at home
mom y convertirme en toda una working girl tuvo su chiste, pues a pesar de mis
constantes quejas al gremio, ser mamá es lo máximo para mí. Ver crecer día a día,
minuto a minuto a mis pillos me da una sensación de seguridad y satisfacción
que ni el mejor escritorio en la mejor oficina de la ciudad puede dar PERO,
estoy contenta de experimentar una nueva etapa y de ver de qué madera estoy
hecha (mientras no sea tzompantli).
Ya iré desmenuzando poco a poco
mis cuitas, ya estarán leyendo mis menos cinco trabajosos lectores de siempre
de mis aventuras con los codazos en el Metro, las tortas de tamal y la
godineada.
Estoy segura que de aquí en
adelante todo será mejor.
Es eso o vivir para siempre con
la duda de “¿Qué hubiera pasado si…?”
Y tal cosa, queriditos, es un
riesgo que no pretendo correr.
¡Arre!
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