miércoles, 16 de abril de 2014

VACACIONES CAMPIRANAS (O: "En verdad estoy dando el viejazo")

Hace muchos años, cuando aún se veía un solo dígito sobre mi pastel, mi mamá gustaba de vacacionar en el Rancho de SU santísima madre, la mera mera matriarca de la familia Salazar, familia famosa por sus métodos pedagógicos... ya he escrito al respecto y creo que hemos engrosado lo suficiente las carteras de los loqueros por ello, vous sais!
En dichas vacaciones yo sufría. Sufría porque era una chamaquita malcriada, pesada, sabihonda y melindrosa como la que más y todo lo que se refería a salir de mi zona de confort, me disgustaba: si la cosa se trataba de ir al río, quitarse la ropita y nadar pues yo protestaba porque no me gustaba que me vieran personas desconocidas, lloraba porque el agua estaba fría y porque la poza del lugar tenía muchas piedras. Además de que me cansaba de tanto andar de milpa en milpa.
Si se trataba de la hora de la comida, mi mamá pasaba las duras y las maduras conmigo pues en mi melindre, no toleraba el sabor de los huevos de gallina recién paridos (¿o se dice recién puestos?), ni comprendía por qué en vez de tomar mi chocomilk debía beber leche recién ordeñada sin un saborizante artificial. Y ya en el paroxismo de mi chocantez, las primitas tenían que consolarme si de repente la tele a blanco y negro no agarraba bien la señal de las caricaturas, única referencia de "mi mundo" en el que podía refugiarme ante tan extrañas e incómodas circunstancias.
Sí, en verdad era una plasta. A mis siete, ocho, nueve años era una plasta hecha y derecha...
Pero como todo lo que sube, baja (a mi no me vean, eso lo dijo Newton), mis humos de damita elegante se me han ido bajando con cada madrazo que la vida me ha obsequiado y precisamente el vacacionar en el rancho ha ido adquiriendo otros matices que lejos de desagradarme, me han hecho reflexionar. 
Este fin de semana tuvimos la fortuna de que nos invitaran a una comida en el rancho. Antes hubiera puesto miles de pretextos, pero con los años, la nostalgia se ha instalado en mi y fue inútil negarme a ir; quería volver a mirar esos paisajes llenos de colinas y senderos multicolores (que en caso de éstas fechas, aún están teñidas de dorado pues están a la espera de las benditas lluvias de mayo) y también quería respirar el aire colmado de olores dispares, desde el aroma a tierra húmeda hasta el de corral de animales.
Así que me dispuse a viajar lo más ligera posible, cero ropa rara, cero comida especial, cero pretensiones.
Solo de llegar al pueblo, aquello comenzaba a parecerme mejor de lo pensado. Es una dicha poder desconectarse de la cotidianidad, de los mismos grises de siempre, de la cháchara inútil de los noticiarios... 
Al llegar a la casa ya nos estaba esperando la comida deliciosa del campo. Qué bendición tener una familia tan amable, tan solícita y dispuesta a agasajar a una tan solo por el simple gusto de agradecer mi intervención en un asunto legal.
El primer día, Matius y Marmota se la pasaron correteando cuales animalitos por todo el campo. El buen Matius ha demostrado ser de una madera muy superior a la de su madre al no poner los mismos "peros" que yo esgrimía a su edad. Tranquilamente comió y bebió lo que se le puso enfrente y se solazó con las diversiones de los niños del campo. La Marmota agarró su jarro de pulque y poco a poco se iba poniendo rosita y muy divertido; para él el campo tiene connotaciones diferentes a las mías, pues aunque pasó parte de sus vacaciones infantiles en la sierra de Oaxaca, sus recuerdos parecen más dulces que los míos.
Al día siguiente quise ir al Manantial y a la poza, pero el itinerario de mis hospitalarios anfitriones era claramente diferente y ello ya no fue posible. Pasamos de la mesa de almuerzo a la iglesia para bendecir los ramos y de ahí, nuevamente a la mesa donde el ágape consistió en mole con guajolote y tortillas de maíz azul hechas a mano... ¿cómo pude perderme de esto tanto tiempo?
Como todo lo que nos sucede a diario, siempre existe el espacio para reconsiderar nuestras conductas pasadas, no tanto para recriminar y esperar inútilmente a que el pasado cambie, sino para darle nuevo sentido a nuestro presente, de tal suerte que la vida se vea enriquecida a partir del momento posterior a la experiencia. 
Y yo estoy más que dispuesta a darle una segunda oportunidad, tercera, cuarta ¡las que se necesiten! para entender que una solo está de paso en este mundo y que el negarnos la felicidad -cualquiera que sea la forma en que se presente- por prejuicios e ignorancia es acortar la vida amargamente.

Feliz SS. queridos, espero que en estos días les llegue su felicidad. Ábranle la puerta y déjense envolver por la experiencia.


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