viernes, 28 de marzo de 2014

NUEVOS AIRES

Sí, sí, ya se. No es necesario que retaquen el mail con mensajes del tipo "Llevas dos semanas sin escribir", "¿Qué te estás creyendo?" y mi favorito: "Dana, soy tu mamá... ¿estás bien? Llevas dos semanas sin escribir"
¡Oish, péeerenme!
Si no había podido sentarme a escribir es porque literalmente no me he podido sentar... at all. 
Traigo, como quien dice, el trasero molido.
Y es que resulta que ya llegó el día en el que la vejez (que no la madurez) me ha alcanzado y es necesario poner orden en mis hábitos nutricionales y aeróbicos, por lo cual convencí (más bien rogué hasta la humillación) a una de mis amigas de camioneta grande (mi "nueva" pandilla, luego les platico) para acompañarme al gym. Aplausos para mi... ¡clap, clap, clap!
PERO, como nadie tiene la habilidad para complicarse la vida como yo, decidí que no sólo iba a cambiar de hábitos sino también de domicilio. Y no sólo eso, también tomaría un mini curso de Programación Neuro Lingüística, ¡cómo no, con mucho gusto!. Pa' que el cambio sea radical, pa' que se sienta desde el interior y derrame su luz sobre el exterior... (Ok, lo confieso: también estoy practicando Yoga y ando UN POCO en esa onda de la paz interior. Sólo un poco, lo suficiente para no perturbar mi chamagosísisima alma)
Y bueeeeno, no dejaría de ser yo si no me metiera en problemas, ¿cierto?. La cosa es que nada más cambiar mi zona de confort, todo se comenzó a mover en mi. Y no todo fue agradable. Y no todo fue tan fácil como parecía (Ya lo había dicho Coldplay...)
La primer semana fue un calvario: levantarme temprano para dejar listas a las Marmotas, salir corriendo al gym, medio pedalear la bici, medio menear el cuerpecito al ritmo de "¡Pásamelas, pásamelas!" (¿A qué se habrá referido la rola? ¿A unas charolas con refrescos? ¡Porque las pedía muy insistentemente!), medio estirar mi cuerpo con tal que mis asanas no me hicieran parecer un gusano enfermo en vez de un bello gato y por supuesto, echarme un naproxenito para poder moverme decentemente los días siguientes. 
Esta semana mi entrenamiento ha sido más intenso: la Marmota tuvo a bien no contratar mudanza y ¡ahí nos tienen!, "volando" los muebles con la habilidad de un auténtico mecapalero de la Merced, acomodando y desacomodando la sala, creando "ambientes", pintando, lijando y pegándo de chiflidos para emular a Pedrito Infante... una gloria, queriditos; pa' qué más que la verdad. Claro, también hubo sus bemoles en esto de la mudanza, pues la regla en casa es "Cada quien se hace responsable de sus cosas", que traducido a idioma marmota significó: "Tú cargas tus propios libros". Por supuesto, terminé con los huesos escapulares hechos pinole pero la Marmota terminó con unos rizos envidiables al recibir una... pequeña descarga eléctrica al acomodar una lámpara. Ay, ¡una electrocutadita de nada! 
Y por supuesto, la parte que más me gusta de todo esto: el notar que salir de lo conocido es saludable.
De probar la sopa de col que no me gusta pero también de agradecer que ese alimento es bueno con mi panza. De llevar a mi cuerpo al extremo de sentir dolor con solo tres minutos de spinnin, pero aguantar hasta el final porque mi corazón lo agradece.
Y sobre todo, de dar gracias a la máxima deidad existente por la hermosa oportunidad de aprender que la única constante en mi vida es... el cambio.

Feliz fin de semana, queridos menos cinco lectores de siempre.








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