Yo recuerdo que de niña el adjetivo con el que calificaban mi personalidad era el de "seria". "Es muy seria tu hija", les decían a los abogados sinior. "Ay, pero qué seria y bien portada es Danita".
Y no es que me gustara ser percibida como una terrorista de las sonrisas o como alguien a quien la falta de compostura era algo imposible de pensar, mucho menos a los cinco o seis años, pero la cosa es que yo en realidad era tímida. Muy.
El que mi mamá me trajera muy bien aliñada no ayudaba para nada a mi espíritu, pues sentía un compromiso muy fuerte hacia el atuendo que portara (que casi siempre consistía en vestidos con mallitas y zapatos ortopédicos a juego) y sabía que mis actividades estaban condicionadas al outfit que mi mamá hubiera elegido para la ocasión.
Así que mientras mis primos u otros niños de mi edad se empeñaban por el primer puesto en ver quién hacía primero girones su ropa, yo sentía el deber de quedarme tiesa en mi lugar, sin ni siquiera poder sonreir, no fuera a ser que una arruga marcara mi faldita.
Bueno, mi acartonamiento llegaba a tal extremo que no concebía la idea de usar huaraches sin calcetas por considerar inapropiado mostrar los pies en público, al grado de llorar por sentir que el aire le daba a mis tamalitos de 18 centímetros si es que mi mamá había osado descubrir mis piecitos.
O sea, que a los cinco seis años ya era una snob hecha y derecha y sin visos de redimirme, perdiéndome para siempre en la senda de lo políticamente correcto a nivel preescolar.
Hasta que me rebelé...
Sí amiguitos, lejos de procurar ensuciar mi ropa y correr como mico por todos lados, destrozando mis zapatos o mis vestidos de gasa, lo que hice fue desgarrar mi timidez y hacerla pedazos siendo todo lo extrovertida que el decoro me permitiera.
Así me fui abriendo paso en la vida en sociedad, riéndome bien fuerte de todo y de todos y celebrando con "Crystal" cada metida de pata que protagonicé.
Hasta que alguien me tocó el hombro y entre susurros me dijo que estaba haciendo el ridículo espantosamente y que antes que apareciera el hombre del ganchito y me sacara del cuello de la escena, mejor le llegara. No fuera siendo que tal frescura se malinterpretara y pa qué iba a querer yo.
Osh, diablos, con nada tengo contenta a la gente, pensaba yo.
Un buen día, pensé en que seria o desmadrosa, de todas formas la gente iba a opinar de mi. Para bien y para mal. ¿Cómo lograr que sus juicios se me resbalaran y su opinión fuera apreciada o bien relegada al rincón? Eso fue algo que me trastornó por completo, pues sinceramente crecí bajo una lupa y darle la espalda al público era algo con lo que no estaba familiarizada.
Pasaron los años.
Y aún sigo debatiéndome en la dualidad de ser reservada o altamente comunicativa, pero algo he aprendido: no se puede ser un libro abierto con todo el mundo y tampoco puedes tener secretos con la gente que te ama. Porque si te ama, te aceptará como eres y si no lo hacen, tampoco pasa nada.
A ver mis queridos escolapios, ¿qué hemos aprendido en estos últimos años?
Respuesta: que la úuuunica persona que debe hacernos feliz, soportarnos, amarnos y aceptarnos con todo y gases a medianoche somos nosotros mismos.
Entonces, muchachitas y muchachitos, láncense a la aventura de ser quienes son, repitiéndose a ustedes mismos que por ello, no se parecen a naiden.
Y si se debaten entre dos cuestiones, resuélvanlas de esta manera:
"Si me va a llevar el diablo, mínimo que sea en un buen coche".
Tan tán.
Y no es que me gustara ser percibida como una terrorista de las sonrisas o como alguien a quien la falta de compostura era algo imposible de pensar, mucho menos a los cinco o seis años, pero la cosa es que yo en realidad era tímida. Muy.
El que mi mamá me trajera muy bien aliñada no ayudaba para nada a mi espíritu, pues sentía un compromiso muy fuerte hacia el atuendo que portara (que casi siempre consistía en vestidos con mallitas y zapatos ortopédicos a juego) y sabía que mis actividades estaban condicionadas al outfit que mi mamá hubiera elegido para la ocasión.
Así que mientras mis primos u otros niños de mi edad se empeñaban por el primer puesto en ver quién hacía primero girones su ropa, yo sentía el deber de quedarme tiesa en mi lugar, sin ni siquiera poder sonreir, no fuera a ser que una arruga marcara mi faldita.
Bueno, mi acartonamiento llegaba a tal extremo que no concebía la idea de usar huaraches sin calcetas por considerar inapropiado mostrar los pies en público, al grado de llorar por sentir que el aire le daba a mis tamalitos de 18 centímetros si es que mi mamá había osado descubrir mis piecitos.
O sea, que a los cinco seis años ya era una snob hecha y derecha y sin visos de redimirme, perdiéndome para siempre en la senda de lo políticamente correcto a nivel preescolar.
Hasta que me rebelé...
Sí amiguitos, lejos de procurar ensuciar mi ropa y correr como mico por todos lados, destrozando mis zapatos o mis vestidos de gasa, lo que hice fue desgarrar mi timidez y hacerla pedazos siendo todo lo extrovertida que el decoro me permitiera.
Así me fui abriendo paso en la vida en sociedad, riéndome bien fuerte de todo y de todos y celebrando con "Crystal" cada metida de pata que protagonicé.
Hasta que alguien me tocó el hombro y entre susurros me dijo que estaba haciendo el ridículo espantosamente y que antes que apareciera el hombre del ganchito y me sacara del cuello de la escena, mejor le llegara. No fuera siendo que tal frescura se malinterpretara y pa qué iba a querer yo.
Osh, diablos, con nada tengo contenta a la gente, pensaba yo.
Un buen día, pensé en que seria o desmadrosa, de todas formas la gente iba a opinar de mi. Para bien y para mal. ¿Cómo lograr que sus juicios se me resbalaran y su opinión fuera apreciada o bien relegada al rincón? Eso fue algo que me trastornó por completo, pues sinceramente crecí bajo una lupa y darle la espalda al público era algo con lo que no estaba familiarizada.
Pasaron los años.
Y aún sigo debatiéndome en la dualidad de ser reservada o altamente comunicativa, pero algo he aprendido: no se puede ser un libro abierto con todo el mundo y tampoco puedes tener secretos con la gente que te ama. Porque si te ama, te aceptará como eres y si no lo hacen, tampoco pasa nada.
A ver mis queridos escolapios, ¿qué hemos aprendido en estos últimos años?
Respuesta: que la úuuunica persona que debe hacernos feliz, soportarnos, amarnos y aceptarnos con todo y gases a medianoche somos nosotros mismos.
Entonces, muchachitas y muchachitos, láncense a la aventura de ser quienes son, repitiéndose a ustedes mismos que por ello, no se parecen a naiden.
Y si se debaten entre dos cuestiones, resuélvanlas de esta manera:
"Si me va a llevar el diablo, mínimo que sea en un buen coche".
Tan tán.
3 comentarios:
Lo bueno es que en la primaria aprendía a leer en chinga. Así sólo perdí como 20 segundos de mi tiempo.
Ya lo dice el viejo y conocido refrán, aunque la mico se vista de seda, mico se queda.
Es algo parecido a como me vestían... pero para niño (obviamente), igual y todas las personas nacidas el 24 de septiembre, corremos con la misma suerte.
Pos q te puedo yo decir.... a mi siempre me has caido re bien y ultimamente mucho mejor, tal vez no te conosco al 100% y estoy segura q si asi fuera tambien te aceptaba con todo y la pelus (asshh pos ya que)
Gracias comadrita y a vivir como mejor nos plasca eso si, procurando no hacer daño a los q nos aman y amamos! Que tengas un lindo fin!!! Danny Fdez.
Kno: Aunque hayas perdido 20 segundos, te lo agradezco! Me encantó conocer en esta vida a alguien que también nació en el mismo día que yop... bueno, con un año de diferenia :P
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