Bebo café, acaricio gatos que no son míos, ultimamente me visto con ropa que no se tenga que planchar -combine o no- y me encanta comprar libros. Y leerlos, con una taza de café y pan dulce al lado. Llevo comprados 40 libros en menos de 2 meses. Y qué fueron esos meses sino un renacer, un renovarse, un recordar que no hay nada escrito en piedra y que hasta las hormigas viven grandes aventuras entre la entrada de mi casa y el platito de la Michi.
¿Yo viví aventuras?, no lo sabría explicar con exactitud, sin embargo, se que compré 40 libros, bebí más pink drinks que nunca, lloré menos en terapia, abrí un nuevo blog y me sentí una con la lluvia que visitó la ciudad.
Soy... inexplicablemente, inconfesablemente, inesperadamente feliz.
Dando un vistazo a la profundidad de mi alma, debo ser justa y mesurada conmigo misma a la vez que sincera: sí me he sentido culpable, enojada, triste, harrrrrta, con ganas de tirarme de un puente, de dar en adopción al par de ratitas que viven en mi casa, de mandar a la gatita a una pensión para gatitas malas, de correr a los brazos de la mamá que tengo en mi imaginación, de sentir que nunca llego a donde quiero llegar ni de estar al cien por ciento en donde estoy actualmente. He sentido que la vida se me va entre correos, llamadas, mensajes y mi procrastinación crónica, reflejo de mi autoindulgencia y sabotaje. Es como si no me creyera merecedora de lo bueno que he conseguido, como sentirme suspendida permanentemente por miedo a moverme y llamar la atención de la bestia, quien feliz se aproximaría a comerme.
Pero irónicamente, mientras escribo esto siento paz...
Mi alma es receptiva a la belleza, a la ternura, a la amistad, a las atenciones sinceras, a la delicadeza. Siento hermosas flores llenar el hueco que tenía mi cuerpo y que me hizo desear la oscuridad permanente. No es el tiempo el que cura, es lo que los demás te van regalando de sí mismos: palabras, miradas, caricias, risas, milanesas, café... ¡y lloro de felicidad, caray! porque es un estallido de agradecimiento por el color, la música, las letras, los reflejos de mí y mis capacidades, mi gracia en estado puro, las promesas de mis pensamientos y mis resultados.
Mientras, la vida sigue y el tiempo corre y no puede ser de otra manera. Aprendí que nada es permanente ni estático, que somos parte de un mismo oceano, formando olas en conjunto. Que hay acuerdos que se firman con el meñique y que tienen más voluntad y seriedad que aquellos que ocupan sellos y membretes.
Estoy aprendiendo a disfrutar el aquí y ahora, la vida sin el peso de la culpa, los círculos virtuosos. A abrazar tanto el lado luminoso como el oscuro, a entender la dualidad de nuestras acciones y estar en perfecta armonía con lo que es. Nada más, nada menos. A aprender a aceptar lo que es: un presente que se construye con las decisiones diarias de 6 mil millones de personas, de las que no tengo control ni necesidad de tenerlo.
Suelto y confío.
La vida es poesía y tragedia y yo no tengo ni la menor idea de cómo salir con éxito de ella pero, me trepo a la ola una vez y otra más, todo el tiempo; no tengo opción y aún con el miedo a caer al fondo del mar, continúo, pues un bosque marino hay en él y la música es hermosa en la profundidad.
Soy aire y sin embargo, el agua parece ser mi elemento.
Ha de ser por todas las lágrimas que he llorado hasta la fecha... ¡qué ironía!
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