Hace poco más de dos meses recibí un comentario de un muy viejo conocido. Me dijo "escribí una carta roja".
Las cartas rojas eran los esbozos precoces de dos adolescentes que se guardaban las ganas del uno y otro en pos de no encontrar problemas para el futuro. Ambos conocíamos re bien la vieja historia de cómo papá y mamá se habían conocido en la prepa y ¡shush!, se embarazaron y casaron, viviendo una vida precaria en lo que hacían carrera y fortuna. Y aún no acababan de lograrla en mi caso, por ello es que siempre recurrí al ingenio.
Querido: las cartas rojas no las volví a escribir más.
Cuando el negro de un encaje se volvió real, entendí que las pasiones eran bastante simples en los sujetos conocidos. Si acaso me regalaron poesía y complicidad en una relación cruzada, pero no pasó mucho y no se repitió nunca. Éramos de otro y otra y nada parecía más seguro que eso.
Luego vino "la madurez".
Luego vino "la dejadez".
Luego vino "la soledad" y aquí estoy instalada. Claro que puedo escribir cartas rojas pero tener que rendir cuentas a los jefes de mi casa, no sé... me sabe mal.
Si escribiera en forma anónima, estoy segura que me delataría mi sonrisa de conejo en cada suspiro, mis ojos relucirían como chispitas con cada vaivén y seguramente correría la voz de que acá, en lo de Dana, la cosa se ha puesta tan vulgar y prosaica que es mejor darle la vuelta y seguir haciendo lo propio.
Mmm, no sé. Qué más da.
1 comentario:
Encantado por saber que me lees, ojala podamos intercambiar letras o sonidos, dejame saber de ti... Reportate...
Atte. RATA EUFEMIA
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