Son las 23:43 del sábado y según Facebook,
un día como hoy de hace dos años me encontraba muy contenta de la mano del que
en ese momento era el amor de mi vida versión 2.0, disfrutando de una tostada
de pata y unos pulques (not).
Pero después de dos años, el 16
de octubre me encuentra dejando -¡por fin!- dormidos a los niños que viven en
mi casa, molidísima después de un día completo de padecerlos y aquietarlos con
un poco de pizza y jugo. La madre del año, ya sé.
Y mi mente divaga… cuando tuve la
edad de Alo mis papás tenían 26 y 25 años respectivamente, acabábamos de
mudarnos a la Avenida Insurgentes y todo el día se la pasaban escuchando “Antología”
de Silvio Rodríguez, Inti Illimani (desde esa época ya coreaba aquello de “el pueblo
unido jamás será vencido… de pieeee cantar, que vamos a triunfar, avanzan ya
banderas de unidad y tuuuuú vendrás marchando junto a mí y así verás tu canto y
tu bandera florecer…” or something like that.) y ya cuando recordaban que una
infante vivía en ese depa, ponían a los hermanos Rincón y su “Niño Robot” o ya
de perdis, a “Cri-Cri”. Leía a Mafalda y cuando quería hablar de ella con mis
amiguitas de la primaria, no entendían cómo eso tenía que ver con “Rosa Salvaje”.
No sentía que pertenecía a algo.
Cuando tuve la edad del Matius,
mis papás tenían 33 y 32 años respectivamente, aún vivíamos en Avenida
Insurgentes y la adolescencia me tenía podrida. Seguía sin encontrar mi lugar
en el mundo, a excepción de las horas en la Biblioteca de la escuela o en mi
clase de Danza, donde era la única niña que usaba zapatillas de Ballet y las
demás usaban las que vendían en “Casa Rosita”, en el mercado de San Cosme. Lo
escribo porque nadie me dio un premio por eso, ni mis bonos subieron por saber
hacer “pliés” antes de saltar y caer sin hacer ruido. Nop, nada.
Y es entonces que me encuentro
escribiendo esto en una madrugada que solía estar intoxicada de “quemaditos” de
Matusalem y muchas risas grabadas. Escribir a veces exorciza y hoy como que se
antoja echarse un padre nuestro para acallar demonios que no dejan disfrutar de
la soledad de la noche con sabor a café.
No siento que encuentro mi lugar
en el mundo aún, sin embargo creo que la tranquilidad de un par de
respiraciones acompasadas e inocentes son más de lo que puedo desear por el
momento.
A la lista de "Cosas ya de por sí raras en mi" yo le añadiría: 'Escribo'.
¿Algún día me atreveré a escribir
para acabar de una maldita vez con esta urticaria?
Como dicen Los Bunkers: “Lo
intento todo para ser mejor de lo que fui, no hay nada nuevo bajo el sol, y
escombros de un amor que pueda recoger. No tengo nada que esconder”…
Mejor, capaz que Hacienda está
leyendo esto y se le ocurre una bendita auditoría emocional, jajaja.
Abur!