viernes, 3 de julio de 2015

SOLO PALABRAS.

Una semana se iba a ver reducida a tres días en la vida y de repente, se juntó otra semana de manera tan grosera, como cuando lavas ropa negra y sorpresivamente al día siguiente vuelves a tener un tambache de ropa negra de nuevo, pero esta vez de mugre. No se, no me siento con ganas de explicarles esta metáfora de lavandería...
Es absurdamente extraño esto del tiempo, pero -bostezo- siempre es lo mismo conmigo y este espacio. Así que...don't.
El viernes pasado recreé mi pupila viendo "Steel Alice"...oh, perdón: "Still Alice" y fue una verdadera -pausa dramática- ¡epifanía!. Pero sinceramente lo fue hace una semana, estuve traumada como por cinco minutos con la idea de perder mis mejores atributos (y no me refiero a las chichis de canica que se me están haciendo gracias a la lactancia) sino a mis queridas memorias, recuerdos, conocimientos...al intelecto, pues.
Fue una cosa de sudor frío, básicamente. La sola idea de 1.- ser genial sin haber muerto en el intento pone la carne de gallina a cualquiera, pero el hecho de ser genial sólo en tu imaginación y que luego esa idea se borre de tu cabeza al parejo que se borran tus recuerdos, tu realidad...es como para chiflar y gritar "¡esquina, bajan!". Seriamente.
Amaneció, no escribí nada por congelarme ante el terror de que todo hubiese sido un sueño (y como no lo fue, pues simplemente me dediqué a ser mamá y a colgar la ropa en ganchos) y el sábado tuve la necesidad de sentirme intelectual, así que me amarré el rebozo y me lancé desde una despeñadero para caer en la sala número 1 del MUAC  donde dejé constancia de mi apoyo a la lactancia materna, a la ferberización, al libre albedrío y a alentar el progreso creativo del Matius que no dejaba de pegar estampitas en su mapa. Muy intelectual, lo se.
La muestra de Vicente Rojo hubiera sido un suculento bocado si hasta ese recinto de los dioses no hubiera llegado una noticia de nuestro más siniestro presente. Las cosas no funcionan tan bien en la constelación familiar pero... sinceramente eso ya me importa un carajo.
Marmota y yo apechugamos y disfrutamos de nuevo como novios los entusiastas intentos de nuestros hijos por evitar sustraernos de nuestra realidad con demandas de chicharrones, raspados y un filete de venado que el "Azul y Oro" prometía bastante bueno. Orita no, jóven, que solo vamos de paso (¿y quien no, dulzura?)
La idea de que esos momentos, hasta ese tiempo vividos, fueran a desaparecer seguía siendo una real posibilidad para mi. Mientras nos dirigíamos al cine me estaba imaginando entrando a una habitación llena de gente extraña y por supuesto desconocida y yo sonriendo estúpidamente, sin tener idea de nada... ay cielos, ¿no pudimos escoger mejor película que "Intensa Mente"? Marido, ¿qué no estás viendo la confusión pintada en mi cara? ¿acaso no luzco como toda una existencialista (con boina francesa y toda la cosa) mirando un punto fijo y pensando en que esta realidad es solo un espe...ok, sí, mis "Nachos" con todo y un Icee sabor uva/manzana...yupi, ya va a empezar...
Y todo este jaleo no es más que una cortina de humo para ocultar lo que en realidad me aterra en un plano más personal, más egoísta: la tal Alice comienza olvidando palabras. Palabras. ¡PALABRAS!... dios, las palabras son tan hermosas, tan parte de mi, tan yo, que la simple idea de perderlas, olvidarlas, no encontrarles un acomodo o una manera de moldearlas (como cuando juego con la play doh y desespero a Mateo con mis figuras sin sentido. Nunca un pene, obviamente) es muy sobrecogedora.
Yo se mis limitantes (o creo conocerlos) y no podría pretender siquiera que si llegara a olvidar palabras (mis palabras) el mundo sufriría una pérdida inconmesurable, pero a veces siento que si sigo colgando ropa o llevando mentalmente la cuenta de cuántas horas me faltan para que mis hijos duerman y entonces pueda venir a acariciar lentamente las sílabas, las yuxtaposiciones o las grafías, terminaré por volverme loca y mandar todo al diablo.
Ok... creo que a Alguien lo vino a visitar Alguien.
Muchas veces pasamos por alto las señales que nuestro inconsciente va dejando por ahí como miguitas de pan para que encontremos el camino de vuelta a nuestros anhelos o sueños. Si somos miopes, seguramente nos internaremos más y más en ese bosque de las cosas que no pedimos pero que ya no podemos eludir (como esa bendita hipoteca que...bueno) y si nos ponemos abusados terminaremos de vuelta al camino que nos trazamos y que sin querer (o por culpa del Alzheimer selectivo) olvidamos. 
Yo pienso que me hace falta dejar de comerme el pan y poner atención al camino. 
Por el bien de mis palabras y el mío. Y -of course-, el de ustedes, queridos menos cinco intensos lectores de siempre...

***

(¿Se aventó todo este rollo para justificar el hecho de no escribir la semana pasada? ¡Qué descaro!)


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