viernes, 10 de julio de 2015

NO ES CULPA DE LA FELICIDAD

Cielos, tengo tiempo para escribir, no lo puedo creer ...oh-oh, olviden lo del tiempo: mis hijitos han tocado tierra y ya se escucha que despiertan. ¡CRAP!
Mientras comienza el ajetreo de cobertores en movimiento, piecitos corriendo y una batalla por mi atención entre un "mami, quiero avena"  y unos gu gus que seguramente han de significar "cámbiame el pañal", "dame teta", "méceme" y "déjame morder tu nariz" respectivamente, trataré de explicar cómo es que he vuelto al gimnasio (y el clamor general se une en un "¡ayyyyy, qué huevaaaaaa!")
Ok, ok, no platicaré de eso. Ya es bastante conocido que me cargo una panza horrible y que mi ánimo necesita a veces un empujón y por ello necesito ponerme en movimiento. Eso y que así puedo escuchar esas rolas que aún estando sola me daría pena escuchar ("mi chica virtual, mi chica sensual...").
Bueno, ya, ¡pongámonos serios!
Serios... seria... ser seria... "eres una niña muy seria... ¿estás enojada? ... uy, qué niña TAN seria"...
 ¡¿Qué le ha pasado a mi subconsciente que ha recordado esto?!, ¡¿quién ha despertado al monstruo?!
¡Oh!... (sollozo)
Cuando era chica, era una chica seria. O sea, seria-seria. De ese tipo de seriedad que con una mirada te pone quieto y te dice "a mi no me vengas con estupideces". Y tenía cinco años. O cuatro. No podían sacarme una sonrisa con tan solo acariciar mi mejilla y hablar con voz tipluda, no me reía fácilmente ante un cariño, una sonrisita, una pregunta amable... En serio, (osh) no recordaba nada de esto.
Si me siento a analizar mi vida (hueva mil en estos momentos en los que mis hijos lloran de hambre pues ni avena ni teta hay), podría descubrir por qué era tan seria, qué razón de ser tenía el que fuera tan hermética y en qué momento cambió aquello.
Si les preguntan a mis amigos, la mayoría diría que para nada soy así, que la sonrisa vive permanentemente en mis labios (sí, sueno a lunática pero básicamente así es) y que no hay momento alguno en el que yo actúe de manera seca y cerrada. Pero ¿saben qué?, debería.
A los treinta y cuatro años no es posible ser tan feliz, ¡bum, lo dije!
Acabo de darme cuenta lo culpable que me siento de ser tan feliz ¡bum, lo volví a decir!
Estoy pasando una etapa súper hermosa en mi vida ¡bum, again!
Y es por eso que no tengo tema esta semana, porque la desgracia vende pero la alegría apendeja y yo estoy muy alegre, ergo...
Platicaba con mi mamá una tarde de martes -entre un pozole y un café del Sanborns- que estaba viviendo un momento muy feliz de mi vida y que me daba miedo que aquello acabara, que algo llegara y empañara esa felicidad de película, que me diera cuenta que no era genuina y que tan solo era el precedente de una desgracia muy cabrona... todo eso entre chomp chomps y risas bobas por mi parte y una mirada baja y serena por parte de mi mamá. Y bueno, palabras más, palabras menos dijo: "Así es la vida, hijita, no puedes asegurar nada; solo puedes disfrutar cada momento".
¿Será que la niña seria que fui me hubiera dado aplomo para poder entender que la felicidad es y punto?
¿Fui seria por todas las circunstancias medio dolorosas de mi infancia y al liberarme de ellas al fin pude sonreir?
¿Necesito ir de nuevo al psiquiatra para que me ayude a darme cuenta que tengo permitido ser feliz?
¿Cómo dejo ir el sentimiento de culpa por tanta felicidad?
Pues son muchas preguntas y pocas respuestas en concreto. Por lo pronto lo único que se me ocurre para matizar tanta incoherencia (con el panorma actual) es una canción de Silvio Rodríguez y que de alguna manera da paz al sentimiento de culpa por ser feliz "Soy feliz, soy un hombre feliz y quiero que me perdonen por este día los muertos de mi felicidad..."

""Mamáaaaaaa...!"

¡Ok, ahí voy! (se esconde la felicidad por un momento)

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