viernes, 14 de noviembre de 2014

EN LA FERIA...

Escrito por la mujer que piensa que su gata Peluss
es su amiga.
Hoy viernes volveré a la Feria del Libro Infantil y Juvenil. 
Voy como cada año de mi vida. Ya son 34, así que échenle cuentas.
Voy con gusto y emoción para reencontrarme con la nenita que leía Mafalda a los cinco años y repetía como lorito lo de tener "conciencia gremial". Voy con el fervor de quien va a la Villa a dar gracias a fin de año por los favores recibidos y es que el mío es un agradecimiento a mi mamá (que en vez de ir a la Universidad me llevaba "de pinta" a la Feria, cuando la organizaban en el Auditorio Nacional) y a mi papá, quien es un adulto con alma de niño (el sábado pasado lo caché viendo Plaza Sésamo. El Matius ni figuraba por ahí, así que no era pretexto).
Ir a la Feria es como ir a la feria. Sólo que los mareadas y guacareadas no son por culpa de los juegos mecánicos sino por las vueltas que doy sin cesar por cada uno de los stands, tratando de encontrar el libro perfecto. Lo curioso es que ni siquiera los busco para obsequiárselos al Matius, sino para mi propio deleite.
Pienso que la literatura infantil es un género que ha sido infravalorado y hasta se le ha faltado al respeto con tanto mercadeo de productos disney y nickelodeons (¡es que cómo es posible que Dora la Exploradora o la Sirenita vendan más libros que un Tío Patota o una Olga Cuéllar, chihuahuas!). Y bueno, si es cierto que me encanta leer libros infantiles porque es una manera de conservar la capacidad de asombro, la imaginación y la sensibilidad. Los libros-niño son el primer escalón de mi gusto por leer.
Anteriormente la Feria tenía un aire hippie pues todo era regalar globos, colores, ediciones sencillas de libritos... en los talleres se usaban envases de yogurt y pintura para crear el sistema solar y La Trouppe nos deleitaba con "Opus Estos"... vendían nieve de leche quemada y Sara Gerson autografiaba nuestros libros de "Los viajes de Pluvio".
 ¿Todo era más simple o es que yo iba por la vida con ojos de inocencia y no era mi trabajo el pensar en los precios de los libros y en si compraba un disco de los Hermanos Rincón o un kilo de carne?
Ciertamente sigo yendo a la Feria como un ritual, pero también porque creo que se educa con el ejemplo y si el Matius algún día terminará en un diván, al menos que no me culpe de no haberle inculcado el gusto por la lectura o de no procurarle una herramienta que lo hará mejor persona, como creo que lo es la literatura.
¿Dónde estarán esos niños que junto conmigo compartimos horas de lectura? ¿Seguirán leyendo, son padres, estarán llevando a sus hijos a la Feria?
Misterios que las encuestas de "tres libros al año es el promedio que el mexicano lee" no alcanzan a revelar...
Tal vez sea cuestión de tiempo.
Y de fe.
Feliz viernes, queridos menos cinco lectores de siempre; si van a gastar su "Buen Fin" en una tele ni me platiquen.
*Pone carita enojada


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