Antes de que siga perdiendo el tiempo revisando chismerajos y cotilleos acerca de la entrega de premios Oscar, mejor entro en materia. Un poco para desperezarme y un poco para ejercitarme.
¡Qué les cuento, manitos!
Que contrario a mis predicciones y creencias, el sábado me encontraba yo muy bien dispuesta a abuchear a los Tigres de la Universidad de Nuevo León en un partido cara a cara, cuerpo a cuerpo, contra ... el Cruz Azul.
¡QUE QUEEEEEEEÉ!
Sip, tal como lo leen: el sábado estaba sentada en el mismísimo Estadio Azul, con mi cara de "what the fuck?" y observando como iban y venían los vendedores de cueritos con chile, sopas Maruchan, tortas de queso de puerco y otras gourmandises propias del evento, ante las miradas francamente extasiadas del Matius y su sacrosanto padre.
Para mi, ese fue el fin del mundo.
Al menos del mío, porque para algunos padres (incluyo a los míos) los hijos representan una extensión de sí mismo. Así que a mi me rompió el corazón que el Matius transfiriera sus ardores futbolísticos a los "buenosparanada" cementeros en vez de los "siemprealegres,galanesyuniversitarios" Pumas.
¿Que cómo fue que caí tan bajo en mi escala de valores? Bueno, la verdad es que no es para tanto.
Así como han caído varios ídolos frente a mis ojos, también han caido de mi cabeza varias ideas estúpidas que solo me han tenido un poco más obtusa que de costumbre, pero que con el paso del tiempo y de los madrazos he aprendido a reevaluar y reconsiderar.
Sí, lo saben: el planeta se está desmoronando, al país se lo está cargando el carajo, mi colonia está empezando a ser "demasiado popular" (cualquier cosa que eso signifique), pero yo siempre le iré a los Pumas de la UNAM y ESO es lo importante, pero no por ello se me irá de las manos la oportunidad de estar cerca del Matius y su padre. Aunque ello implique el gritar porras y "¡vivas!" a un equipo de futbol que es acérrimo enemigo del de mis amores. ¡Ay!
Y miren, a lo mejor solo es acompañarlos a un partido de fut y no es algo taaaaan trascendente, pero sí estoy convencida de que la cuestión es apoyar a la familia en las decisiones que cada miembro toma.
Es el sencillito "me caga, pero te amo y por eso lo apoyo" sin martirologios, sin doble intención y sin chantaje oculto.
De veras que uno puede ser lo más radical en cuanto a sus ideas y creencias, pero cuando van de por medio tus afectos, lo menos que podemos hacer es ceder un poco, en un acto puro de amor.
Sí, se escucha difícil, sobre todo cuando somos padres y las elecciones de nuestros hijos las percibimos como si fueran las nuestras.
Es difícil plantar buena cara ante las consecuencias visibles de tales decisiones, pero más difícil será el no respetarlas y combatirlas y después darnos cuenta lo solos que nos quedamos a mil kilómetros a la redonda.
Es acompañar a nuestros hijos o seres queridos en un doloroso autoconocimiento que seguramente traerá uno que otro trago amargo, pero que sin duda nos acercará como nunca con los verdaderos protagonistas de nuestra historia.
Ahorita es el equipo de futbol; se que en unos años serán las amistades, el gusto musical, la pareja, la moda, la ideología política... A mi generación ya le toca el cerrar poco a poco la brecha con sus hijos que aún se percibe insalvable en estos días.
Tal vez el papel más importante en estos momentos no está en luchar por los derechos de mis congéneres, patrocinados o vecinos, sino en defender las creencias de mi hijo.
Y así, poco a poco, ir moldeando a una -¡UNA!- persona libre, que acepta sin rechistar los derechos de las demás personas.
Con uno, menos cinco lectores de siempre, ya la llevamos de gane en este mundo.
(¡Aaaaaazul! ... ¡Aaaaaazul!)
Chale...