sábado, 5 de enero de 2013

¡Bienvenida Monarquía Consumista!

Hay cosas que sólo se escuchan -o leen- mejor en cierto idioma, así que no hay por qué enojarse por el título, si?
Están a punto de acabar las vacaciones del Matius y mañana llegan los Reyes Magos.
Cuando yo era niña (aúllen, lobos!), las vacaciones de diciembre eran chidas porque las pasaba con mi mamá. Nada de cursos de verano apestosos ni otra cosa por el estilo. Era estar calientitas y bien provistas de las chucherías de la época.
La cena de Navidad invariablemente se celebraban con la Abuela Ofe; mi papá solía hacer las piñatas con la casi prehistórica olla de barro y las figuras iban desde un payaso hasta una rosa, pasando por un barco y un rábano.
La fiesta de Año Nuevo la disfrutaba con la familia de mi mamá; intercambiábamos regalos y a mi casi siempre me tocó regalarle a mi primo Gabriel y viceversa. Sobra decir que ninguno de los dos recibió lo que quiso, pero a ambos nos regañaron por igual por creer que nos revelábamos los regalos. La verdad es que siempre estábamos planeando robarnos las uvas, pues aprendimos que lo de los regalos era un asunto perdido para todos.
Y luego, la víspera de Reyes...
Como viví en esa época por el centro, la noche previa al 6 de Enero era típico que pasearamos por la Alameda Central, antes de que la remodelaran y mandaran a la goma a los sets fotográficos de los meros Reyes Magos. Nos tomábamos la foto y yo por más que tratara de parecer seria e interesante, las barbas sintéticas me hacían reir y enseñar tremenda mazorca sin querer.
Terminado el shooting, pasábamos a escoger el globo que llevaría mi carta a las mismas personas con las cuales me había retratado previamente (supongo que sus achichincles recibían y clasificaban las cartas, mientras los patrones se tomában fotos en la Tierra) y luego de varias pruebas de vuelo, lo soltaba junto con otros chavitos en el Hemiciclo a Juárez.
Luego de sendos atascones de churros y otras gusguerías, retornábamos a nuestro hogar a esperar a que Melchor, Gaspar y Baltazar hicieran su arrivo trayendo mis chivas.
Al día siguiente, lo primero era hacer el check list de mi pedido y no es por nada, pero los Reyes siempre se lucieron conmigo.
He de decir que siempre me trajeron lo que pedí (excepto a los 25, pero esa es otra historia), creo que bien pueden considerarme entre los afortunados que están agradecidos con ellos y tienen cero demandas mías en el Tribunal de la Haya por incumplimiento de contrato.
Después de descubrir los juguetes y de que la primera emoción pasaba, lo segundo era llamar a mis primos para indagar lo que les habían traído, gozar, comparar y olvidar la información, para entonces empezar a dar lata con los juguetes.
Sí, los Reyes Magos son de los recuerdos más bonitos de mi niñez y lo que más disfrutaba en la vida...hasta que me convertí en la mamá del Matius.
¡Dios, qué problema es esto de detentar ahora la corona!
Aparte de que sangran el presupuesto familiar (adiós zapatos "Dentelle" de Christian Louboutin!) encontrar los juguetes soñados se convierte en una odisea peor a la de la búsqueda de drogas sintéticas en Ajijic (ay cielos, qué horrible comparación)
Simplemente los juguetes de éste año han sido los más sufridos puesto que yo creí ingenuamente que el Matius ya se había decidido y cuando hizo sus cambios de último momento ¡sopas! era demasiado tarde para encontrar el regalo ideal.
Y luego está el ponerse de acuerdo con el papá de Matius: él le va a comprar esto, pero yo ya se lo había comprado, pero entonces él quiere otra cosa, pero yo no, pero... ¡puro problema por unos cuantos juguetitos!
Por el momento, aún sigo en la búsqueda de los últimos obsequios y yo espero que por la noche, el Matius esté exáusto para que yo pueda acomodar sus regalos, mientras me zampo las donas con leche (¡iugh!) que les dejará como cebo.
Con todo, qué delicia será ver su carita de sorpresa al despertar y ver los cerros de pistas jotgüils y pelotas y chunches varias que pidió...

... ¡Eso si las encuentro pronto!

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