Díganme, ¿hoy es viernes?
Porque cuando las vacaciones ya se encuentran en un punto álgido, un punto en el que los días suelen escurrirse como espaguetis aguados, es difícil precisar el día en el que una existe.
"Vacaciones de verano" raramente significan "tortura y tedio", pero -como siempre- en mi caso ha habido excepciones...
Antes de retrotraer el pasado, chapotearé brevemente en la agridulzura del presente y lo primero que haré será preguntar muy ingenuamente si de puuura casualidad conocerán ustedes un curso de verano para ¡gatos!
De verdad y a riesgo de que me tachen de mentirosa, ¡ya no se que hacer con el Matius y el gato! Se la pasan peleando todo el santísimo día, el gato le hace maldades, Mateo lo muerde, el gato lo rasguña, Mateo lo saca de la casa, el gato se avienta con toda su gatunez a la puerta, haciéndo un ruiderajo tal, que pareciera que a diario judiciales intentan notificarnos alguna orden de aprensión... Es terrible.
El Matius es un niño muy dulce y obediente, pero pues -al fin, hijo mío- también tiene su maldíto genio y el gatito saca lo peor de él. Así que por ello, he decidido meter al gato en un curso de verano, para que rasguñe, rasque, duerma, coma y se aparee como se le de su regalada gana.
Y se preguntarán, con toda la obviedad de la que son capaces que por qué no inscribo mejor al Matius al mentado cursito.
Bueno, la cosa no es tan fácil. En primera... (jajaja, iba a repetir "la cosa no es tan fácil") mi pésima planeación del tiempo libre nos tiene literalmente agarrados de las garras. Con trabajos, tal vez podamos ir un fin de semana a Querétaro y eso aún está en veremos... (Acabo de recordar algún link vía Qro.-verano-etc, pero ese tema se coce aparte)
Y segundo, los cursos de verano tienen muy pobre recomendación para mi.
Siendo hija única durante un reinado de nueve años, las opciones que mi santa madre tenía para entretenerme/cuidarme en verano eran muy escasas. Tenía la opción de dejarme en casa de mi Abuela Ofelia y tal cosa me hacía feliz. Me acuerdo perfecto de su desván poblado de los libros, pinturas, música y revistas de sus hijos solteros -que eran la mayoría, mi padre era su único hijo casado- y las hooooras que yo pasaba en ese cuarto atestado de cachivaches y polvo achú.
Pero no aguantaba tanto tiempo lejos de mi casa, de mis juguetes, de mi particular forma de alimentarme (la abuela no creía en cosas como: Cheez-wiz, danoninos, mermelada, chococrispix, mayonesa, etc.)
Así que la segunda opción número dos para entretener a la bestiezuela eran los mentados cursos de verano. Seguramente nadar y "convivir sanamente al aire libre" eran opciones muy recomendables que a mi madre convencieron, no creo que se fuera por el lado "dónde pueda estarse en paz, es bueno"
Así que a partir del verano del '88, mis veranos estuvieron comprometidos con las "Jornadas Infantiles de Verano del Departamento del Distrito Federal"... aplausos.
Tales "Jornadas..." eran (o son, no lo se) el ejemplo más explícito del maltrato infantil.
Para empezar, las instalaciones donde se llevaban a cabo dichos cursos, eran los balnearios más apestosos, ruines y temibles del inframundo burocrático. Nombres como "Deportivo 18 de Marzo", "Balneario Las Termas" y "Deportivo Olímpico 1° de Octubre" sonaban más como a casas embrujadas que a remansos de paz.
Y bueno, las "hostess" de dichos lugares no eran las damitas llenas de vitalidad y nociones de pedagogía, psicología y un ligero toque de sentido común de varios cursos que se respetan. Parecían sacadas de la película "Alcatraz, fuga imposible" en su versión femenina de lo "cariñosas" y proactivas que eran.
De verdad que era muy deprimente ir a esos cursos, donde nadabas en agua semi clorada (la otra mitad era una sustancia de dudosa calidad), donde convivías con niños de tu misma edad pero con diferentes aspiraciones en la vida y no me refiero a que yo quisiera ser astronauta y ellos papeleritos, sino que a mis siete años, difícilmente quería ser novia de alguno de los caballeritos precocitos que por ahí pululaban y donde lo más emocionante que recuerdo, era haber jugado a "las novelas" con las niñas, siéndo nuestra favorita "Dulce Desafío".
Argh.
Todos los días rogaba a mi mamá para poder quedarme en casa a ver caricaturas y atiborrarme de azúcar -lo normal en aquella época- y todos los días me llevaba arrastrando con mis shorcitos y mi cantimplora plástica de tapa roja (a la que inexplicáblemente siempre se le salía el agua de limón y que cuando el agua era simple, la chunche esa quedaba herméticamente sellada)
Pues bueno, la verdad es que mis días infantiles de verano transcurrieron tristemente en esos cursos, con sus honrosas excepciones como los viajes a Cancún, al rancho de la abuela Luisa y una que otra visita a mamá en su oficina.
Así que, con todo y mis gruñidos con respecto a que ya no se a dónde más llevar al Matius, con qué entretenerlo y a quién endilgárselo por unos minutos, sigo firme en no inscribirlo a ningún curso.
Aunque, ¡vamos!, apenas llevámos quince días de vacaciones...
No se sorprendan si la próxima semana les cuento que el Matius (y el gato) se encuentran chapoteando de lo lindo en algún lugar de la mancha (urbana), de cuyo nombre no quiero acordarme...
¡Feliz Viernes!