“Le gustas a Fulanito”
Tal frase me la espetó una amiga en la secundaria
y desde ese momento mi mundo se tambaleó. Para mal, claro, como no puede ser
de otra manera cuando se lleva por nombre “Dana” y se tiene la suerte más
adversa.
A decir de las y los romántic@s empedernidos, el saber
que alguien te ha elegid@ a ti, de todas las criaturas del universo –y entendamos
por “universo” al centro escolar y dos o tres cuadras a la redonda- es el
halago más supremo que existe en todo lo imaginable y más allá. Jamás se
habla al respecto cuando el adorador es la persona que más corto circuito
provoca en tu sistema. Pa pronto, que el cuachalangueo no es inversamente
proporcional y tú mueres de vergüenza ante la sola idea de ser el objeto del
afecto de una persona non grata a tus sentidos. ¡Sacrilégio!
Esto y más fue lo que me sucedió una tarde tranquila en
el periódo conocido como “la secun” y que a fuerza de estar soñando
perpetuamente con dicha etapa, me veo en la necesidad de exorcizarla de una
vez y para siempre, a riesgo de perder alguno que otro recuerdo más o menos
grato en el proceso.
Como ya saben mis más fieles menos cinco lectores de
siempre, la secundaria fue una de las etapas más lamentables en lo que llevo
de existencia: una personalidad rara e incomprensible, aún para mi,
frenos/frenos/frenos, un copete exageradamente abultado y en general una
autoestima y un físico nada envidiables. Pero aún así, tenía mi pegue ¡y qué
pegue! La fila de pretendientes que tuve se puede comparar y hasta superar a
la sección del horror del Museo de Cera.
Uno de ellos ostentaba el sobrenombre de “El Guayabo”. Y
no, queriditos míos, no era exáctamente por lo que sus mentecitas
angrybirdosas están pensando, era porque efectivamente parecía una guayaba:
blanco/transparente y con pecas. Cientos de ellas.
El mentado “Guayabo” era el típico sparring de los
meros malos. Si había a alguien a quién bullear, ahí estaba el “Guayabo”. Que
si se tenía que llevar a cabo una empresa más o menos riesgosa, en aras de
procurar la interrupción del orden, el “Guayabo” era el conejillo de Indias
para tal efecto.
O sea, era el típico nerd con ganas de ser tomado en
cuenta por los populares, el que siempre terminaba pagando los platos rotos y
sin el beso de la chica. Al menos no el de la guapita.
Pues tal sujeto era el que pretendía llegar a ser mi
mero amor. Yo estaba lejos de imaginar que tal cosa pasaba, la verdad es que
me encontraba inmersa en un romance imposible, pues el hecho de no ser
popular no era motivo para que no gustase yo de los populares. Así que el “Guavo
boy” pasaba sin pena ni gloria por mi órbita... hasta que llegó la temida
frase.L
La compañerita del taller de Danza llegó un día con la
radiante noticia que les comenté al principio. Soltó su “buena nueva” con una
felicidad tal, como dando por seguro el que yo también palpitaba de amor
ciego por “G”. Dicha seguridad no sólo me dió color de lo que parecía ser
evidente a los ojos de la sociedad esansosa: que el “Guayabo” y yo eramos a match
made in heaven (lo cual me ponía al mismo nivel “freak” que él), sino que me
ofendió por el hecho de pensar que yo era afortunadísima al ser pretendida “aunque
sea” por alguien, y que tal suerte me haría el favor de dejar mi soltería
juvenil. Tan cucha yo, ¿verdad?
Y para descargar mi furia y darle un merecido castigo a
tan pretencioso jóven, le mandé decir con la misma emisaria que él TAMBIÉN me
gustaba. En un intercambio apasionado de “dimes y diretes”, el asunto quedó
armado.
El chico –oh, ahora entiendo el karma que cargo- pasaba
por mi a mi salón para comentar dos que tres frases sin sentido y yo callaba.
Me enviaba cartitas, mismas que las devolvía. Intentó besarme y recibió una
fría acogida... en fin, una chulada de grosería y bajeza de espíritu de la que
hasta ahorita me arrepiento (no antes)
Dejé entrever que el “Guayabo” era débil de carácter, ¿cierto?
Pues qué creen, que llegando a colmar su paciencia de enamorado, me plantó
cara en un receso y me espetó: “¡No mereces que yo te quiera!”
¡Cáaaaamara!
No pues sí, Iván podía ser lo que quisieran los demás,
menos el petimetre de una señorita de –en ese entonces- muy malos bigotes.
Así que aquel sujeto que anteriormente me pareció tan desproporcionado para mi ánimo, cobró valor a la vista de mi orgullo maltrecho y ¡por fin! pude sentir una cosquilla en la panza por él.
Pero, demasiado tarde, él al darse cuenta del efecto que sus palabras hubieron de producir en mi, tuvo a bien despacharme para enredarse con una chica menos fresa y pesada que yo.
La cual llevaba el insólito apodo de... "Papita".
Lo digo: Dios los crea y en la ESANS los junta.
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viernes, 11 de mayo de 2012
El amor tiene rostro de guayaba.
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2 comentarios:
Ah, la secundaria!!! Muy buena historia!!! Qué caray, así es esto de las gelatinas: unas cuajan y otras no :P Me recordó lo que le pasó a un amigo pero luego te cuento la historia porque no quiero convertir un comment en un post dentro de otro post, jejeje. Me gusta la palabra petimetre, no cualquiera la usa ya hoy en día, lo mismo que 'currutaca'. En fin. :) Un abrazote para vos y feliz fin de semana!!!
Tamal de rata
y para variar yo no recuerdo al tal Guayabo! Pase de noche la Secu? que mala memoria tengo!
Jamás crei que la secundaria hubiese sido tan terrible para ti, para mi fue la mejor época!
P.D. Perdon por leerte hasta hoy!
Danny Fdez.
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