viernes, 11 de mayo de 2012

El amor tiene rostro de guayaba.

“Le gustas a Fulanito”
Tal frase me la espetó una amiga en la secundaria y desde ese momento mi mundo se tambaleó. Para mal, claro, como no puede ser de otra manera cuando se lleva por nombre “Dana” y se tiene la suerte más adversa.
A decir de las y los romántic@s empedernidos, el saber que alguien te ha elegid@ a ti, de todas las criaturas del universo –y entendamos por “universo” al centro escolar y dos o tres cuadras a la redonda- es el halago más supremo que existe en todo lo imaginable y más allá. Jamás se habla al respecto cuando el adorador es la persona que más corto circuito provoca en tu sistema. Pa pronto, que el cuachalangueo no es inversamente proporcional y tú mueres de vergüenza ante la sola idea de ser el objeto del afecto de una persona non grata a tus sentidos. ¡Sacrilégio!
Esto y más fue lo que me sucedió una tarde tranquila en el periódo conocido como “la secun” y que a fuerza de estar soñando perpetuamente con dicha etapa, me veo en la necesidad de exorcizarla de una vez y para siempre, a riesgo de perder alguno que otro recuerdo más o menos grato en el proceso.
Como ya saben mis más fieles menos cinco lectores de siempre, la secundaria fue una de las etapas más lamentables en lo que llevo de existencia: una personalidad rara e incomprensible, aún para mi, frenos/frenos/frenos, un copete exageradamente abultado y en general una autoestima y un físico nada envidiables. Pero aún así, tenía mi pegue ¡y qué pegue! La fila de pretendientes que tuve se puede comparar y hasta superar a la sección del horror del Museo de Cera.
Uno de ellos ostentaba el sobrenombre de “El Guayabo”. Y no, queriditos míos, no era exáctamente por lo que sus mentecitas angrybirdosas están pensando, era porque efectivamente parecía una guayaba: blanco/transparente y con pecas. Cientos de ellas.
El mentado “Guayabo” era el típico sparring de los meros malos. Si había a alguien a quién bullear, ahí estaba el “Guayabo”. Que si se tenía que llevar a cabo una empresa más o menos riesgosa, en aras de procurar la interrupción del orden, el “Guayabo” era el conejillo de Indias para tal efecto.
O sea, era el típico nerd con ganas de ser tomado en cuenta por los populares, el que siempre terminaba pagando los platos rotos y sin el beso de la chica. Al menos no el de la guapita.
Pues tal sujeto era el que pretendía llegar a ser mi mero amor. Yo estaba lejos de imaginar que tal cosa pasaba, la verdad es que me encontraba inmersa en un romance imposible, pues el hecho de no ser popular no era motivo para que no gustase yo de los populares. Así que el “Guavo boy” pasaba sin pena ni gloria por mi órbita... hasta que llegó la temida frase.L
La compañerita del taller de Danza llegó un día con la radiante noticia que les comenté al principio. Soltó su “buena nueva” con una felicidad tal, como dando por seguro el que yo también palpitaba de amor ciego por “G”. Dicha seguridad no sólo me dió color de lo que parecía ser evidente a los ojos de la sociedad esansosa: que el “Guayabo” y yo eramos a match made in heaven (lo cual me ponía al mismo nivel “freak” que él), sino que me ofendió por el hecho de pensar que yo era afortunadísima al ser pretendida “aunque sea” por alguien, y que tal suerte me haría el favor de dejar mi soltería juvenil. Tan cucha yo, ¿verdad?
Y para descargar mi furia y darle un merecido castigo a tan pretencioso jóven, le mandé decir con la misma emisaria que él TAMBIÉN me gustaba. En un intercambio apasionado de “dimes y diretes”, el asunto quedó armado.
El chico –oh, ahora entiendo el karma que cargo- pasaba por mi a mi salón para comentar dos que tres frases sin sentido y yo callaba. Me enviaba cartitas, mismas que las devolvía. Intentó besarme y recibió una fría acogida... en fin, una chulada de grosería y bajeza de espíritu de la que hasta ahorita me arrepiento (no antes)
Dejé entrever que el “Guayabo” era débil de carácter, ¿cierto? Pues qué creen, que llegando a colmar su paciencia de enamorado, me plantó cara en un receso y me espetó: “¡No mereces que yo te quiera!”
¡Cáaaaamara!
No pues sí, Iván podía ser lo que quisieran los demás, menos el petimetre de una señorita de –en ese entonces- muy malos bigotes.
Así que  aquel sujeto que anteriormente me pareció tan desproporcionado para mi ánimo, cobró valor a la vista de mi orgullo maltrecho y ¡por fin! pude sentir una cosquilla en la panza por él.
Pero, demasiado tarde, él al darse cuenta del efecto que sus palabras hubieron de producir en mi, tuvo a bien despacharme para enredarse con una chica menos fresa y pesada que yo.
La cual llevaba el insólito apodo de... "Papita".
Lo digo: Dios los crea y en la ESANS los junta.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ah, la secundaria!!! Muy buena historia!!! Qué caray, así es esto de las gelatinas: unas cuajan y otras no :P Me recordó lo que le pasó a un amigo pero luego te cuento la historia porque no quiero convertir un comment en un post dentro de otro post, jejeje. Me gusta la palabra petimetre, no cualquiera la usa ya hoy en día, lo mismo que 'currutaca'. En fin. :) Un abrazote para vos y feliz fin de semana!!!
Tamal de rata

Anónimo dijo...

y para variar yo no recuerdo al tal Guayabo! Pase de noche la Secu? que mala memoria tengo!
Jamás crei que la secundaria hubiese sido tan terrible para ti, para mi fue la mejor época!
P.D. Perdon por leerte hasta hoy!
Danny Fdez.