Antes que todo y nada, feliz día para su niño interior, aquel que justifica esas desveladas jugando "The hardest game in the world" y el que vean "La Bella y la Bestia" con helado y palomitas, un viernes por la noche.
Ya dados los respectivos y protocolarios saludos, procedo a platicarles lo que le sucedió al Matius el día de hoy, cuando pretendimos celebrarle tan especial fecha como lo es el -ahora lo sé- manipuladísimo día del niño.
Para empezar, tanto la Marmota como yo estábamos desvelados. Ambos por razones muy distintas y por lo tanto, incompatibles. Tal suerte nos tenía en muy mal estado de humor y practicamente malvibrosos por el resto del día.
Lo primero en nuestra mini agenda era una parada en el Applebees para desayunar pero la competecia en dicha zona comercial es practicamente nula, así que igual les dió que fuese sábado, quincena y día -ejem- festivo para no abrir a buena hora.
Ya de por si mi humor era de perros, sin bolo alimenticio prometía trastocarse en perro rabioso de la colonia Bondojo. O sea, super mal.
Total que como pudimos, ingerimos alimentos en una suerte de taberna mexicana/australiana para posteriormente continuar con el "festejo" de tan emulado día.
Para esta hora, Marmota y yo pareciamos una pareja de cincuentones, aferrandose al últimos soplo de amor en sus vidas: terriblemente enojados, molestos y enfadosos. Peleando de todo, sacando lo más mordaz de nuestro repertorio, caras largas y mi muy gustado truquito "te toca cuidar al Matius en lo que yo me voy al baño/tienda de baratijas/al carajo".
Total que desaparecí de la escena y cuando regresé (después de meditar seriamente mi mal comportamiento y mi vela en ese entierro) me encuentro con una Marmota apanicada y con ganas de llorar (ah chingá, ah chingá ¿a poco sigo provocando tal efecto en mi maridín? ¡Pero si solo fueron 38 minutitos!)
La frase "Se me perdió Mateo" es algo con lo que siempre sueño, pienso y analizo. El temor a perder un hijo se me incrustó en el chip desde que vi aquella hollywoodesca película con Michelle Pfeiffer, donde una amiga de la inflancia le roba al chamaquito.
Así que lo primero que pensé fue en pedir que cerraran el de por si claustrofóbico lugar.
Conociendo el gusto de Mateo por la alberca de pelotas, mi primer impulso fue ir hacia allá, claro, ya lo habían pensado. Como loca comencé a gritarle "¡Mateo!" y ps nada, no acudía a mi llamado en parte porque es bastante distraído y en parte porque Tatiana y su repertorio infernal sonaban a todo lo que daba en el lugar.
Cuando la sangre me llegó al cerebro (cosa que tarda BASTANTE) le pregunté a Marmota por el último lugar donde lo vió. Aquello se llamaba "Estación de bomberos" y tiene un tapanco para que los chicos se avienten por el tubo.
Así que mi lógica materna me indicó que tenía que trepar por el colosal laberinto hecho de colchonetas, tubos para hamsters gigantes, telarañas de goma y finalmente la estación de bomberos.
Un oso asegurado pero todo fuese por encontrar a mi hijo.
Efectivamente, Mateo se encontraba ahí y no solo eso....¡estaba completamente dormido!
En un momento en el que su padre insomne tuvo a bien comparle un jugo, Matius brincó, jugó y aventó cuanta pelota se le cruzó en el camino para teminar instalándose en un tapanco y tomar su siesta.
Ay Dios, ya se imaginarán que ahorita estoy con mis abogados...
Ya dados los respectivos y protocolarios saludos, procedo a platicarles lo que le sucedió al Matius el día de hoy, cuando pretendimos celebrarle tan especial fecha como lo es el -ahora lo sé- manipuladísimo día del niño.
Para empezar, tanto la Marmota como yo estábamos desvelados. Ambos por razones muy distintas y por lo tanto, incompatibles. Tal suerte nos tenía en muy mal estado de humor y practicamente malvibrosos por el resto del día.
Lo primero en nuestra mini agenda era una parada en el Applebees para desayunar pero la competecia en dicha zona comercial es practicamente nula, así que igual les dió que fuese sábado, quincena y día -ejem- festivo para no abrir a buena hora.
Ya de por si mi humor era de perros, sin bolo alimenticio prometía trastocarse en perro rabioso de la colonia Bondojo. O sea, super mal.
Total que como pudimos, ingerimos alimentos en una suerte de taberna mexicana/australiana para posteriormente continuar con el "festejo" de tan emulado día.
Para esta hora, Marmota y yo pareciamos una pareja de cincuentones, aferrandose al últimos soplo de amor en sus vidas: terriblemente enojados, molestos y enfadosos. Peleando de todo, sacando lo más mordaz de nuestro repertorio, caras largas y mi muy gustado truquito "te toca cuidar al Matius en lo que yo me voy al baño/tienda de baratijas/al carajo".
Total que desaparecí de la escena y cuando regresé (después de meditar seriamente mi mal comportamiento y mi vela en ese entierro) me encuentro con una Marmota apanicada y con ganas de llorar (ah chingá, ah chingá ¿a poco sigo provocando tal efecto en mi maridín? ¡Pero si solo fueron 38 minutitos!)
La frase "Se me perdió Mateo" es algo con lo que siempre sueño, pienso y analizo. El temor a perder un hijo se me incrustó en el chip desde que vi aquella hollywoodesca película con Michelle Pfeiffer, donde una amiga de la inflancia le roba al chamaquito.
Así que lo primero que pensé fue en pedir que cerraran el de por si claustrofóbico lugar.
Conociendo el gusto de Mateo por la alberca de pelotas, mi primer impulso fue ir hacia allá, claro, ya lo habían pensado. Como loca comencé a gritarle "¡Mateo!" y ps nada, no acudía a mi llamado en parte porque es bastante distraído y en parte porque Tatiana y su repertorio infernal sonaban a todo lo que daba en el lugar.
Cuando la sangre me llegó al cerebro (cosa que tarda BASTANTE) le pregunté a Marmota por el último lugar donde lo vió. Aquello se llamaba "Estación de bomberos" y tiene un tapanco para que los chicos se avienten por el tubo.
Así que mi lógica materna me indicó que tenía que trepar por el colosal laberinto hecho de colchonetas, tubos para hamsters gigantes, telarañas de goma y finalmente la estación de bomberos.
Un oso asegurado pero todo fuese por encontrar a mi hijo.
Efectivamente, Mateo se encontraba ahí y no solo eso....¡estaba completamente dormido!
En un momento en el que su padre insomne tuvo a bien comparle un jugo, Matius brincó, jugó y aventó cuanta pelota se le cruzó en el camino para teminar instalándose en un tapanco y tomar su siesta.
Ay Dios, ya se imaginarán que ahorita estoy con mis abogados...