Todos los años pasa lo mismo: digo que odio el 10 de mayo y que no soporto los festejos ni nada por el estilo… sinceramente lo que odio es la hipocresía de la focalización en UN día, cuando es una labor que 24/7, para toda la vida y súper ambivalente.
O sea… imaginen lo absurdo que sería un “Día del Sexo” y que ese día forzosamente
hubieran de tener sexo sin cuestionárselo ni desearlo (o sin tener con quién). Weeeeeey…
no está tan chido como se oye.
Y por no caer en lo obvio de éste día, me he ido al opuesto, el de
despreciar, denostar, minimizar lo que yo soy como madre. He sentido la vara
tan alta, la presión por ser perfecta, el señalamiento de no ser suficiente, que
-como en otros aspectos- he sentido que no doy el ancho y me bajo del tren. Qué
estupidez.
Ya no estoy dispuesta a eso, a nadie ha beneficiado que piense eso de mi
maternidad, sobre todo porque los hechos dicen cosas totalmente diferentes: soy
una madre a toda ídem. Mi sentido de maternidad se siente colmado de alegría
cuando veo entrar a las ratitas que viven conmigo, dispuestos a pagar gustosamente
el tributo a la madre que tienen en sus vidas. Y no son los chocolates, ni las
tarjetas, ni los peluchitos de Miniso… es eso, justamente, sus intenciones, su
agradecimiento, las lágrimas de emoción de Alondra poniéndome una canción en su
Switch donde se le dice a la mami que es su mejor amiga, en la mirada tan
amorosa de mi adolescente que no esconde reproches por mis errores de primeriza
cometidos en su perjuicio. Es su querer compartir conmigo y no con alguien más
sus sueños, sus miedos, sus dolores, su música, sus gustos y el que sientan (y
yo sentirlo de vuelta) esa complicidad, ese sentimiento de libertad de juicio
que sí, amigos, sí cuesta un chingo lograr y ese es mi mérito y de nadie más.
Y es momento de cambiar para siempre mi visión de éste día: en vez de
esperar ese agradecimiento o reconocimiento de vuelta, yo soy la que les
reconoce a estos hijos míos lo feliz que me hacen sentir al ayudarme a juntar
las piezas de mi alma sin juzgar, sin enojo ni reclamos. Les reconozco su
paciencia, su amor, solidaridad, entrega como hijos y eso es más que
suficiente. Estoy en paz con mi maternidad, estoy agradecida por ella, me
siento una gran mamá y no admito nada que quiera quitarme este sentimiento de
triunfo y satisfacción.
Gracias a mis hijos es que me siento una mujer suficiente.
Y sí, tuvieron que pasar 17 años para sentir esto que pienso y siento. Nunca es tarde, ningún dolor es para siempre.
Menos cuando tienes a dos seres amorosos que han cerrado filas alrededor de mi corazón. Soy su mami, si me hieren a mi, los hieren a ellos y ellos no se tientan el corazón, son implacables en sus sentimientos y yo me siento muy orgullosa de haberlos hecho a mi imagen y semejanza.
Mis ratitas... siempre mías, siempre amorosas, siempre juntas.
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