Me levanto y no creo en lo que los gurús del
wellness dicen sobre escribir tres páginas diarias, tomar un vaso de agua y
darle mordidas a esos insípidos pankekis de avena en pro de mejorar mis
triglicéridos. Me levanto con la pereza habitual de los lunes, guiada hacia la
cocina por la gatita para que le sirva su desayuno y así se pueda volver a acurrucar con cualquiera de las dos ratitas maldosas que viven en mi casa, a ver cuál
está más cómodo y amodorrado. Cabrona, sabe que, si uno de ellos la siente
cerca y calientita, se arremolinará más en su cama y perderá el turno para la
regadera. Nada de eso les importa, ellos solo quieren seguir durmiendo y
respirando pelos de gato. Ninguno de los tres estamos listos para dejar la
seguridad de nuestra casita. Ninguno de los tres está listo para que nos cambie
la vida en un instante.
Y sin embargo, sucede.
Mateo es un niño super dulce y me ciega el amor
de madre, no lo niego. Es un chico que superó mis expectativas en todos los
sentidos: nació sin problemas, creció excelente. Me comió pera, me comió papa,
hizo correctamente las bolitas, hizo amigos en el kínder, recibió al ratón de
los dientes con gusto, supo despedirse de los Reyes Magos a su debido tiempo,
adoptó el estilo irónico y aferrado de su mamá, pero no su iracundia; enfrentó
como pudo la separación de sus papás y no nos la puso fácil cuando ambos
tuvimos nuevas relaciones.
Este maravilloso ser humano el día lunes 05 de
junio cayó desde su altura (1.80 m.) hacia atrás, golpeándose la cabeza y
perdiendo el conocimiento durante ciertos minutos. Sus amigos no supieron qué
hacer, la escuela no supo qué hacer. Fueron muchas horas en las que no supimos
dónde estábamos parados y no saben qué difícil es estar volando sin rumbo,
sabiendo que puedes aterrizar bien o estrellarte inevitablemente.
Aterriza sin estrellarse, pero no es la pista
que esperábamos. Pasa una semana entera hospitalizado, las enfermeras lo cuidan
con mucho mimo, le echan un ojo cada que yo bajo por un café o cuando bajo a abrazar a Alito, que llora por no estar conmigo.
Mateo es fuerte y paciente y por fin lo dan
de alta.
En una semana tendrá dos electromiografías, una
audiometría, una resonancia magnética para saber si hay daño neuronal, si hay
coágulos, si no hay infección… ningún estudio determinará su capacidad de
resiliencia, de perdón hacia el joven que lo ha atacado, de aceptación de la
realidad y de confianza en su futuro. En esta misma semana también presentará
su examen de ingreso a la Prepa. Su sueño es entrar a la Prepa 5 de la UNAM, como
su tío David, el Dr. Mitocondria. Ser universitario, como su mamá y sus abuelos maternos. También tenía
el sueño de seguir jugando basket ball porque es bueno en el juego, porque su
altura es fantástica y su tono muscular también lo era hasta que ambos le jugaron
en contra. Será valiente para aceptar que, por dos años, su cráneo estará cerrando
y en el mejor de los casos, en uno podrá volver a brincar.
Estoy esperando un uber afuera de una primaria
pública, justo a la hora de la salida. Observo caminar a una mamá con su hijito
que me recuerda al Matius cuando tenía 9 años. Se paran al lado de mí, se
colocan sendos cascos y se suben a una moto. Me sorprendo, se me hace super cool que haya
mamás que transportan a sus hijos en moto. Me pongo a pensar en que nunca seré lo bastante
cool para mis hijos. Ni siquiera puedo ponerlos de acuerdo para ir al cine o al
museo, ni siquiera tengo coche para moverlos (maldíta seas, Jeepcita).
Y entonces llega el uber, me subo y voy en
silencio durante todo el trayecto. Intento serenarme, intento no pensar en lo
que está pasando y lo que falta por resolver. Quisiera que esto fuera un mal
sueño y yo despertar nuevamente en el día 05 de junio, ir a la cocina, darle de
comer a la gata y volverme a acurrucar con mis ratitas maldosas para no vivir
lo que inevitablemente es la vida y que nos revuelca a todos y a todas, cada
uno a su manera.
En lugar de eso llego a mi destino, me
identifico, subo dos pisos y entro al cubículo D4 de la Fiscalía de la CDMX. El
Derecho Penal nunca fue mi hit y sin embargo, aquí está nuevamente la vida
diciéndome “ándale, mamacita; todavía te tengo muchas más sorpresitas”. Cabrona
vida.
Tal vez no transporto a mis hijos en moto y tal
vez no sea una mamá cool por muchas otras razones. Me resigno, no quiero ser
una mamá cool. Quiero seguir siendo la mamá que soy en estos momentos, la única
que Mateo y Alondra necesitan para seguir siendo las ratitas maldosas,
educadas, respetuosas, resilientes, divertidas, cabroncillas, fuertes,
adorables que son.
“Mamá, hueles a axila”, me dice Alondra.
“Mamá, gracias por defenderme”, me dice Matius.
“Vida, no te tengo miedo”, digo yo.
1 comentario:
A wevo, esa es mi Rata favorita, que jamas se rinde y siempre con más empuje... te admiro
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