viernes, 16 de octubre de 2020

YO, MAMÁ.

 No se si estamos sumergidas en una neblina de contradicciones o es que tan solo el dolor lo enterramos muy profundamente para que no salga a atacarnos como fiera en medio de la noche, sin embargo, el resultado de no poner un alto y sanar dicho dolor nos ha conducido a más problemas y más generaciones de mujeres vulnerables, asustadas o incompletas.

Hablo de ser mamá, hablo de ser hija, hablo de ser mujer.

Mientras escribo esto, tengo al lado mío a una niña que está literalmente con el cabello suelto, revuelto, con su pijama y playera blancas con manchas de cátsup y chocolate y unas pantunflas de unicornio sin cuerno. Para mí, es la imagen más hermosa del mundo. Para los condicionamientos del pasado (o sea, lo que opinan mi mamá, mi abuela, mi bisabuela...), esto es inaceptable. Y al no corresponder a sus ideas, de inmediato hay un rechazo hacia la vaga de mi hija y su aún más vaga mamá, que parece ser la peor madre del mundo por no seguir la línea al pie de la letra.

Ese rechazo duele y te madrea cuando tienes 5, 15, 22, 40 años y así se puede seguir una, hasta el final de sus días. Y si tuvimos descendencia, se los heredaremos en automático hasta el día del juicio final, dejando a generaciones de mujeres anuladas y sometidas por la falta de empatía, de amor y aceptación de las mismas mujeres de la familia y por ende, de la sociedad en general.

¿Y quién gana esta guerra? Podría decirse en automático que los hombres, pero no es tan sencillo.

Gana quien ve en la carencia de amor propio de una mujer la oportunidad de ventaja y negocio; gana quien se nutre del dolor y ansiedad de aceptación de una mujer que no supo ser valorada ni amada desde niña. Entonces tenemos una horda de insumos que nos quieren meter el amor propio y la autoaceptación mediante maquillaje, ropa, revistas y modelos femeninos nada sanos, nada útiles y completamente innecesarios, ya que lo que necesitamos en realidad es terapia, contención y auto aceptación para seguir adelante por la vida, sintiéndonos orgullosas de nosotras mismas, sanando a la niña herida y mucho más importante: dejando de cargar en nuestros hijos esas cadenas de tortura y dolor.

Por ello, doy gracias por las experiencias dolorosas que me han abierto más los ojos y que me permiten ver la belleza en las manchas de catsup, chicle en el pelo y la falta de vergüenza de mi niña.

Gracias, porque sanando yo, la ayudo a que sus cimientos sean verdaderos y fuertes. La ayudo a alcanzar todo el potencial que trae en sí misma y que saldrá para que haga lo que ella quiera hacer de su vida, sin necesidad de sentir que debe complacerme.

Así que dejaré esto por aquí e iré a revolcarme en el pasto donde ahora corre descalza, a disfrutar su risa y sus juegos. Sintiendo paz y tranquilidad de ser ella y nada más.

Así acepten y abracen a su niña interior. Sánenla, recupérenla, ámenla.

¡El despertar es maravilloso!

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