jueves, 27 de julio de 2017

"Y YO GRITÉEEEEEEE: ¡AY, LA CULEEEEE (B) RAAAAA!"

Algo que pocos saben de mi es que me cagan los pasteles.
En verdad, los odio. No entiendo por qué tienen que ser tan pinches preciosos y perfectos y tener una pinta exquisita y deliciosa, ¡y luego termines llevándote la puta decepción de tu vida de lo dulces y corrientes que saben, chingao! ... (mamá: siempre sí voy a decir muchas groserias, ¿eh?).
Y bueno, perdón por lo anterior que dije porque justamente acabo de comer pastel ayer *emoticon de estupida* y sí estuvo rico *doble emoticon de estupida*, pero hablo en general... ok, me callo.
¿Saben? Ya me cansé de disculparme por todo lo que hago y por todo lo que no hago.
Por ejemplo, ya me cansé de disculparme por no tener tiempo de venir a escribir y también me cansé de disculparme por lo que escribo cuando llego a pasar por aquí.  Me queda claro que cuando tienes una responsabilidad en la vida, neta, ni aunque te quites la puedes evadir.
Y yo me acuerdo que me chocaba cuidar al Dr. Mitocondria cuando era un párvulo y yo solamente  quería jugar a las barbis y ponerles camisón transparente para irse a acostar con el Ken y nomás no se podía porque el niño lloraba y sentía yo tan feo que, ni modos, de plano orillaba al Ken a la esterilidad y me ponía a jugar carritos con él. A lo mejor era una tontería pero para mi, primero estaba mi hermano -aunque me chocara- y luego lo demás  (y entiéndase por "lo demás" a mi vida personal).
Lo mismo pasaba con los gatos que tuve.
De igual manera con Alo y el Matius.
Asumo con cierto recelo que me debo a la gente que depende de mi. Asumo que lo mio es cuidar gente. Asumo que mis necesidades deben pasar a segundo plano,  no por buena onda, sino por que no he aprendido a decir que no.
O que sí...
Ha habido pláticas que no me quiero chutar, opiniones que no he querido oír,  sonrisas que no he querido ofrecer y razones que no me hubieran gustado escuchar.  Y sin embargo, voy por la vida mirando con horror cómo me aborda la gente y espera que haga algo con todo lo que trae encima, sin preguntar siquiera si puede disponer de mi -siempre y ahora más que nunca- escaso tiempo.
Tengo que confesarles lo siguiente, queridos menos cinco confesores lectores de siempre (¿o ya en cuántos vamos?, ¿menos 6?): éste post lo estoy escribiendo en dos partes, en dos días diferentes, en dos moods diferentes. Estoy haciendo trampa, ya se...
Resulta que yo venía a contarles que tenía unos minutitos para poder escribirles mis andanzas por encontrarse Papita cuajada en el sueño más profundo (gracias benditas clases de natación), pero antes de elegir una entrada nueva, noté que tengo varias inconclusas... así que, como siempre, me entró el sentimiento de culpa por lo que se encontraba a medias y vine a concluir. ¡Y aquí me tienen!
Así que, honestamente no traigo la rabia que me hizo escupir los primeros párrafos de éste escrito, más bien tengo la serenidad de pensar por qué hacemos cosas que no queremos hacer y por qué no sabemos decir que no a algo que verdaderamente nos hace daño.
Bueno, pues pueden ser muchas cosas pero en mi caso es por miedo a que piensen que soy una mala persona. La más mala. La peor.
O sea, una culera. ¡Qué fuerte!
¿Que no quiso salir conmigo? R= Qué culera.
¿Que no pudo venir a cuidar las papas en la estufa? R= Qué culera.
¿Que deja a sus hijos por irse a trabajar? R= Qué culera.

Ya se, ahórrense las ganas de dar su opinión y sus consejos (porque soy culera, la neta) y mejor rían junto conmigo de toda la sarta de bobadas y sinsentidos que acaban de brotar en la pantalla. Por esta vez le echaré la culpa a las hormonas y al mal tiempo del verano que, neta... no entiendo qué rayos hago usando mis abrigos en pleno julio.
Besos de tortita para todos.
Adieu...


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