jueves, 13 de julio de 2017

Supermom ya no vive aquí.

Yo siempre lo he dicho pero nunca me hago caso: no puedes escapar de tu destino/dones/vocación...

Todo comenzó como una responsabilidad que fue adquiriendo tintes de "De ahora en adelante éste es mi trabajo y me debo profesionalizar. Es eso o pagaré terapia al Matius por el resto de mi vida". Así que temerosa pero segura de lo que debía hacer me dediqué a ser la súper mom del súper Mats: la mamita mas o menos proactiva en cuanto festival, romería o kermesse hubiera en la escuela, la mamita que se encargaba de que su hijito llevara la tarea muy bien hechecita, fuera aseado, alimentado y bien provisto de amor, atención, autoestima, actividades vespertinas extra escolares, visita a la biblioteca una vez por semana, tarde de juegos con algún amiguito, parquecito time tres veces a la semana y los fines de semana lo más tranquilo posible: sin afrentas entre su padre y yop que le generaran angustia o temor... puaj.
No conforme con ello, por las mañanas ésta súper mom tomaba cursos, terapia, café con otras moms y  una que otra licencia poética en aras de cumplir con los altos estándares paternales que ella misma se había fijado. El resultado era evidente: niño con excelentes calificaciones (de kínder), con un alto vocabulario (a sus 6 años), con alto poder de discernimiento (sobre si comía jamón o gelatina) y un sentido de responsabilidad muy elevado (no dejar morir de hambre a la Peluss vaciando croquetas en el croquetero). El orgullo de cualquier abuela...
Hasta que llegó la Papita y ¡PUM!, se le acabó lo súper.
Y bueno, por lo menos al Matius le tocó un periodo bastante bueno conmigo: cuando salía con él, eran de su exclusividad toda mi atención y cariños. Íbamos a museos y le explicaba con lujo de detalles, le leía 2 cuentos diarios para dormir  Hasta le rociaba con Lysol el baño público para que no enfermara de E colli y le cargaba buenas merienda en mis infaltables ziploc. Si, era una super mom, pero a la Papita aquello le suena como salido de otro planeta...
Para empezar, el tiempo que le dedico es de menos 2 horas a la semana, a diferencia del Matius que tenía tooodo mi tiempo para él. Cuando salimos generalmente olvido llevarle juguetes, cosa que la ha obligado a entretenerse con lo que tenga a la mano, que puede ser desde un encendedor hasta los pelos de su hermano mayor. Si vamos al cine, seguramente a media película comenzará a pedir "teta" y a tratar de desvestirme para que cumpla dicho fin. Y como no lo logra, comienza a armar un revuelo en la sala que va desde un chillido histérico hasta comer palomitas del suelo. Si la llevamos a nadar, es muy probable que salga sin calcetínes en par o envuelta en una enorme toalla porque a alguien se le olvidó echar su maleta a la cajuela. Toma café a sorbitos  (oh dios!) porque es muy macha pero también porque su madre inconsciente ha perdido los poderes de ser una super mom... y no es que me valga chetos su vida, es que simplemente solté la rienda de la aprensión y acepté que está bien ser una "mamá mediocre".
Esta vez mi tipo de crianza es más libre, casi rayando en lo irresponsable, pero se siente bien.
Se siente bien cometer errores y sentir que aún así lo estás haciendo bien.
Claro, el Matius es un niño  correcto y educado, pero también a él le solté la rienda y ya no es importante para mi el forzarlo a ser "el mejor" porque entendí que se trata de su vida, no la mía. Que cuando lo mantuve en un estándar de excelencia era porque yo venía arrastrando una baja autoestima que solo se sentía valiosa cuando los logros de mi hijo podían ocultar mis "fracasos" como mujer... y al final entendí que eso no es vida.
Que todo lo que uno necesita conservar a su lado, más vale dejarlo crecer con respeto a su individualidad y libertad sin importar el qué dirán.
...Aunque ello signifique que el DIF toque a tu puerta cada tres días a ver si todos "están bien".
Sí lo estamos... y mejor que nunca.


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