Un viernes de hace 363 días, una muy embarazada Dana se encontró pensando en todas las cosas que, fiel a su costumbre, había dejado hasta el final: comprar artículos de higiene personal, comida para tres días, el regalo que el nuevo hermanito le daría al viejo hermanito, etc.
El dilema de "manejo o me voy en taxi" se planteó en su cabeza y terca como es, decidió que si iba a sufrir un percance, prefería por sobre todas las cosas llenar más su costal de culpas que compartir tan exclusivo privilegio con alguien más.
Así que manejó por última vez en su muy avanzado estado gestacional, se plantó con todo y su panza en la caja especial para personas de la tercera edad y embarazadas (última vez que gozaría de tal distinción) y pagó con los últimos pesos que le quedaban de su ahora extinta independencia económica, cualquier cosa que eso signifique.
Al día siguiente se encontraba despidiéndose de su Matius, con la dolorosa certeza que la vida después de unas horas no volvería a ser igual entre ellos dos y que la música sonaría diferente, tal vez un poco más melancólica; le pidió mentalmente perdón por haberle hecho tal cosa (quitarle su lugar de "único", volverlo "el insufrible, tozudo y gimoteoso hermano mayor") y se despidió con odio de Marmota, el único ser culpable de encontrarse en ese estado.
La sala pre operatoria era super cómoda, pasaban una película hermosa por cable y el baño se encontraba a poca distancia. La enfermera llegó, la preparó y le informó que el pediatra esperaba afuera.
El pediatra llegó (¡guapísimo, maldíta sea!) y preguntó muchos datos. A todo dijo que sí, el estado de obnubilación ya empezaba a invadir su cuerpo.
El único dato que aún desconocía (aparte del hecho de estar a punto de morir) era el género que cargaba en su panza... tal vez era la motivación de la que hablaban las abuelas cuando las mujeres debían pujar por su vida y la del hijo que venía a conocer el mundo. Se sintió traidora hacia su propio género; ella, una mujer como cualquiera, teniendo a su hijo con todas las comodidades posibles que el paquete obstétrico podía ofrecer. ¿No dicen los puristas que una cesárea no es igual a un parto natural? Ahora sería doblemente menos madre que las demás...
El tiempo pasaba lentamente en el PreOp, la película terminaba con final feliz y ahora se encontraba en la camilla, camino a la plancha.
Vagamente recordó la primera vez que se encontró ahí, tan jóven, tan inexperta, tan ingenua.
El anestesista se le acercó lentamente (o al menos la solución salínea que ya recorría su cuerpo así lo percibió) y con un tono suave, amable, casi cómplice le preguntó si podría ponerse de cucharita. De no ser porque Marmota se encontraba en el mismo lugar, enfundado en su bata especial que decía "Papá", estaba segura que aquello era un seguro coqueteo y ella no podría decir que no.
La aguja entró, un líquido frío recorrió su espalda y la llenó de certezas; contó hasta 8, hasta 32, hasta 40... pensó en su coeficiente intelectual, pensó en la carne congelada en su refrigerador, pensó en sus libros, pensó en su mamá (ahí casi se le quiebra el ánimo); vagamente escuchó al pediatra decir que no se pasaran con la glucosa, escuchó a la doctora preguntar si estaba cómoda...
Sintió sacudidas en su panza, manos apresuradas, guantes moviéndose por todos lados y la cámara de Marmota haciendo "click click". El anestesista la tomaba de la cabeza, acariciándola y tranquilizándola, era una sensación deliciosa.
Y luego... un grito pequeño, como de gatito y la velocidad aumentó... el Pediatra corría, la Ginecóloga pedía suturas, gasas, pinzas, tijeras y ella sólo atinaba a preguntar "¡¿Qué es?!".
Marmota la señaló, "es una tú"... Una lágrima despistada rodó por su mejilla.
"Es una tú"...
Ahora la escucho llamándome para que la cargue y la mime.
Y no me resisto. Es un privilegio poder estar en casa cuidándola, viéndola crecer cada minuto, ser cómplice de sus secretos...
Feliz casi primer cumpleaños, Alondra. Mi Papita, mi dulce -dulcísima- niña.
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