Cuando uno se encuentra mal -de la cabeza y del cuerpecito en general-, difícilmente la vida pasa por aburrida.
Se vive en una emocionante especie de montaña rusa y ¡cielos! los que viven a nuestro lado también se trepan en ella.
Eso no está padre, no cuando las subidas y las bajadas parecen ser sopita diaria en el menú emocional.
Generalmente mis menos cinco lectores de siempre andamos en un rango de edad en el que se SUPONE, ya nos conocemos al derecho y al revés.
Esto es, que ya sabemos de antemano que si nos aprietan tal o cual botón, reaccionaremos de cierta manera y por ello, sabemos todo el trámite que sigue a dichas reacciones.
Pues bueno, nosotros lo sabemos ¿y qué pasa cuando ya nos han tomado la medida? Pues que entonces nada nos parece. Porque si ya le quitan la emoción al asunto, si ya saben de qué va el truquito de "me tiro para que me levantes", el de "no tengo nada (pregúntamelo diez veces y a la onceava, TAL VEZ te diga lo que me pasa)" o mi favorito, el "¿que de qué?", entonces la montaña rusa se convierte en un paseo en pony.
Y así ya no sale, jóven.
¿Por qué los seres humanos hemos desarrollado tales mecanismos de existencia?, ¿acaso vinieron con la evolución?, ¿todos seremos iguales?
Podemos pensar que estos mecanismos existenciales son una manera de suplir la falta de habilidades que nos brinden calidad de vida.
Así, la fallida habilidad de comunicación se camuflajea mediante una pelea colosal en el carro, cuando tu acompañante te pregunta inocentemente un: "Cuchi, ¿tienes calor?" y tu, instalada en pantera, le respondes con un "¿y tú qué crees, engendro de satán, que éstas chapitas son producto de mi rubor? ¡Pon el clima, no seas tarado!" ... ¡O sea, cálmate!
O que tal que ante tu falta evidente de habilidad para procurarte un gusto, un capricho, empiezas a mutar en un ser callado, que sólo responde con "mmmj's" cada vez que se te cuestiona, pensando que cómo es posible que nadie pueda leerte la mente y darte eso que justamente estás anhelando. Así no se puede.
Y claro, estas situaciones desatan verdaderas hecatombes y resultado: todos están trepados en tu carrito emocional, sin siquiera haber comprado boleto.
Que feo, ya bájense todos ¿no?.
Si ya sabemos que somos como somos, más vale irle midiendo el agua a los elotes, irse conociendo a profundidad y hacer el esfuerzo sobrehumano de cambiar, porque a ningún lado conducen estas montañas rusas emocionales... bueno, si: ¡al mismísimo infierno!
Y si ustedes quieren dejar de sufrir, antes de que se peguen un tiro, mejor péguense esto en la cabeza: cada uno con sus humores, cada uno con sus consecuencias.
¡Y se me callan!
Se vive en una emocionante especie de montaña rusa y ¡cielos! los que viven a nuestro lado también se trepan en ella.
Eso no está padre, no cuando las subidas y las bajadas parecen ser sopita diaria en el menú emocional.
Generalmente mis menos cinco lectores de siempre andamos en un rango de edad en el que se SUPONE, ya nos conocemos al derecho y al revés.
Esto es, que ya sabemos de antemano que si nos aprietan tal o cual botón, reaccionaremos de cierta manera y por ello, sabemos todo el trámite que sigue a dichas reacciones.
Pues bueno, nosotros lo sabemos ¿y qué pasa cuando ya nos han tomado la medida? Pues que entonces nada nos parece. Porque si ya le quitan la emoción al asunto, si ya saben de qué va el truquito de "me tiro para que me levantes", el de "no tengo nada (pregúntamelo diez veces y a la onceava, TAL VEZ te diga lo que me pasa)" o mi favorito, el "¿que de qué?", entonces la montaña rusa se convierte en un paseo en pony.
Y así ya no sale, jóven.
¿Por qué los seres humanos hemos desarrollado tales mecanismos de existencia?, ¿acaso vinieron con la evolución?, ¿todos seremos iguales?
Podemos pensar que estos mecanismos existenciales son una manera de suplir la falta de habilidades que nos brinden calidad de vida.
Así, la fallida habilidad de comunicación se camuflajea mediante una pelea colosal en el carro, cuando tu acompañante te pregunta inocentemente un: "Cuchi, ¿tienes calor?" y tu, instalada en pantera, le respondes con un "¿y tú qué crees, engendro de satán, que éstas chapitas son producto de mi rubor? ¡Pon el clima, no seas tarado!" ... ¡O sea, cálmate!
O que tal que ante tu falta evidente de habilidad para procurarte un gusto, un capricho, empiezas a mutar en un ser callado, que sólo responde con "mmmj's" cada vez que se te cuestiona, pensando que cómo es posible que nadie pueda leerte la mente y darte eso que justamente estás anhelando. Así no se puede.
Y claro, estas situaciones desatan verdaderas hecatombes y resultado: todos están trepados en tu carrito emocional, sin siquiera haber comprado boleto.
Que feo, ya bájense todos ¿no?.
Si ya sabemos que somos como somos, más vale irle midiendo el agua a los elotes, irse conociendo a profundidad y hacer el esfuerzo sobrehumano de cambiar, porque a ningún lado conducen estas montañas rusas emocionales... bueno, si: ¡al mismísimo infierno!
Y si ustedes quieren dejar de sufrir, antes de que se peguen un tiro, mejor péguense esto en la cabeza: cada uno con sus humores, cada uno con sus consecuencias.
¡Y se me callan!
1 comentario:
Así como a mi, a mi maridito no le caería nada mal leer esta entrada!!! Gracias comadrita......Danny Fdez
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