Nací y a los tres años tuve miedo de muchas cosas.
De la vida, del entorno, del futuro y mis pensamientos se iban en pos de tener una casa con escaleras para poder subir y bajar todo el día. A dónde me llevaran no era la cuestión, yo solo quería la acción mecánica de mi cuerpo desplazándose arriba a abajo. Así como cuando la primera vez te besan: de arriba a abajo, de arriba a abajo... del cuello y de la clavícula. No siempre arriba. No siempre abajo...
Entregarte al primer desastre
de tu vida, a las emociones que son equivocadas, a lo que está mal y se siente taaaaan
bien; pensaste en que todo ello te daría material para vivir de una carrera que (aún no lo sabes) nunca
estudiarás.
Y así salíste al mundo, con la idea (equivocada) de que tenías piel delgadita y la mirada indefensa; sintiendo que todo estaba mal puesto y con etiquetas que picaban la espalda. Tu cuerpo era delgado pero fuerte. Tus piernas elásticas, marcadas, promisorias.
Te llenaste de “Si yo hubiera, si yo tuviera, si
yo hubiera sido, si yo hubiera tenido…” y aún tiempo después, la bola sigue rodando sobre el
desierto, la música suena en segundo plano y David Bowie te promete que podrían
ser héroes, pero Berlín está muy lejos y el hombre con el quisiste conocerlo ha
muerto (en tu imaginario).
Siempre ocuparás un lugar para el que no naciste y no es hacerte
menos, es saber que tu potencial está metido en un tóper azul donde se guardaba
el azúcar y el dinero de las emergencias. El tiempo que se escurrió entre
cumbias y polvo.
Y no hubo mucho, ¿sabes? No hubo kilómetros recorridos ni risas
en fotografías, ni tules ondeando el espacio tiempo de tu existencia. Nunca
cumpliste 15 porque nunca fuiste joven. La vida ha sido territorio comanche y
sigue siendo un campo donde sobrevives, anhelando un puff tranquilo donde
lleguen tus quereres a acurrucarse y mirar juntos las estrellas.
Dicen que cuando sufres un infarto agudo al miocardio, tu músculo
cardiaco muere y no vuelve a regenerarse. Imagino las cicatrices que ha de
tener el mío de todas las veces que ha muerto.
Y quizás eso sea lo único que me trae de nuevo aquí y ahora: el
que mi corazón no quiere rendirse. No importa el “qué”, el “cómo” … simplemente
necesita desafiar al orden natural regenerando lo que parece imposible.
“Todo es posible”, dice el amor.
El amor que nace de éste, mi corazón.
Feliz cumpleaños a mí.
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