Ella se encontró parada sobre sí misma, con la pantorrilla izquierda doliente del calambre maldito que la atacó a media noche. Sonriendo al espejo, tímidamente, mirando las verruguillas de sus ojos, las manchas cafetosas que se comenzaban a apoderar de su rostro y los ojos bien chiquitos, cansados de mirar el panorama siempre en gris.
Que sus días han tenido colores varios, es un hecho.
Están pintados del rojo de su sangre mensual, del azul de los pensamientos de la ratita menor y los negros de la ratita mayor. Tiene el amarillo de las veces que ha reventado la yema sin querer y el morado de las causas que protege. No hay emoción violenta, pues ha aprendido a gestionar la forma en que el mundo estúpidamente le contesta a todas y cada una de sus peticiones. Está centrada en el "aquí y ahora", está definitivamente casada con el "resuelve en chinga y luego averigüas/te sobas/lloras/te alimentas". Así ha pasado la vida desde hace nueve años. Así han sido cada uno de sus días y en esa mezcladora gigante en la que ha convertido su vida, se van filtrando relaciones románticas fallidas, estrés, ascensos, aterrizajes forzosos y mucha, muchísima renuncia. "Qué monserga", alcanza a mascullar cada que la vida le trae un caudal de situaciones que malabarear. "Lo voy a escribir en el blog", se promete cada que una idea medianamente brillante le cruza por la cabeza. Sin embargo, poca monserga queda sin atender y nada de ideas alcanzan a quedar plasmadas en el blog. La vida no alcanza, la vida de la mujer sobre la cual estoy escribiendo, cada día se vuelve la casa de la loca de los gatos, llena de tiliches e interminables cosas por hacer.
Esa mujer soy obviamente yo y el 01 de septiembre la vida me volvió a poner un sacudidón (a nivel de cancha, tampoco se espanten). Yo creo que la muy bitch dijo "esta vieja está muy cómoda, como que no trae suficientemente llenas las manos, ¿qué es eso de que ya le están alargando las citas de la terapia?" y ¡sopas, perico!, el primer día de clases de los niños que viven en mi casa fue el día en el que se me recetó un señor putazo, pues me di cuenta que ya no soy la cándida treintona que enfrentó sola al mundo hace 9 años, solo que yo sigo en las mismas y ya no quiero/puedo.
Fue poético e inspirador ser la chica joven con dos ratitas chiquitas abriéndose paso en el mundo y resolviendo, pero ahora que soy "grande", esa falta de estructura y recursos ya no se ven chidas.
Veo que mis congéneres han ido avanzando y logrando metas materiales muy merecidas, veo que otras tantas han alcanzado estabilidad y un cutis envidiable a causa de su balance hormonal y mental; incluso el padre de las criaturas ha vuelto a rehacer su vida, muy tranquilo, muy ecuánime y yo, la mamá todoterreno, sigue luchando porque sus llantas se atascan en el lodo de la maternidad, la domesticidad y los gatos, la litigada, la gestionada y la puercada (porque soy abogada del "Porno Rosa", acuérdense).
Alondra entró a quinto de primaria en la misma escuela donde el Matius cursó kínder y parte de la primaria. Para ella, es la 6ta escuela que cursa desde que es bb. Para mí, regresar a ese lugar tan conocido, siendo una mujer diametralmente opuesta a la que fuí mientras los sueños (que luego supe que eran más bien pesadillas) del Mat se enredaban en sus pestañas es una locura. Porque no hubo espejo, punto de comparación del antes y el después mientras no regresara yo al pasado. Me fui como hilo de media en la vida, me trepé a los niños en el coche y nos fuimos en chinga a recorrer cada etapa de su vida. Fue una madriza, queridos menos cinco lectores de siempre, una auténtica putiza de "tope, frena, acelera". Ni la pinche Rosa Gloria Chagoyán hubiera podido (con esas piernotas) correr como he corrido yo, llevandome de corbata a Alo y Mat. No sé, estoy muy triste. Siento que me he dedicado a sobrevivir y mi cuerpo y mente ya no pueden más. Siento que mi gestión ha dejado muchísimo que desear y que no logré lo que yo sentía que estaba destinada a lograr. Siento que verdaderamente fallé a todos y cada una de las metas y expectativas que creí que iba a alcanzar y eso me quiebra. Mientras estoy escribiendo esto, una familia está firmando lo que parece ser un contrato de promesa de compraventa de un bien inmueble (mi maldita tendencia a parar la oreja cuando escucho la palabra "contrato de usucapion") y claro que pienso en lo genial que sería que mis ratas se sintieran tan seguras y felices en la serie de viajes, lugares, situaciones que se merecen...
Respiro.
Intento hacer el groundind que el sr. Lehmann me enseñó la vez que me estaba dando un ataque de ansiedad.
Dejaré de martirizar a mi corazón porque este día lo tengo libre, ya que las ratillas se encuentran en sus diversas actividades (el uno, en sus clases de inglés del Celex, la otra, con los scouts, haciendo toallas sanitarias reusables para las niñas de escasos recursos).
La siguiente vez que escriba, seguramente estaré en el mismo lugar, con la misma gente. Y nada, a veces la vida se trata de entender y aceptar que no se es tan súper.
Y vivir con eso.