Hoy estoy enferma
Ayer estuve
enferma y el 24 cumplí 44 años y me sentí por primera vez “de mi edad”.
Hace un año le
pedía al novio en turno que me advirtiera cuando me empezara a brotar el
ridículo por usar faldas cortas con botas altas, solo que para el amussement de
la vida, el novio se fue antes de que llegaran sus advertencias y ahora mi
único termómetro son las miradas liosas de las mamitas de la escuela de
Alo y las lúbricas de los papitos, también de la escuela de Alo.
Cumplí 44 años.
No es nada. Es todo.
Anoche soñé con
la mujer que me contrató como su criada jurídica y a la que temí y le aprendí
durante 6 años, hasta que vino lo inevitable y yo tomé el lugar que la historia
me tenía reservado para mí. Soñé que estaba en el mismo espacio que yo, con dos
niños pequeños y larga y delgada como siempre había sido. Yo, avergonzada de
tener las manos manchadas de éxito laboral y la mirada cansada de gente que no
hace nada, evitaba hablar con ella, pero -como hace la gente idiota que sabe
que me ha lastimado- acudió con mi madre y ésta insistía en que hablara y le
pidiera disculpas.
¿Disculpas de
qué? ¿De haber tomado “su lugar”? O por el hecho de haber aprendido un oficio y
ganarme la voluntad de mi protector. Mi protector… necesito bajar de peso.
En otro sueño (el
que tuve antes de que mi mamá me despertara para preguntarme si necesitaba que
me llevaran al hospital porque estaba delirando) soñé que asistía a una reunión
en una casa blanca y que al día siguiente, toda la gente se había ido. Yo
quería irme también y urgía a mi hijos a que prepararan su equipaje para
largarnos pero ellos tardaban demasiado en encontrar su ropa, entre tantos
cajones, puertas, alacenas que había en esa casa. Todos blancos, todos vacíos.
Y la angustia se apoderaba de mí y yo decía “dejemos todo, vayámonos a casa ya”,
pero no podíamos encontrar la fuerza para retirarnos, se sentía toda la
situación forzada y exagerada. Me convencí a mí misma de que aquello no estaba
bien cuando tomé un papel de la impresora y comencé a ver que todo en él
cambiaba: de color, de diseño, de frases, de dibujos. El papel mágico.
Dije “quedémonos, porque mañana comienza otra fiesta” y así lo hicimos. Al día siguiente,
la decoración y temáticas eran completamente diferente y nuestra ropa y cosas
estaban nuevamente instaladas en los cajones y clósets, como si pudiéramos salir
de ahí una vez terminado todo el barullo. No sé si estuve escuchando “Hotel California”
mientras alucinaba o sencillamente la amoxicilina me pega cañón durante mi
enfermedad.
Qué lástima que
sea tan mala para escribir, ese hubiera sido la idea para un buen guión.
Estamos hechos de
frustraciones y secretos y cuando convergen ambos en una sola situación, algo
se altera en la Mátrix. Tal vez por eso me enfermé en mi cumpleaños, tal vez
por eso no pueda presumirles ni resumirles mi festejo pero, sí alcanzo a decir que volé, yo sé que volé.
No hay deseos ni resoluciones
para éste nuevo año personal, lo he hecho fatal en los años anteriores y solo
quedo en ridículo conmigo misma. Solo quiero que se sepa que inicié de una
forma y me encantaría vivir cada día con algo de esa esencia. Con esa imagen en
mi retina diariamente: un ángel vestido de negro y con tatuajes en sus alas.
Suena tan a bad boy que usted no se imaginaría que ya tengo 44 y dicho ángel unos pocos más. Y aún más: parece cliché y hasta historia dentro de una canción ochentera de pop en español ("¿será el ángel de mis sueños?)
Todo parece ser producto de la efedrina, de la depresión post cumpleañera, de mi soledad en la enfermedad, de mi febril imaginación. No me imagino soplando las velas y pidiendo deseos lúbricos frente a las caras de mis seres queridos y amigos, pero ya soy ésto y no puedo evitarlo, contenerlo ni calmarlo. No deseo. Ni siquiera puedo.
Sí, feliz
cumpleaños a mí.