No escribo en
domingo a menos que una emoción bonita y positiva esté rondándome.
Y es que en
domingo, eso es prácticamente imposible.
Para mí, el
principio de ansiedad en mi vida comenzó un domingo, cuando mi papá no apareció
en casa desde el sábado y tuve un mal presentimiento; luego, ese inquieto se
instaló en mi estómago y pervivió las horas que tardó mi papá en aparecer. No
había pasado nada “malo”, simplemente huyó de sus obligaciones paternales y
conyugales durante dos días. Pero puedo identificar perfectamente dónde y
cuando comencé a padecer el abandono, el ansia de pensar en cuándo sucedería de
nuevo, en estar hiper vigilante a todos sus movimientos y entender las señales
de cuando se comenzaba a hartar de la vida tranquila de ser padre y esposo.
Sé y estoy
consciente que desarrollé un mecanismo de defensa que me ha hecho estar
haciendo double check en cada momento de todas las relaciones que he tenido…
perdón, quise decir: en las relaciones de las que no he estado 100% segura de
ser amada.
Ya sé que no estuvo
bien abrir la puerta a relacionarme sin haber sanado, sin estar segura de mí,
de la persona. Sé que no estuvo padre confiar mi corazón a personas que no me
dieron “buena espina” o que por el contrario, me dieron mil motivos para no
involucrarme con ellos. Sé que mi ingenuidad me ha llevado a vivir historias de
terror y que, a pesar de tales experiencias, yo he querido tocar el fuego con
mis propias manos, sentir que me quemo y disfrutar ver mi piel convirtiéndose
en ampolla por la destrucción de su equilibrio.
Es un recordatorio
de que no merezco.
Es una señal de
que soy poco menos que nada, que soy la persona más imperfecta y que me empeñé
en volar con alas de cera, cerca -no del sol- sino del mismo calor del infierno.
Un infierno hecho de sonrisas falsas, de caricias falsas, de comprensión falsa,
de entendimiento y empatía falsas. Todo falso, porque lo verdadero encuentra la
forma de sobresalir entre un montón de trapos y oxigenarse. Porque lo cierto,
lo sincero, lo real siempre encuentra la manera de permanecer con aquello que
es cierto, sincero, real y leal. Pero no importa, no pasa nada (solo un tren sobre
mi corazón), sé que es el camino que elegí y que no debí.
Posiblemente el
vacío se irá haciendo soportable, el aire dejará de pesar como plomo en mis
pulmones y ese sentimiento de asco en mi estómago algún día deje de estar.
No me mentí a
propósito, sé que quise creer. Sé que quise ser feliz y hacer feliz con mis
pocas virtudes y mis quince mil kilos corporales y de errores.
Se que si hubiera
sido otra persona que no soy, esto probablemente no estaría escrito y todo en
el TL fueran recetas de kiwilimón y tímidos intentos de poner uñas. Porque
contrario a todo lo que me has mentido, una mujer inteligente sí soy y no me
ajusto a ti.
O quizás doy
pena, doy problemas, doy hueva, doy miedo, doy dolor, doy incertidumbre, doy
pesadez, doy todas las pestes de Egipto y todas las guerras de Europa. Quizás
el remolcar mis miedos e imperfecciones no es tan atractivo como cogerme de las
muñecas y empujar tu humanidad dentro de mí, mientras silente y obediente dejo
que tus defectos se resbalen sobre mi piel. No sé qué más decir. Soy todo lo
peor y soy más.
Mañana recogeré
el cadáver de mi espíritu nuevamente, lo pondré a secar sobre matorrales
incendiados y le echaré sal para que se curta de una puta vez.
Haré el ritual de
mis ancestros indígenas (aquellos que probablemente te avergonzaría conocer) y
pediré que me quiten tu sombra, tu tona, tu presencia en mi carne, en mi alma,
en mi cuerpo, en mi cerebro, en mi mente, en mis deseos nocturnos de escapar
corriendo desnuda y gritando que quiero morir.
Me iré sobre las piedras y me inmolaré una y
otra vez, hasta teñirlas de rojo. El rojo… el color con el que yo soy todo lo
imperfecto, todo lo obeso, todo lo impúdico y estúpido del mundo. El rojo, el
que sin querer ha destapado la distancia que existía entre tú y yo desde el día
en que no sentí tu mano tomando la mía.
Piedras, recíbanme
en su cálido y pétreo seno. Cobíjen estas ganas de morir y escúpanme con
violencia, hecha fuego nuevamente. Que mis cenizas vuelen, que mis dedos no
tomen nada que me revele la tristeza que me coce la garganta. Que éste corazón
se ponga verde de lo pútrido que está y que mi grasa sirva para quemar lo que
ha quedado con vida.
Una vez más, me
sorprende lo lejos que he llegado de mí. Desde donde me dejaste, no alcanzo a
ver lo que comúnmente me acompaña y no es por otra cosa que por el alejamiento
que yo puse entre mi mundo y tú. ¿Lo puse a salvo? ¿Intuí que necesitaría mi
mundo estéril de ti?
En realidad, no;
solo dejé que la distancia entre mi esencia real y la mujer que fui contigo se acrecentara
porque sabía que no podrías amarme de todas formas, con toda mi humanidad y mis
defectos.
No supe ser lo
que esperabas, no supe ser lo que querías, no supe encontrar el recurso dentro
de mi para ser eso que tú has estado buscando durante toda tu vida. Solo sé ser
yo, solo sé ser la persona que confía en alguien que dice amarla y creer que
eso significa que la amará por todo, todo lo que ella es… y todo lo que no es.
Fui más lo que no
soy y ni así fue suficiente.
Pero, cariño,
para bailar se necesitan dos.