Me cuidó mi mamá hasta que tuve edad para entrar al Kínder, en la muy proletaria colonia San Miguel Chapultepec, cerca de las Lomas de Chapultepec, con lo que ella pudo regresar a la Universidad a estudiar Derecho. Mi realidad de niña de Ciudad Nezahualcóyotl no chocó sino hasta que hubo un día un desayuno en casa de una compañerita del saloon y nos fuimos caminando a su casa. Cuando le platiqué a mi mamá que yo también quería invitar a mi grupo para un desayuno igual, me miró con cara de preocupación. Luego tomé consciencia del trayecto: Subirse al Metro Juanacatlán, bajarse en metro Zaragoza, tomar una combi a la colonia Metropolitana 2da sección, bajarse en la avenida y caminar hasta la casa. Inviable.
Crecí con complejos e inseguridades, mi papá bebía mucho en esa época (y en otras bastante más posteriores) y casi no lo veía, por lo que cuando estaba con él, los días eran bastante cortos. No importaba que se burlara de los peinados de rizos que me hacía mi mamá, ni que dijera que mis muñecas eran tontas porque luego cambiaba de parecer (al parecer) y me hacia "teatro" con ellas, poniéndoles voces realmente graciosas.
Aprendí a leer y a escribir antes que a amarrarme las agujetas y sentía la presión por ser la mejor. Tenía que ser la mejor porque no había opción para fallar: todos mis tíos y tías paternas eran profesionistas gracias al esfuerzo que hicieron sus papás y mi abuela Ofelia, quienes venían de un pueblo de Oaxaca.
La ternura masculina la viví de la mano de mi tío Israel, que tenía 14 años cuando yo nací y quien en estos momentos seguro se está tomando unos tequilas con Salma Hayek. Hasta la fecha me sigue diciendo "Danita" con un cariño que me parte el corazón.
Salimos de Ciudad Neza antes de que comenzara la primaria.
Estudié la educación básica siendo aplicada, tímida y ansiosa de aprobación.
Empecé la prepa con el pie izquierdo y la libertad que tanto deseé me la tomé de un jalón. Me quedé un año más, luego vino la huelga de la UNAM y de ahí me fui a la universidad hasta San Juan de Aragón, turno vespertino. Conocí a mis amigos, conocí a mi ídolo, conocí a mi novio de la universidad, ¡conocí muchas cosas! Aprendí a litigar con mi mamá en la Defensoría de Oficio de la Ciudad de México, en el área Familiar.
Salí de la universidad, litigué, entré a una consultoria de Desarrollo Humano, aprendí otras habilidades, me casé y tuve a mi primer hijo.
La vida conyugal fue insatisfactoria, la maternidad fue atemorizante.
Me especialicé en maternidad, me hice consciente de mi rol como madre y me adentré en formar al ser humano más maravilloso del mundo: mi amado Matius.
Tuve a Alondra, fuí una soccer mom, una mamá todoterreno con mi hijo de 7 años y la bebé en el canguro, manejando una nave preciosa, sintiendo tener la vida arreglada y que nada podría salir mal, que el matrimonio ya estaba siendo perfecto, que la maternidad era una gozada, que era el perfecto cuadro de la perfecta familia feliz.
Infidelidad del esposo, ruptura y separación. Volví a casa de mis padres, a trabajar 11 horas diarias, regresar en metro, bus, caminando a casa, a atender a la bebé Alondra, a revisar tareas, a preparar alimentos, lavar ropa, a contener, a maternar, a amamantar, a todo menos a ser una mujer con deseos, con frustraciones, con miedos e incertidumbre.
Pasan los años y sigo siendo esa mujer que materna, que cuida, que trabaja. Todos los días me levanto a las 5:30 am porque ya no logro despertarme más temprano y comienzo a correr por toda la casa (mi huevito), arreando niños, preparando lunchs, desayunos, comidas, ropa, cariñitos a la gata y pisando el acelerador para dejar en la secundaria al mayor; aventarme una cruzada yendo de sur a norte para dejar a la nena en su colegio y llegar a mi trabajo en Polanco. Soy Directora Jurídica y lo pongo en mayúsculas porque me costó mucho trabajo duro lograrlo. Llevo la legalidad de 11 restaurantes Porco Rosso, tres de ellos fuera de la ciudad de México, controlo la legalidad de las empresas que conforman el Grupo Cerro Azul y en ocasiones ayudo a mi jefe (el dueño de todo el changarro) con sus temas personales (le doy terapia, jajaja, not).
En paralelo, estoy al pendiente de los respectivos chats de las escuelas de mis hijos, de sus actividades extra escolares, sus tareas en las ene mil putas plataformas que usan las escuelas para justificar sus cobros tan caros, las fiestas de cumpleaños de los amigos, las saliditas del adolescente al cine, sus pláticas, sus anhelos, sus mundos tan diversos, la inscripción al exámen de la Prepa; estoy ahí cuando se enferman, cuando se deprimen, cuando les pica la etiqueta, cuando tienen apego ansioso, cuando han sentido celos, cuando el mundo (o su padre) les rompen el corazón.
Estoy al frente de una familia, de una empresa. Quiero estar al frente de mi misma y dejar de sentir que no soy suficiente, que no hago suficiente, que tengo demasiado equipaje a cuestas.
Dejar de sentir tanto cuando me gusta alguien, dejar de ser tan yo, tan intensa. Ser más clara porque no logro hacerles ver que no necesito que entren a mi vida a resolverla, sino que entren a compartirla. Que descubran las posibilidades que tengo, las sorpresas... ya, aquí en este punto me dan ganas de llorar.
Este 8 de Marzo quise platicarles mi historia sin mucho adorno porque se que es parte de la historia de todas las mujeres que hoy estarán siendo conscientes de que la lucha es todos los días, que algunas veces será contra el mundo, contra el patriarcado, contra el amor romántico, contra una misma.
Y que a veces, solo estaremos nosotras mismas para reconocer nuestro valor, nuestro trabajo.
Y con ello deberá ser suficiente.