lunes, 20 de julio de 2020

Sanar...




Me curé de la sorpresa inesperada de ser madre escribiendo en el blog que tienen frente a sus oclayos.

Me curé del miedo a ser mamá primeriza con todas las cagadas que ello conlleva, escribiendo (y comiendo helado de chocolate, pa’ qué más que la verdad).

Me curé de la primera infidelidad de Marmota, escribiendo.

Me curé de la depresión postparto de Papita, escribiendo.

Me curé de la bancarrota, escribiendo.

Me curé del terror ante el inevitable regreso a la vida laboral como abogada, escribiendo.

Me curé del sentimiento de culpa por dejar a mis hijos en la escuela y de perderme los primeros pasos de Papita, escribiendo.

Me curé de la noticia del hijo extramarital de Marmota, escribiendo.

Me curé del trauma del temblor del 2017, escribiendo.

Me curé de un divorcio… escribiendo.

Y aquí estoy nuevamente de frente, como la mayoría de ustedes: adaptándome para sobrevivir ante lo inesperado, con el corazón un poco roto, la cartera vacía, el de Coppel tocando a mi puerta, mis hijos convertidos en orugas gorditas de tanto comer y reptar, el trabajo en una sospechosa incógnita, con miedo a morir, llena de deudas, culpas por no haber previsto tantas cosas y escribiendo.

Es verdad, vivimos un cambio muy rudo y ha habido gente maravillosa que lo lleva muy bien y habemos otras que simplemente hacemos lo que podemos con lo que tenemos.
Tengo la tentación de quejarme, de dejarme ir con todo mi dolor y embargar a mis menos cinco lectores ¿de siempre? con tedio y flojera. Pero siento que no es justo ante las diversas circunstancias tan difíciles que muchos viven también.

Así que en la medida de lo posible intentaré rehacerme nuevamente escribiendo; porque ya no es solo un deseo mío, ya no es solo mi cosquilla de explorar paisajes literarios o llevarlos a ustedes de la risa al llanto como otras veces…

Cuando tenemos muchas responsabilidades encima, mucho dolor acumulado, pocos recursos orgánicos y una mamá que te pide que te cuides por lo que más quieras, que te dice que vas a volver a brillar, que volverás a amar, que volverás a sonreír… no queda más que hacerle caso y decir “Sí, si voy a volver a escribir, mami, te lo prometo”.

Y comenzar a hacerlo.