Me curé de la sorpresa inesperada de ser madre escribiendo
en el blog que tienen frente a sus oclayos.
Me curé del miedo a ser mamá primeriza con todas las cagadas
que ello conlleva, escribiendo (y comiendo helado de chocolate, pa’ qué más que
la verdad).
Me curé de la primera infidelidad de Marmota, escribiendo.
Me curé de la depresión postparto de Papita, escribiendo.
Me curé de la bancarrota, escribiendo.
Me curé del terror ante el inevitable regreso a la vida
laboral como abogada, escribiendo.
Me curé del sentimiento de culpa por dejar a mis hijos en la
escuela y de perderme los primeros pasos de Papita, escribiendo.
Me curé de la noticia del hijo extramarital de Marmota,
escribiendo.
Me curé del trauma del temblor del 2017, escribiendo.
Me curé de un divorcio… escribiendo.
Y aquí estoy nuevamente de frente, como la mayoría de
ustedes: adaptándome para sobrevivir ante lo inesperado, con el corazón un poco
roto, la cartera vacía, el de Coppel tocando a mi puerta, mis hijos convertidos
en orugas gorditas de tanto comer y reptar, el trabajo en una sospechosa
incógnita, con miedo a morir, llena de deudas, culpas por no haber previsto
tantas cosas y escribiendo.
Es verdad, vivimos un cambio muy rudo y ha habido gente maravillosa
que lo lleva muy bien y habemos otras que simplemente hacemos lo que podemos
con lo que tenemos.
Tengo la tentación de quejarme, de dejarme ir con todo mi
dolor y embargar a mis menos cinco lectores ¿de siempre? con tedio y flojera. Pero
siento que no es justo ante las diversas circunstancias tan difíciles que
muchos viven también.
Así que en la medida de lo posible intentaré rehacerme
nuevamente escribiendo; porque ya no es solo un deseo mío, ya no es solo mi
cosquilla de explorar paisajes literarios o llevarlos a ustedes de la risa al
llanto como otras veces…
Cuando tenemos muchas responsabilidades encima, mucho dolor
acumulado, pocos recursos orgánicos y una mamá que te pide que te cuides por lo
que más quieras, que te dice que vas a volver a brillar, que volverás a amar,
que volverás a sonreír… no queda más que hacerle caso y decir “Sí, si voy a
volver a escribir, mami, te lo prometo”.
Y comenzar a hacerlo.