Como está bien aburrida la cosa, me voy a arrancar a contarles la historia de mi primer amor... ah caray, de tanto que no venía por aquí no me había percatado que no solo les he platicado del primero, sino que ya llevo el segundo, tercero, primer marido, último flee... ¡UNA CHULADA!.
Ta bien, entonces como ese chisme ya se lo saben, mejor les contaré como es que volví a los siempre necesarios, nunca bien ponderados A N T I D E P R E S I V O S.
Estaba yo muy correctita en la parte que me corresponde de la oficina (los conocedores ya se saben el chuncherío de post-its, stabilos pastel, plumas fuente, flechitas, y ene mil libretas que se encontraban ahí en mi escritorio), tecleando alegremente el organigrama que prácticamente justificaba mi existencia en esa compañía, contestando mil mails, mintiendo impúdicamente sobre cómo ya estaba el pago de equis proveedor y aguantando los cuestionamientos de mi jefe acerca de... ¡todo! cuando de repente sentí un dolor en el pecho que se fue extendiendo hacia mi brazo izquierdo llenándome de angustia y pensamientos funestos. Se me fue el color, me comenzó a doler la cabeza rápidamente y neta sentí que ahí iban a quedar los restos de la que fuera la participante número 67 del concurso de Spelling Bee Contest del año de 1990. Una verdadera pérdida para la humanidad, lo sé.
Quisiera poder decirles que en cuanto mis compañeritos godínez notaron el cambio en mi color y actitud (pues de pasarme el día gritoneándole a mi auxiliar y llevándome de a chiflidos de arriero con el contador Solares, quedé completamente en silencio) llamaron prestos al 911 como lo marcan mis protocolos de Seguridad, pero la cosa es que estamos tan al tope de trabajo que si se nos petatea algún miembro de la tribu lo más seguro es que lo notemos cuando preguntemos a la hora del pastel de Chelita de contabilidad "oigan, ¿y Willi el de las copias no va a venir a cantar las mañanitas?", o sea, el horror.
Pedí el baumanómetro colectivo de los contadores (es que ya se que parece chiste, pero en serio que es anécdota) y de mala gana me lo ofrecieron, no se les fuera a descalibrar y luego cómo le hacen a la hora del cierre de mes. Mi presión estaba en 190/100... igual y sí, igual y no. El punto es que me pusieron en un Uber directamente a la clínica, a 100 kilómetros por minuto para que rompiera el umbral de la media hora de distancia, no lo fueran a tipificar como accidente de trabajo.
Llegué a la clínica y bueno, ¿qué les puedo contar que ustedes no sepan ya sobre el sistema de salud de nuestro país? Como no traía cita, pues me atendieron de lujo, me dijeron que iban a enseñarme resiliencia al permitir que llorara un poco más de lo que ya estaba llorando de miedo y desesperación y que para fortalecer mi carácter, no me asegurarían que recibiría la ayuda y me dejarían para que urgencias me atendiera. Claro, solo en caso de que colapsara ahí mismo; de no hacerlo, tendría que regresar el lunes con cita y en mi horario.
Pues nada, ahí estaba hecha bolita en las bancas, llore y llore y con miedo a morirme en las bancas del IMSS.
Total que entré a consulta, la doctora que me atendió estaba en medio de una batalla campal con su ex marido, su hijito de 4 años y la señora que lo cuida por las tardes... comenzó a preguntarme que qué rayos hacía ahí y, no se cómo explicarles, pero me sentí completamente estúped, con mis lagrimitas lily ledy y mis problemas de a tres varos.
Me explicó que había sufrido un ataque de pánico y me diagnosticó (nuevamente) Transtorno Generalizado de Ansiedad y Depresión.
Cámara... chochos por aquí, chochos por allá, cambio de vida y terapia.
Eso fue el 06 de marzo y luego se desató la pandemia.
Lo que más me resistí a aceptar de esta situación fue mi incredulidad ante algo que consideré en ese momento una debilidad... ¿cómo es posible que la persona que debe infundir valentía, resistencia y autoeficacia al par de ratitas maldosas que sigue viviendo en mi casa, esté cayéndose de pánico y ansiedad? No se suponía que mi cerebro me jugara en contra, se suponía que juntos alcanzaríamos el nirvana de las mamitas trabajadoras, pero ex esposa comprensiva, pero novia, ¡pero nada!
Fue, ha sido, sigue siendo algunas veces un golpe a mi ego y a mi paciencia y descubrir la fortaleza para enfrentar el día a día en medio de ésta situación global no ha sido fácil. La leche escasea y el amor se escurre como agua por las rendijas de esta gran ciudad sin que aparentemente pueda hacer algo para detenerlo.
Sin embargo, algo del desparpajo de Dana la veinteañera de repente se asoma y nos regala unas carcajadas y algunas licencias poéticas para poder sobrevivir en medio de este mar de paxil, clonazepam, paredes pintadas con gis, recortes de papeles multicolores y crayones partidos cubiertos de resistol.
Es, como siempre digo, un día a la vez.
Un día bastante pinche y apestoso a la vez, jajaja... not.