Todo lo que importa es el
interior.
Así es.
Todo lo que trasluce al mundo
desde tu ser interno es lo más importante. Claro, hay y habrá miopes de la
belleza interna que no notarán lo hermoso que eres pero no importa. Aquí lo que
interesa es que tu interior sea lo más hermoso que hayas visto y sentido.
Por eso yo creo que soy una mala
persona con los demás, porque mi interior es tan simple y pasado de moda como
calzones de abuela y yo lo atribuyo a que en quinto de primaria, mi mamá no me
dejó comprarme unos calzoncitos tipo bikini, de lo que sin ser tanga, tenían
unos lacitos a los costados, ¿ya ubican, pervertidos?
Eran negros y eran de encaje. Yo
creo que mi santa madre pensó que eran too soft porno para la inocencia de su
querida bodoca, así que dijo que nel y me compró unos calzones horribles de
gatita bombero, con ¡olanes de encaje de varios colores! ¿ya ubican,
pervertidos?
Así que desde ese instante mi
mentecita colapsó, quedando dividida en dos corrientes: las niñas malas usan
calzones del diablo y les va mal y las niñas buenas usamos calzones de gatita
bombero y nos vamos al cielo. Si quería tener contenta a mi mamá, debía usar
calzones amarillos, rosas, azules y verdes, enormes y lisos. Porque si me
atrevía a usar “los prohibidos”, sencillamente me deshijaría.
Y así crecí, peligrosamente para
el mundo, llena de resentimiento por no poder usar encaje y satín y lacitos
porque eso era de “perdidas”… lo peor del caso es que mi mamá ni siquiera sabía
de toda esta lucha que sucedía en mi cabeza, pues lo único que en realidad hizo
fue negarse a comprarme unos bikinis que no eran ni de la talla ni del material
adecuado para mi edad. Creo que era la época en la que me escondía para leer
sus “Cosmopólitan” y de ahí habré quedado erotizada para siempre con la
lencería, con el consabido trauma de no poder exteriorizarlo y quedar con un
hueco de por vida… bueno, no tanto.
Cuando crecí y literalmente
“aprendí a lavar mis calzones” (frase que todas las madres usan para denotar tu
falta de madurez, preparación, buen juicio para gobernarte y mandarte tú solo ó
como chantaje para que no hagas cosas del tipo: tener novio, fumar, echar
pasión, todas las anteriores), me aseguré de tener la ropa interior más
perversa que mi presupuesto pudiera costear. Curiosamente los hombres piensan
que una se viste para ellos, pero en realidad es totalmente falso. Una se viste
para gustarse a sí misma y de ese encanto personal, una toma fuerza para
enfrentarse al mundo y hacer sentir su presencia. Por ello es que aseguro que
lo más importante de uno mismo es el interior… o se, la ropa interior. No es
posible sacar esa inteligencia animal que necesitas para cerrar una negociación
cuando tu interior es un calzón beige deshilado, que únicamente comunica lo
triste que es tu vida cuando no tienes la curiosidad de adornar y consentir a
la persona más importante del mundo: ¡TÚ!
Claro, se entiende que no siempre
seré la candente mujer envuelta en encaje que espera sacar las garras para
defender su esencia; a veces será suficiente con ser un calzón alto francés que
se siente cómoda envuelta en un suéter, con una taza de café en la mano y 5
minutos de lectura (lo que dura Peppa Pig, maldita sea) y estará bien. También
eso estará bien…
Al menos eso es lo que me digo
diariamente, cuando mis viejos calzones me sonríen maldosamente a sabiendas que
serán los que use durante un muy laaaaargo tiempo.
Jajajaja…
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