viernes, 20 de junio de 2014

GODINISMO ILUSTRADO

Hace varios ayeres, cuando mi mamá trabajaba en la ex Coordinación Jurídica de... sepa la bola...del Departamento del Distrito Federal y me llevaba a su trabajo porque a)No llegaba a la escuela b)Enfermaba y no había quién pudiera cuidarme c)Aun no comenzaba el curso de verano de su oficina, fui testigo de diversas conductas que al parecer, con el paso de los años se han agudizado en toda oficina que se respete y han generado toda una contracultura al respecto, me refiero a lo que ahora se denomina como "Mundo Godínez" o "Lo que callamos los oficinistas" o "Burocratízame la vida".
Aquella oficina era una copia hecha en mimeógrafo del programa "Mi secretaria" y juro por dios que me mira que las doñitas y doñitos que trabajaban ahí, tenían el mismo luk que Begoña Palacios y Lupita Lara.
Todas esas leyendas urbanas que corren acerca de las oficinas y específicamente de las gubernamentales son ciertas: la gente hace ahí lo que le da su reverenda gana, a pesar del jefe, del checador, de la doñita de la limpieza, de la tendera que ofrece su mercancía perfectamente escondida en los cajones de su escritorio y de la que organiza siempre los convivios...
Inclusive en aquella ochentera época era muy divertido ver a todos esos entes interactuar y hasta sacar la chamba -que por lo que recuerdo se trataban de juicios de Amparo donde a huevo tenían que defender al entonces Departamento del DF, lo que hoy vendría siendo la Súper Consejería Jurídica del gobierno del DF- y todos se peleaban por las copias, porque ya se le acababa la cinta a la máquina de escribir, porque al recurso de revisión ya le había caido aguacate de la torta que comía Rebequita, porque las abogadas eran bien negreras y querían todo para ayer y no mana, no se vale, yo ni he ido a peinarme el copete ni a cobrar mi tanda...
Pienso que nada ha cambiado desde esa época por la misma razón que nada ha cambiado en el país: somos personas hechas de costumbres pero sobre todo, de buenas intenciones. Sobre todo de la buena intención de pasarlo bien, a pesar de encontrarnos en la oficina.
Yo confieso que mi única época Godínez ocurrió antes de que Matius naciera y para nada fue lo que me tocó vivir con mi mamá en su oficina. Si hubo conductas de todas las personas que trabajamos ahí que pudieran calificar de "Godínez" (como los viernes "de mercadito", el sustraer de contrabando la papelería ¡con logo de la empresa! para uso personal, o el guardar en el refri algunos plebeyos tuppers, aunque estos contuvieran yogurth griego con blueberries en vez de guisado de puerco con arroz) pero eso sí, estuvimos consentidos con café gourmet, un buen surtido de coca colas light, palomitas de maiz para las horas de junta y cada cumpleaños había salidita a "Los Canarios" del Marquis Reforma en vez de esos festejos donde se juntan los escritorios y la secretaria más abusada pide su día "económico" para quedarse en casa a guisar el pollo, el mole y el arroz con los que se tratará de justificar los $200 pesos por piocha que el festejo costó.
Creo que todos aquellos referentes al movimiento oficinezco son muy ciertos pero injustos. Ser una persona trajadora de una institución oficial es duro. Yo lo viví con mi mamá y a pesar de las anécdotas chistosas, me di cuenta de lo duro que es trabajar mucho, por un sueldo estandarizado y con pingües incentivos como vales de despensa o premios de puntualidad (que la mayoría ganaba, en complicidad con el "checador") y con expectativas de crecimiento medio amañadas, pues a lo más que se podía aspirar era a convertirse en el jefe de aquella tropa Godín, lo cual equivalía a ser el apestado del año.
Cosas como pintarse las uñas en el escritorio, peinarse con secadora en el baño de la oficina, maquillarse en el metro, comprar cosas por catálogo a Lupita de contabilidad o esperar la quincena como si fuera la ayuda humanitaria de la ONU se quedarán para siempre en el inconsciente colectivo, esperando a que las generaciones futuras sigan perpetuando dichos rituales. 
Mi mamá me va a regañar por platicar estas cosas, como la vez que tuvo que cambiar a mi hermano (el ahora flamante Doctor Mitocondria) en el escritorio y dejar el pañal en el bote de basura de la copiadora, o por haber revelado el secreto negocio del checador, pero estoy segura que sonreirá al recordar a la señora Chela y su eterna cara de deprimida, a la señora Esperanza y su cajón lleno de dulces para vender, a la abogada Franco llegando en jeans y tacones a las doce del día, cargando una olla llena de piezas de pollo y ordenando la junta de escritorios, a Paco el de las copiadora, que llegó a sacarme copias de mis libros de primaria y sobre todo a toda la barra de abogados que en esa época trabajaron con ella y que parecía que nunca iban a dejar de quejarse de las secretarias... 
Nada cambia en este mundo, menos en el mundo Godínez. Gracias godinismo porque por ellos muchos de mi generación hoy tenemos carrera, vidas más holgadas y la capacidad maravillosa de enternecernos con ello.
Y no lo olviden, chaparritos: ser Godínez no es cuestión de sentir vergüenza, es sentirse orgullosos y agradecidos de contar con un trabajo al que acudir diariamente.
Así sea para sufrir el mal del puerco o para pelear con Lupita de contabilidad.


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