¡Buenos días mis amores! ¡¿cómo me los trata la vida, las lluvias, el tránsito, la pareja, el amors, los impuestos?!
Sí... bueno, gracias por compartir, ¿eh? Un placer...
Estaba escuchando reciéntemente a la "Reina de la radio" (ya saben quién es, porfas, no me hagan admitir públicamente que escucho a Martha DBayle...) y me quedé pensando en un tema que hasta se antojo medio "twilightzonezco": el vivir la vida con las mismas reglas y estrategias cual si jugaras un videojuego. ¡Órales!
O sea, ¿cómo? ¿Se trata de ir por la vida dando brincos y pegándole a las paredes esperando que salgan monedotas de oro? ¿O que -en el mejor de los casos- agarre mi Gremlin II súuuper tuneada y choque impunemente a todos los que circulamos sobre Periférico? Esto último es el puro vacilón, c'mon! todos sabemos que es imposible alcanzar altas velocidades en esta ciudad... en fin.
Nada de eso, queriditos y enajenadísimos menos cinco videolectores de siempre, se trata -básicamente- de que así como le echamos la galleta (y la lana) al "Candy Crush" y en nuestro cerebrín empezamos a idear una buena manera de acabar con la maldíta gelatina, igualmente y con la misma intensidad y la misma motivación podamos vencer la gelatina ¡pero de nuestra desidia! y rápidamente comencemos a "subir de nivel" en nuestra vida.
Suena bien, ¿no? A quién no le gustaría sentir que en vez de invertirle y perderle en la vida, uno se va llenando de poderes, trucos y atajos que le harán el Chucho Cuerero, ya no del "Age of Empires" o de "Ninjas Gaiden 2", sino de la misma vidurria; la de uno, pues.
PERO, PERO, PERO, PERO...
Aquí vale la imperiosa e inevitable vuelta de tuerca: para empezar a gozar de las bondades de dicha teoría lúdica, lo primero es que te gusten los videojuegos y ¿qué creen?: que las arcadias y yo nop nop nop nos llevamos...
Todo comenzó en el año en el que una muta de niña obediente a puberta del demonio: viaje familiar al Cancún de principios de los noventa, cuando aún era posible ir patinando sobre la zona hotelera y apreciar ¡AL MISMO TIEMPO! la vista de la playa y de la Laguna de Nichupté. Una joya que -ahora si- nuestros hijos jamás podrán imaginar.
Pues nada, que en esa época conocí de la mano de mis "adorables" primos Beto y Gabriel al famosísimo juego de Mario Bros. Aplausos.
A pesar de encontrarnos en tan paradisiáco lugar con alberca las 24 horas y una verdadera jungla pidiendo a gritos ser explorada (cosa que no hacíamos pues aunque era muy atrayente la idea, lo cierto es que la casa de mi tía Clarita era un lugar muy gustado de recreo para el jaguar) todos los niños nos encerrábamos a jugar dicho videojuego. "Nos encerrábamos" es una idea bastante laxa porque en realidad a mi no me dejaban jugar. Mis primos acaparaban la consola un día sí y el otro también y a pesar de mis ruegos -y de que ya habían acabado el juego mil veces- nomás no me dejaban apretar los botoncitos. "Ay, pero si te matan luego luego", argumentaban mis primitos. ¡Y era cierto! Oficialmente era, no una papa, ¡sino un reverendo nabo! para los juegos de video. Y claro, cómo no me iban a matar "luego luego" -¡maldítos champiñones del mal!- si yo me ponía híper nerviosa, me bloqueaba y finalmente, desistía de jugar.
Después de esas vacaciones invitaron a mis padres a una boda allá por Peñón de los Baños (o sea, bien lejos). Mi abuela me había dado una moneda, para dulces según ella. Fuí a la tienda y justo ahí, en ese lugar alejado de dios, la civilización y el transporte público (estábamos haciendo tiempo en lo que pasaba un taxi), se apareció una "maquinita" de Mario Bros. Tardé en darme valor para acercarme a ella, me cercioré de que no hubiera niños alrededor y cuando finalmente me atreví a echar mi moneda... que me llama mi mamá para treparme al taxi... Ni hablar de la moneda perdida y del juego no jugado.
Segundo intento: Dana caminando sobre Insurgentes rumbo a su clase de ballet. Local con "maquinitas". Una moneda en su bolsillo. No hay "moros en la costa"... el corazón le late desaforadamente, ¿se atreverá a jugar en las "maquinitas"? ... Nop, pasa de largo y echa su moneda en un dispensador de pelotas rebotonas. Tiene 11 años, ¿como pa qué quiere una pelota? No importa, ha dejado pasar su oportunidad...
Y ya por último: hace dos semanas que andábamos en el cine, la Marmota y el Matius entran al local de videojuegos y ahí me tienen acompañándolos, muy mona yo... Me dije: "Esto debe ser superado ¿no crees, Dana?" y ¡zaz! que me planto frente al _____ (ponga aquí el nombre de la consola que guste porque yo no tengo ¡ni idea!) y ¿qué creen que me pasó?
Me congelé, la verdad. No pude ni siquiera entender qué personaje era yo, con cual botón saltar, con cual otro sacar el poder... mejor vino el Matius y me quitó de en medio...
Si la teoría de "la vida como un videojuego" es cierta, ¡pta madre, ya estuvo que fracasé!
Aunque -aquí siempre tratamos de encontrarle el lado amable a la bestia- quizá sea exáctamente lo que necesito para entender esos miedos, ese congelamiento y esa tendencia a desistir cuando me enfrento a situaciones que velis nolis, me sacan de mi zona de confort...
Ello será un camino más que recorrer, un aprendizaje más que asimilar, una experiencia nueva que les llegaré a platicar, un madrazo más que sobar...
Los quiero chaparritos, ¡feliz viernes!
No hay comentarios:
Publicar un comentario