Ya supimos en qué acabó la navidad, ya nos hemos mentalizado en que comeremos recalentado hasta marzo (siguiendo la consigna de " huevo con pavo, pavo con huevo y pavo a huevo"), ya las huestes consumistas se alistan para otro maratón de compras sin parar, rogándole a la máxima deidad existente que les coopere con las 148 mil mensualidades SIN intereses a las que acaban de vender su alma y también ya estamos pensando -escribiendo- el speech de agradecimiento de fin de año (¿Qué quieren?, para muchos es su momento "Oscar's") Estamos, pues, en la euforia de la vacación.
Pero entonces yo tengo un niño que anda caracoleando por la casa, viendo que se come, viendo en qué malgasta su energía malsana, en qué nuevo problema se mete... ¡y eso que es el Matius y ustedes lo conocen! Saben que es un niño muy tranquilo y bien portado... la mayoría de las veces.
La otra parte del tiempo, el Matius se mete a su cuarto, agarra sus libros de Ardilla Miedosa, se pone a colorear, juega con sus carritos, pisa la cola de Peluss ("fue un accidente, mamá") o se tira al drama escuchando " The thieving macpie" en su iPad. Y de cuando en cuando, lo escucho suspirar por un poco más de emoción y pues tengo que mover mi aterido cuerpo para sacarlo a pastar (frase de Kry). Pero ayer cuando puse un pie en la calle, jamás imaginé que aquello no acabaría de manera tranquila...
Ayer acabando la sesión futbolera en el parque, lo llevé a ingerir comida cero sana, pidiéndo a Dios que en algún momento a las papitas fritas les cambiaran el nombre a "verduras" y atenuando mi culpabilidad decidiendo agua en vez de soda. Buena jugada, ¿eh?
Terminando de engullir nuestros alimentos, decidí que una vueltita por la tienda que es parte de tu vida era una buena manera de bajar la comida (¡hasta las rodillas, en mi caso!) Y pues nada, entre racks de ropa sobrevaluada y aspiraciones equivocadas, me encontré cara a cara, frente a frente con... -pausa dramática- un ex novio.
Oh-oh... ¡cállate, de qué me hablas!
El asunto hubiera terminado ahi, con una inclinación de cabeza a modo de cortesía y cada quien en su camino pero, parece que yo le debía dinero o algo peor porque en ese momento me retuvo y ya no hubo manera de correr.
Imaginen la escena: Dana, ex reina de belleza en la universidad (wink, wink), hecha una facha (as usual), con pants, cero maquillaje (¡Ps cómo! Venia del parque) y con digamos...unos...¿qué les gusta...cinco kilos de más?, encontrándose al que ella juró y perjuró era el amor de su vida (en esa época, en esa época... no le brinquen todavía), escuchando un "Ay, qué milagro, como has cambiado, se ve que ya no eres la misma..." en ese tonito malintencionado, ya saben, del tipo "Tssss..." ¡Catástrofe!
Y si, "catástrofe", porque en primer lugar ningún caballero que se respete deberia interceptar a una vieja conocida y espetarle un "Cómo has cambiado" si dicha dama viene en compañía de su hij@. O sea, ¿qué le pasa?
Pero como mi mamá me educó muy bien, le obsequié una sonrisa espléndida, mostré mi mejor humor y orgullosamente le respondí que en efecto, he cambiado... todos lo hacemos... hasta tú, chulito.
Ahí hubiera acabado todo... si el sujeto hubiese tenido más luces y cuatro pesos de decencia, pero no; insistió e insistió ante la mirada curiosa de mi hijito, tratando de llegar al punto que lo tenia tan herido: "tu cabello ha cambiado, nunca quisiste usarlo tan largo, nunca te gustaron los pants, ¿desde cuando sales sin maquillaje a la calle?" Hasta llegar a la parte más dolorosa -por su parte-: "Dijiste que nunca querrías tener hijos"... Atención, seguridad: tenemos un 4/32, señora golpeando a sujeto con su bolso...
Claro que golpearlo hubiera sido fácil (en una de esas, hasta el Matius lo hubiera pateado). El problema es que un orgullo herido o un corazón maltrecho no responde a más violencia. Con todo el aplomo que me quedaba, le respondí seriamente lo mucho que sentía el saberlo tan amargado, tan sin contento. Le ofrecí una sincera disculpa si aún consideraba detestable mi decisión de cortar cualquier relación con él (el corazón NUNCA se equivoca) y amablemente me despedí.
¿Saben? Con todo lo desagradable que fue aquello, aún me quedó cabeza y corazón para sentir pena por la gente que no logra reponerse a las adversidades de la vida, llámese corazón roto, pérdidas, reveses de fortuna, etc. y necesitan ese desahogo final (espero jamas volver a topármelo de nuevo) para sacar el veneno del cuerpo. Aún sigo creyendo que para combatir el veneno, necesitas el antídoto con iguales propiedades. Irónico, ser veneno y antídoto al mismo tiempo.
El Matius y yo caminamos en silencio; yo con el ligero temor por las -lógicas- preguntas, pues estoy convencidísima que los niños si tienen desarrollado ese séptimo sentido de darse cuenta de aquellas cosas que los adultos les ocultamos, pero en su lugar, comenzó a cantar "Last xmas, I give you my heart.." y tranquilamente, con el ataredecer de fondo, nos fuimos manejando de vuelta a casa...