viernes, 25 de octubre de 2013

A dieta.

Desde hace unos cuántos meses he subido de peso. Ok, ok, en específico, desde hace 29 meses...
La razón... supongo que es una mezcla de ansiedad mal encausada,  ausencia de voluntad y adicción a los carbohidratos y al azúcar.
Cuando tu vida social se ha visto acaparada por las fiestas infantiles de los compañeritos de tu hijo, el panorama gastronómico no es muy halagüeño: cupcakes atiborrados de melcocha, helado, botanas, dulces de piñata que nunca se terminan, lo que te empacas en la comida más lo que tu hijito no se comió y que tú terminas comiéndote "para no hacerle el feo a la anfitriona". Es imposible mantener el paso, sobre todo cuando cojeas de la pata "¿Qué vamos a cenar?".
Pero entonces ¿qué pasa cuando la ropa ya no te queda? Literal, ya no te cierran los pantalones y aunque tu esposo se dedique al negocio de la ropa, no hay poder humano que le haga entender que lo que está de moda (al menos en tu clóset) son los "mommy pants" y que porfas, se discuta con una cantidad considerable porque ya es imposible salir a la calle sin parecer la piñata de la fiesta.
¡Ay dios!
Claro, no es que me esté tirando al drama sin saber lo que conlleva seguir en la senda del malcomer; creánme, con un hermano doctor (y enojón, además), las consecuencias e información en general están a la orden del día, pero ¿por qué cuesta tanto seguir una dieta saludable? Y no solo para bajar el volúmen y posar como ninguna en los calendarios de taller mecánico, sino para que tu organismo dure unos considerables cuarenta años más.
Supongo que lo más recomendable en este momento sea que deje de escribir y me ponga a hacer unas 50 sentadillas y luego me coma un tazón de lechuga con arándanos.
No se, algo habrá que hacer para mejorar la calidad de vida y así deje de quejarme.

¡...Nos leemos la siguiente semana!

Encuentros (nada) gratos.

Ya supimos en qué acabó la navidad, ya nos hemos mentalizado en que comeremos recalentado hasta marzo (siguiendo la consigna de " huevo con pavo, pavo con huevo y pavo a huevo"), ya las huestes consumistas se alistan para otro maratón de compras sin parar, rogándole a la máxima deidad existente que les coopere con las 148 mil mensualidades SIN intereses a las que acaban de vender su alma y también ya estamos pensando -escribiendo- el speech de agradecimiento de fin de año (¿Qué quieren?, para muchos es su momento "Oscar's") Estamos, pues, en la euforia de la vacación.
Pero entonces yo tengo un niño que anda caracoleando por la casa, viendo que se come, viendo en qué malgasta su energía malsana, en qué nuevo problema se mete... ¡y eso que es el Matius y ustedes lo conocen! Saben que es un niño muy tranquilo y bien portado... la mayoría de las veces.
La otra parte del tiempo,  el Matius se mete a su cuarto, agarra sus libros de Ardilla Miedosa, se pone a colorear, juega con sus carritos, pisa la cola de Peluss ("fue un accidente, mamá") o se tira al drama escuchando " The thieving macpie" en su iPad. Y de cuando en cuando, lo escucho suspirar por un poco más de emoción y pues tengo que mover mi aterido cuerpo para sacarlo a pastar (frase de Kry). Pero ayer cuando puse un  pie en la calle, jamás imaginé que aquello no acabaría de manera tranquila...
Ayer acabando la sesión futbolera en el parque, lo llevé a ingerir comida cero sana, pidiéndo a Dios que en algún momento a las papitas fritas les cambiaran el nombre a "verduras" y atenuando mi culpabilidad decidiendo agua en vez de soda. Buena jugada, ¿eh?
Terminando de engullir nuestros alimentos, decidí que una vueltita por la tienda que es parte de tu vida era una buena manera de bajar la comida (¡hasta las rodillas, en mi caso!) Y pues nada, entre racks de ropa sobrevaluada y aspiraciones equivocadas, me encontré cara a cara, frente a frente con... -pausa dramática- un ex novio.
Oh-oh... ¡cállate,  de qué me hablas!
El asunto hubiera terminado ahi, con una inclinación de cabeza a modo de cortesía y cada quien en su camino pero, parece que yo le debía dinero o algo peor porque en ese momento me retuvo y ya no hubo manera de correr.
Imaginen la escena: Dana, ex reina de belleza en la universidad (wink, wink), hecha una facha (as usual), con pants, cero maquillaje (¡Ps cómo! Venia del parque) y con digamos...unos...¿qué les gusta...cinco kilos de más?, encontrándose al que ella juró y perjuró era el amor de su vida (en esa época, en esa época... no le brinquen todavía), escuchando un "Ay, qué milagro, como has cambiado,  se ve que ya no eres la misma..." en ese tonito malintencionado, ya saben, del tipo "Tssss..." ¡Catástrofe!
Y si, "catástrofe", porque en primer lugar ningún caballero que se respete deberia interceptar a una vieja conocida y espetarle un "Cómo has cambiado" si dicha dama viene en compañía de su hij@. O sea, ¿qué le pasa? 
Pero como mi mamá me educó muy bien, le obsequié una sonrisa espléndida,  mostré mi mejor humor y orgullosamente le respondí que en efecto, he cambiado... todos lo hacemos... hasta tú,  chulito.
Ahí hubiera acabado todo... si el sujeto hubiese tenido más luces y cuatro pesos de decencia,  pero no;  insistió e insistió ante la mirada curiosa de mi hijito, tratando de llegar al punto que lo tenia tan herido: "tu cabello ha cambiado, nunca quisiste usarlo tan largo, nunca te gustaron los pants, ¿desde cuando sales sin maquillaje a la calle?" Hasta llegar a la parte más dolorosa -por su parte-: "Dijiste que nunca querrías tener hijos"... Atención, seguridad: tenemos un 4/32, señora golpeando a sujeto con su bolso...
Claro que golpearlo hubiera sido fácil (en una de esas, hasta el Matius lo hubiera pateado). El problema es que un orgullo herido o un corazón maltrecho no responde a más violencia. Con todo el aplomo que me quedaba, le respondí seriamente lo mucho que sentía el saberlo tan amargado, tan sin contento. Le ofrecí una sincera disculpa si aún consideraba detestable mi decisión de cortar cualquier relación con él (el corazón NUNCA se equivoca) y amablemente me despedí.
¿Saben? Con todo lo desagradable que fue aquello, aún me quedó cabeza y corazón para sentir pena por la gente que no logra reponerse a las adversidades de la vida, llámese corazón roto,  pérdidas,  reveses de fortuna, etc. y necesitan ese desahogo final (espero jamas volver a topármelo de nuevo) para sacar el veneno del cuerpo. Aún sigo creyendo que para combatir el veneno, necesitas el antídoto con iguales propiedades. Irónico,  ser veneno y antídoto al mismo tiempo. 
El Matius y yo caminamos en silencio; yo con el ligero temor por las -lógicas- preguntas, pues estoy convencidísima que los niños si tienen desarrollado ese séptimo sentido de darse cuenta de aquellas cosas que los adultos les ocultamos, pero en su lugar, comenzó a cantar "Last xmas, I give you my heart.." y tranquilamente, con el ataredecer de fondo, nos fuimos manejando de vuelta a casa...

viernes, 18 de octubre de 2013

SOY CONFIANZUDA.

Algo que siempre me han reprochado mis amistades más cercanas es el hecho de ser irremediable, inconsciente y estúpidamente confianzuda.
A ver, pérense, no estoy diciendo que soy de las que se trepan rápidamente al carro de algún (os) extraño (s) o de aquellas que se quitan los calzones enfrente de una pandilla de hombres malolientes ¡SIN SIQUIERA COBRAR!. No, nada de eso.
Me refiero al hecho de ser un tanto cuanto "amoldable" a ciertas situaciones sociales.
Por ejemplo, cuando llegas a alguna fiesta y sólo conoces al que te está invitando.
Y me molesta que, como no conoces ni te conocen, entonces las horas que permanecerás ahí, te la vives en el celular candycrusheando o facebookeando, encerrada en tu ostra mientras el resto convive. No es mi estilo, lo siento. Me incomoda mucho que al notar que nadie me es conocido, tenga que colgarme del único ser viviente que sabe al menos mi nombre; pero me incomodan más las miraditas de lástima (¡aaaaay, ya saben cuales, no se hagan!) del resto de los invitados que me lanzan por mi inevitable condición de "new kid in town".
Por eso es que me gusta socializar, entrar en materia luego luego, no dejar que el silencio incómodo se apodere de toda la concurrencia.
Primero con miradas y sonrisas amistosas, luego con la primera frase amable, risas de asentimiento, preguntas no comprometedoras y ya al final, carcajada con golpe en la espalda y la frase "¡Eres a toda madre!"
En ocasiones mi tozuda timidez me lleva a socializar TAL VEZ un poco más de la cuenta
Les juro que no me paso de la raya, no estoy indagando si son naturales u operadas o si se encuentran embarazadas.No me pongo a cantar a grito pelado ni a reir sin sentido, como una histérica. No me trepo a los sillones en una imitación a Gloria Trevi. No me esfuerzo demasiado para ser agradable a los demás. Simplemente es tratar de pasar el momento lo menos incómodo posible.
¿Eso es ser confianzuda?
Pues aparentemente sí. Nunca voy a olvidar esos comentarios que las amigas de mi prima Lluvia  le soltaron al final de la reunión (que tuvo lugar en Querétaro) a la que -sin ser previamente invitada (por casualidad yo estaba vacacionando con mi prima)- me vi en la necesidad de ir, ¡ni modo que me regresara el D.F. en ese momento!
Y justo eso le dijeron: "Sí nos cayó bien tu prima, pero es muy confianzuda"...
Rayos, directo a mi herida infantil del rechazo, diría mi psicóloga.
Y como ese, otros cuantos episodios más.
Ahora entiendo algunas miradas perplejas que me regalan las personas que voy conociendo al instante. Piensan que es "too much" de mi parte. Creen que me paso de "confiancitas"... Es triste.
¿Pero  saben qué? ¡Es todo un arte eso de sociabilizar con extraños-no-tan-extraños, queridos menos cinco confianzudazos lectores de siempre! Es todo un fuck'n arte el encontrar cierto clima amistoso en una reunión donde eres una rara avis que ha caído por error en ese escenario.
No es ser "confianzuda" es ser inteligente para amoldarte a la situación y disfrutar lo mejor posible.
¡Qué importa que no nos conozcamos! ¿Ello nos forza a poner jeta toda la reunión y entonces mejor ser catalogada de grosera? ¡Porque si quieren, puedo ser la mula más mula del mundo y todos vamos a llorar!
Se instalarme en la pose "The world is not enough" y levantar la ceja, barrer a la gente con la mirada, hacerla menos, soltar risitas burlonas... (nada más de escribirlo, siento que ya me estoy mortificando)
¡No me busquen porque me encuentran! ... ¡Porque me encuentran, dije!

Ya por último: sí, lamentáblemente así soy, así nací y así me moriré (tal vez hasta me aviente la última plática con el sepulturero); sépanselo de una vez. Les sonreiré y les platicaré mucho, haré bromas y trataré de que pasemos un momento agradable. Tal vez me convierta en el centro de atención y no precisamente porque me sienta muy salsa. Es porque el pasar un buen rato es tarea de todos, tal como sacar una empresa o un país adelante. Es misa de varios obispos, es mole de varias cucharas...
Así que vayan dándole una pulida a sus habilidades sociales y no se burlen de las personas que intentan hacer su mejor esfuerzo en la reuniones...
¡Porque es muy difícil, maldíta sea!
...
Ya, adiós.
...
Está bieeeen... ¡Feliz viernes, queriditos míos!

viernes, 11 de octubre de 2013

"MARIOBROSÉENME" LA VIDA, MARIO BROS.

¡Buenos días mis amores! ¡¿cómo me los trata la vida, las lluvias, el tránsito, la pareja, el amors, los impuestos?!
Sí... bueno, gracias por compartir, ¿eh? Un placer...
Estaba escuchando reciéntemente a la "Reina de la radio" (ya saben quién es, porfas, no me hagan admitir públicamente que escucho a Martha DBayle...) y me quedé pensando en un tema que hasta se antojo medio "twilightzonezco": el vivir la vida con las mismas reglas y estrategias cual si jugaras un videojuego. ¡Órales!
O sea, ¿cómo? ¿Se trata de ir por la vida dando brincos y pegándole a las paredes esperando que salgan monedotas de oro? ¿O que -en el mejor de los casos- agarre mi Gremlin II súuuper tuneada  y choque impunemente a todos los que circulamos sobre Periférico? Esto último es el puro vacilón, c'mon! todos sabemos que es imposible alcanzar altas velocidades en esta ciudad... en fin.
Nada de eso, queriditos y enajenadísimos menos cinco videolectores de siempre, se trata -básicamente- de que así como le echamos la galleta (y la lana) al "Candy Crush" y en nuestro cerebrín empezamos a idear una buena manera de acabar con la maldíta gelatina, igualmente y con la misma intensidad y la misma motivación podamos vencer la gelatina ¡pero de nuestra desidia! y rápidamente comencemos a "subir de nivel" en nuestra vida.
Suena bien, ¿no? A quién no le gustaría sentir que en vez de invertirle y perderle en la vida, uno se va llenando de poderes, trucos y atajos que le harán el Chucho Cuerero, ya no del "Age of Empires" o de "Ninjas Gaiden 2", sino de la misma vidurria; la de uno, pues.
PERO, PERO, PERO, PERO...
Aquí vale la imperiosa e inevitable vuelta de tuerca: para empezar a gozar de las bondades de dicha teoría lúdica, lo primero es que te gusten los videojuegos y ¿qué creen?: que las arcadias y yo nop nop nop nos llevamos... 
Todo comenzó en el año en el que una muta de niña obediente a puberta del demonio: viaje familiar al Cancún de principios de los noventa, cuando aún era posible ir patinando sobre la zona hotelera y apreciar ¡AL MISMO TIEMPO! la vista de la playa y de la Laguna de Nichupté. Una joya que -ahora si- nuestros hijos jamás podrán imaginar.
Pues nada, que en esa época conocí de la mano de mis "adorables" primos Beto y Gabriel al famosísimo juego de Mario Bros. Aplausos.
A pesar de encontrarnos en tan paradisiáco lugar con alberca las 24 horas y una verdadera jungla pidiendo a gritos ser explorada (cosa que no hacíamos pues aunque era muy atrayente la idea, lo cierto es que la casa de mi tía Clarita era un lugar muy gustado de recreo para el jaguar) todos los niños nos encerrábamos a jugar dicho videojuego. "Nos encerrábamos" es una idea bastante laxa porque en realidad a mi no me dejaban jugar. Mis primos acaparaban la consola un día sí y el otro también y a pesar de mis ruegos -y de que ya habían acabado el juego mil veces- nomás no me dejaban apretar los botoncitos. "Ay, pero si te matan luego luego", argumentaban mis primitos. ¡Y era cierto! Oficialmente era, no una papa, ¡sino un reverendo nabo! para los juegos de video. Y claro, cómo no me iban a matar "luego luego" -¡maldítos champiñones del mal!- si yo me ponía híper nerviosa, me bloqueaba y finalmente, desistía de jugar.
Después de esas vacaciones invitaron a mis padres a una boda allá por Peñón de los Baños (o sea, bien lejos). Mi abuela me había dado una moneda, para dulces según ella. Fuí a la tienda y justo ahí, en ese lugar alejado de dios, la civilización y el transporte público (estábamos haciendo tiempo en lo que pasaba un taxi), se apareció una "maquinita" de Mario Bros. Tardé en darme valor para acercarme a ella, me cercioré de que no hubiera niños alrededor y cuando finalmente me atreví a echar mi moneda... que me llama  mi mamá para treparme al taxi... Ni hablar de la moneda perdida y del juego no jugado.
Segundo intento: Dana caminando sobre Insurgentes rumbo a su clase de ballet. Local con "maquinitas". Una moneda en su bolsillo. No hay "moros en la costa"... el corazón le late desaforadamente, ¿se atreverá a jugar en las "maquinitas"? ... Nop, pasa de largo y echa su moneda en un dispensador de pelotas rebotonas. Tiene 11 años, ¿como pa qué quiere una pelota? No importa, ha dejado pasar su oportunidad...
Y ya por último: hace dos semanas que andábamos en el cine, la Marmota y el Matius entran al local de videojuegos y ahí me tienen acompañándolos, muy mona yo... Me dije: "Esto debe ser superado ¿no crees, Dana?" y ¡zaz! que me planto frente al _____ (ponga aquí el nombre de la consola que guste porque yo no tengo ¡ni idea!) y ¿qué creen que me pasó?
Me congelé, la verdad. No pude ni siquiera entender qué personaje era yo, con cual botón saltar, con cual otro sacar el poder... mejor vino el Matius y me quitó de en medio...
Si la teoría de "la vida como un videojuego" es cierta, ¡pta madre, ya estuvo que fracasé!
Aunque -aquí siempre tratamos de encontrarle el lado amable a la bestia- quizá sea exáctamente lo que necesito para entender esos miedos, ese congelamiento y esa tendencia a desistir cuando me enfrento a situaciones que velis nolis, me sacan de mi zona de confort...
Ello será un camino más que recorrer, un aprendizaje más que asimilar, una experiencia nueva que les llegaré a platicar, un madrazo más que sobar...

Los quiero chaparritos, ¡feliz viernes!

domingo, 6 de octubre de 2013

YO PIDO.

Bueno, ¿qué me he creído yo, queridos menos cinco olvidados lectores de siempre (si es que todavía andan por aquí) que no les he venido a regar la plantita del gusto por el morbo ajeno?
El día de hoy platicaremos de cuando una no sabe elegir bien.
Y no, no nos vamos a poner filosóficos o profundos, (esas cosas déjenselas a Gabby Vargas, por Dios, ¿por quién me toman?) más bien hablo del no saber elegir un regalo para una misma.
O lo que es lo mismo: "Lo quiero pero siento que no me lo merezco".
Como ya he cacareado por aquí, hace poco cumplí años y la verdad es que personas muy queridas me dijeron "píde lo que quieras". ¡Wey!, si la treintena me está cantando a mi puerta y eso me hace llorar, el que me ofrezcan un Día de Reyes en Septiembre debiera ser grandioso, ¿o no?
Pues no, la verdad es que elegir -y elegir bien- siempre ha sido un problema para mi. (Y ex novios: no se rían que es en serio.)
Hubieran visto a los Marmota en ConocidoCentroComercialAlSurDeLaCiudad, en la tienda donde al firmar con tu tarjeta eres "Totalmente Pelmazo" (por la deuda que solo crece y crece), intentando elegirME un regalo de cumpleaños que fuera: bonito, pero tierno, pero no muy caro, pero cómo no muy caro si yo me lo merezco, pero no porque esa lana mejor la invertimos en los dulces del Matius, pero mejor un libro, pero mira el abrigo, pero mejor el perfume, ¡pero mejor NADA porque eres una histérica y ya mejor nos vamos!...

Ouh...

No se qué pasa conmigo que no puedo siquiera atreverme a pedir algo que me va a causar felicidad (pasajera, claro; nada es eterno en esta vida, ¡carambas!), porque una crece con muchas broncas en su cabeza y justo al llegar a la edad de las actuaciones, ¡cómo no voy a meter la pata a la hora del chousen!
A quién de ustedes no les sorrajaron un: "Cuidadito y andes de pedinche, porque te voy a dar de nalgadas." Y entonces ¡obvio!, llegabas a casa de la abuela o del tío gastalón y buena onda y eras el único imbécil que al ser requerido para elegir una golosina o un premio, mirábas primero a tu madre -quien en un sorprendente performance de miradas y gestitos, con la boca torcida te alcanzaba a decir "Ni se te ocurra"- y decías: "Yo no quiero nada abuela, muchas gracias". ¡Mátenme porque me muero, la neta!
¿Qué es todo ese rollo del pedir y del merecimiento? En primer lugar, papás: dejen de andar hostigando a sus hijos con eso del "No pidas", porque no está padre. Si a un niño le cortas su necesidad básica, primaria, inherente al ser humano del pedir, lo estás lisiando para toda la vida. Se convertirá en un adulto contenido que siente que efectivamente, no merece nada y cuando llegue la hora de que alguien le ofrezca su mano, su ayuda, su corazón, su amistad...simplemente lo rechazará por sentir que él  (o ella) no lo merece, que no es lo suficientemente valioso para ser considerado por el mundo para ser depositario de un poco de generosidad.
Yo se, yo se que a veces como papás sufrimos el huevo y la gallina cuando estamos en casa ajena y nuestro hijito se pasa de pedinche: ¿puedo más postre, puedo tomar agua, me regalas tu casa?
He sentido la cara arder de la pena cuando el Matius pide un dulce del Bote de las Golosinas de la casa de su mejor amigo y miren que me he contenido para evitar decirle "no pidas".
¿Cómo sabrá la gente a tu alrededor que necesitas un abrazo, un consejo, un préstamo literario o una taza de café más caliente? O mejor aún, ¿cómo sabrá tu pareja lo que en verdad estás necesitando en la relación si esperas a que él o ella te lean la mente?
Pasa en todos los ámbitos, en serio. Pedir y estar consciente de merecer por el hecho de ser valios@ debiese ser verdad universal.
Por lo pronto yo me sigo terapeando para agarrar valor y pedir mi soñado viaje a París como regalo de cumpleaños.
¡ Quién sabe!, en una de esas hasta me mandan en premiere classê con boleto de ida... ¡sin vuelta!