Llevo una semana sin tomar café.
La sola frase hace que más de un amigo que me conozca se plantee si me encuentro bien. Lo se.
Para mi, el café es sinónimo de bienestar, de "todo va a estar bien", de apapachos en solito y un largo y aromático etcétera.
Y sí, llevo una semana sin café...
Mi casa se cae de mugre; no tengo suficiente dinero en la cartera que me permitiera evadir mis confusiones y ataques de ansiedad con una compra inútil en OfficeMax (ah sí, yo descargo frustraciones mientras compro crayolas y post-its, así como algun@s lo hacen en Zara o Channel. O el súper!)
Mis "asuntos" (¿por qué los abogados tendemos a usar un léxico que en nada favorece a nuestra imágen?) están más estancados que el progreso de éste país en el primer mundo y todo es gracias a La Burocracia (¡sí señor!) y por ello no he podido cobrar mis honorarios. Ya,para colmo, mi gata se tragó una canica de Mateo, lo que me ha dejado con la cuenta en -5 pesitos (tal como el número de ustedes, queridos menos cinco lectores de siempre) ¡Y todo va mal!
Tooooodo.
Tengo las persianas cerradas. Malísima señal.
Afortunadamente el niño que vive conmigo está en la escuela, pues con sólo 20 minutos de interacción matutina ya tiene para dos o tres años de terapia y con cargo a mis erarios.
Y no puedo encontrar "mi contento". Por más que diga y me mantreé y me terapeé de que el café no me define, que el café no sustituye carencias emocionales ni me hace más inteligente o simpática, es por demás ocioso convencer a mi sistema límbico de que tome por buenas las tacitas de agua caliente y las convierta en bienestar generalizado.
¡Pffff, apesta!
Maldíta la hora en que dejé que el café se instalara en mi, haciéndome su princesa y esclava. Ahora ya ni me siento mujer, soy solo una especie de gelatinita (muy rosita, muy gordita) que necesita impulso natural para funcionar medianamente.
El café es para mi una especie de fetiche, como un cinturon invisible de seguridad que me resguarda de mis impulsos suicidas y locos. Es un objeto que me define, tristemente. ¿Pláticamos algo "grueso"? Con un café.
¿Estamos tristes y desesperados? Echémonos un capuchimoka del Jarochux para levantarnos el ánimo (Y si es en Coyo, ¡qué mejor!)
¿Vamos a fresear y a impactar a nuestra llegada a la maestría? Deja aviento lámina mientras sostengo mi caramel macchiato deslactosado del "Starbruts".
¿Nos amamos apasionadamente y seremos eternamente felices? Permíteme tantito en lo que se calienta mi pocillito con canela y piloncillo.
El café es mi combustible mágico y sensual, el que aporta ideas en mi cerebro cuando este ya se niega a contribuir con éste, su blog de pacotilla.
Dénle las gracias a mi tacita de la FILIJ por tantas y tantas horas de solaz y esparcimiento que nos ha regalado al ser la detentora de la materia prima de éstos y otros dislates.
El café, queridos, es ese amante que no te deja, que no te cambia por otra por las mañanas cuando amaneces legañosa y apestando a gato (porque el bichejo tiene a bien dormir encima de tu cabeza), ni te voltea bandera cuando estás de neuras porque no te salen los proyectos.
El café es tu cómplice, te permite hablar, hablar y hablar sin reprocharte nada, te dedica miradas ansiosas de "tómame y llévame a tus labios" y jamás te juzga. Se queda hasta el final sin pedirte nada a cambio. Se fusiona con tus sentimientos y saca lo más brillante de ti... en el mejor de los casos.
En otros, pues simplemente te pone peor que maraquero de la Santanera y te hace pegar cada brinco cuando alguien estornuda. Pero aún ahí, está sensibilizándote al máximo, haciendo que todo tu ser se vuelva un receptor de cada mínima vibración.
Decirle adiós al café es como despedir a mi mejor chef; como ir a tirar a mi cochina gata a la basura porque ya me aburrió (¡jamás!), es decirle al amor de mi vida que lo amo, pero que no puede quedarse en mi vida.
Dolorosa despedida de una relación de más de 25 años, (o sea, empecé chica ¿eh?, no crean que ya me cargo mis 40's) que me ha traído mil y un sinsabores (pues el café del Tok's es bastante malito) y también me ha dado muchísimos momentos de inspiración y lucidez.
De momento nos decimos adiós con todo el dolor de nuestro corazón, deseando encontrarnos pronto, cuando mi tolerancia al ansiolítico se establezca o cuando de plano pueda funcionar sin antidepresivos.
Mientras tanto, mi cafetera sabe que tiene su lugar muy bien ganado en mi corazón.
Y en mi bodega también.
Gracias, café, por ser mi compañero... Hasta la rehabilitación siempre!
P.D. Ahora aquí pasará mi tacita sus días...
La sola frase hace que más de un amigo que me conozca se plantee si me encuentro bien. Lo se.
Para mi, el café es sinónimo de bienestar, de "todo va a estar bien", de apapachos en solito y un largo y aromático etcétera.
Y sí, llevo una semana sin café...
Mi casa se cae de mugre; no tengo suficiente dinero en la cartera que me permitiera evadir mis confusiones y ataques de ansiedad con una compra inútil en OfficeMax (ah sí, yo descargo frustraciones mientras compro crayolas y post-its, así como algun@s lo hacen en Zara o Channel. O el súper!)
Mis "asuntos" (¿por qué los abogados tendemos a usar un léxico que en nada favorece a nuestra imágen?) están más estancados que el progreso de éste país en el primer mundo y todo es gracias a La Burocracia (¡sí señor!) y por ello no he podido cobrar mis honorarios. Ya,para colmo, mi gata se tragó una canica de Mateo, lo que me ha dejado con la cuenta en -5 pesitos (tal como el número de ustedes, queridos menos cinco lectores de siempre) ¡Y todo va mal!
Tooooodo.
Tengo las persianas cerradas. Malísima señal.
Afortunadamente el niño que vive conmigo está en la escuela, pues con sólo 20 minutos de interacción matutina ya tiene para dos o tres años de terapia y con cargo a mis erarios.
Y no puedo encontrar "mi contento". Por más que diga y me mantreé y me terapeé de que el café no me define, que el café no sustituye carencias emocionales ni me hace más inteligente o simpática, es por demás ocioso convencer a mi sistema límbico de que tome por buenas las tacitas de agua caliente y las convierta en bienestar generalizado.
¡Pffff, apesta!
Maldíta la hora en que dejé que el café se instalara en mi, haciéndome su princesa y esclava. Ahora ya ni me siento mujer, soy solo una especie de gelatinita (muy rosita, muy gordita) que necesita impulso natural para funcionar medianamente.
El café es para mi una especie de fetiche, como un cinturon invisible de seguridad que me resguarda de mis impulsos suicidas y locos. Es un objeto que me define, tristemente. ¿Pláticamos algo "grueso"? Con un café.
¿Estamos tristes y desesperados? Echémonos un capuchimoka del Jarochux para levantarnos el ánimo (Y si es en Coyo, ¡qué mejor!)
¿Vamos a fresear y a impactar a nuestra llegada a la maestría? Deja aviento lámina mientras sostengo mi caramel macchiato deslactosado del "Starbruts".
¿Nos amamos apasionadamente y seremos eternamente felices? Permíteme tantito en lo que se calienta mi pocillito con canela y piloncillo.
El café es mi combustible mágico y sensual, el que aporta ideas en mi cerebro cuando este ya se niega a contribuir con éste, su blog de pacotilla.
Dénle las gracias a mi tacita de la FILIJ por tantas y tantas horas de solaz y esparcimiento que nos ha regalado al ser la detentora de la materia prima de éstos y otros dislates.
El café, queridos, es ese amante que no te deja, que no te cambia por otra por las mañanas cuando amaneces legañosa y apestando a gato (porque el bichejo tiene a bien dormir encima de tu cabeza), ni te voltea bandera cuando estás de neuras porque no te salen los proyectos.
El café es tu cómplice, te permite hablar, hablar y hablar sin reprocharte nada, te dedica miradas ansiosas de "tómame y llévame a tus labios" y jamás te juzga. Se queda hasta el final sin pedirte nada a cambio. Se fusiona con tus sentimientos y saca lo más brillante de ti... en el mejor de los casos.
En otros, pues simplemente te pone peor que maraquero de la Santanera y te hace pegar cada brinco cuando alguien estornuda. Pero aún ahí, está sensibilizándote al máximo, haciendo que todo tu ser se vuelva un receptor de cada mínima vibración.
Decirle adiós al café es como despedir a mi mejor chef; como ir a tirar a mi cochina gata a la basura porque ya me aburrió (¡jamás!), es decirle al amor de mi vida que lo amo, pero que no puede quedarse en mi vida.
Dolorosa despedida de una relación de más de 25 años, (o sea, empecé chica ¿eh?, no crean que ya me cargo mis 40's) que me ha traído mil y un sinsabores (pues el café del Tok's es bastante malito) y también me ha dado muchísimos momentos de inspiración y lucidez.
De momento nos decimos adiós con todo el dolor de nuestro corazón, deseando encontrarnos pronto, cuando mi tolerancia al ansiolítico se establezca o cuando de plano pueda funcionar sin antidepresivos.
Mientras tanto, mi cafetera sabe que tiene su lugar muy bien ganado en mi corazón.
Y en mi bodega también.
Gracias, café, por ser mi compañero... Hasta la rehabilitación siempre!
P.D. Ahora aquí pasará mi tacita sus días...