martes, 8 de noviembre de 2022

Ya yepeté! ( cinco minutos más, mamá)

 Dejando a la marmota menor en la escuela me topé con mi enemigo jurado de las últimas dos semanas: el camión que se llevó mi salpicadera, mi facia, mi cofre, mi faro y mi tranquilidad operativa, exponiéndome a los ene mil “¿por qués?” que he tenido que tolerarme, ya que soy (o era) una fiel creyente de los “¿para qués?”.

Y es que cuando la vida te da un putazo (bueno, en este caso fue un camión), resulta que todo es como una epifanía y comienzas a hilar (cuando ya estás enrivotrilada y mezcaleada, digamos que en estado zen) todo lo que te llevó a ese suceso (no digamos “accidente”).

En mi caso, la camioneta que se hizo cupcake ha sido motivo de mil disputas entre el exmaridoperoparasiemprepadredemishijos y yo. Me la regaló, luego me la quitó, luego me la regresó, luego la quería de vuelta, luego me dijo que la venderíamos el año entrante, luego que no porque qué bonitos (¿?) recuerdos teníamos en ella, luego que se la tenía que prestar cuando él me la pidiera no importando lo que los niños y yo tuviéramos que hacer (y luego la devolvía apestando a perfume de Jafra, caray! al menos échale lysol!) hasta que el camión de la ruta que circula sobre Lago Alberto actuó salomónicamente y dijo ni pa Dios ni para el diablo y se la llevó impunemente entre sus llantas.

¿Se terminó el problema?}

¡NO!, porque quien lidia con las criaturas que viven en mi casa soy yo y eso implica que la ciática me está punzando horrible debido a los jalones del bus y a que la nena gusta de traerse todos sus libros para que su mami vea lo bien que le salen las cosas (la mira sonriendo).

Mientras ha durado mi duelo por la comodidad perdida, por la deuda que debo afrontar para que esa madre quede decente y por fin me pueda deshacer de ella, me pasan cosas por la mente y ustedes saben que ahí no es un lugar habitable cuando se me trepa la neura… Pienso en tantos “por qué a mi, por qué ahorita cuando más vulnerable me encuentro después de los mil gastos en las escuelas de los niños marmota, por qué justo cuando me siento más sola (ahí suelo durar unos buenos ratos hasta que llega la razón y se me pasa), etc.

Ha sido un viaje largo a la zona oscura, he llorado, berreado, culpado, enojado, maldicho, azotado, emberrinchado y por supuesto contracturado por el hecho de estar cargando siempre con las culpas, los enojos, responsabilidades de más y por supuesto, los libros de la nena, sin embargo, he podido indagar qué diablos me estaba pasando cuando ello sucedió y tengo mis conclusiones (no son bonitas ni felices, ¡no chinguen! ¿pues que no ven el putazo que me pusieron?).

No logro trascender tan rápido las situaciones adversas que la vida tiene y aunque en apariencia y en operación resuelvo y actúo, en el fondo siempre estoy renegando.

Eso de fluir no se me está dando mucho, porque soy muy necia y me cuesta trabajo aceptar que las cosas son como son y no como yo las idealizo.

 

En mi mundo ideal, tengo todo bajo control y soy la persona más alivianada y eficaz porque, efectivamente tengo todo bajo control.

Y he vivido pensando en que cuando logre tener todo arreglado, acomodado en su sitio y en paz, podré ser feliz. Como cuando de niña jugaba a las Barbis y no podía disfrutar del juego hasta que todas las cositas estuvieran acomodadas y mediante el juego yo podía ir arreglando lo que estaba mal en mi casa, en mi realidad de niña que dolía y que me hacía preguntarme “¿por qué a en mi casa pasan estas cosas y en las de otras niñas no?”. Qué dolor.

Qué dolor tan absolutamente pendejo y qué brillante he sido al no poder trascender esos pensamientos infantiles que han dado pauta a que yo siga sin madurar ni enfrentar lo que es: la vida es imperfecta, los trancazos llegan todos los días y no hay casa, coche, pareja, trabajo, clóset, hobby que pueda impedirlo. Nunca estaré lo suficientemente preparada para la vida, sin embargo, tengo que hacer el esfuerzo de disfrutar mientras se teje la existencia.

Casi siempre que llegaba a este punto de darme cuenta de las cosas, me inventaba una salida para no afrontar las consecuencias. Y hasta tenía el atrevimiento de juzgar a las personas  por la manera en la que existen superficialmente.

Es duro darte cuenta que formas parte del club.

No se si sea más duro que despertar a la conciencia y volverte a echar el cobertor encima por miedo a fracasar.

Seguramente si opto por esto, la vida vendrá a jalarme nuevamente las cobijas y probablemente sea feo… mejor no le damos la oportunidad.