Dejando a la marmota menor en la escuela me topé con mi enemigo jurado de las últimas dos semanas: el camión que se llevó mi salpicadera, mi facia, mi cofre, mi faro y mi tranquilidad operativa, exponiéndome a los ene mil “¿por qués?” que he tenido que tolerarme, ya que soy (o era) una fiel creyente de los “¿para qués?”.
Y es que cuando
la vida te da un putazo (bueno, en este caso fue un camión), resulta que todo
es como una epifanía y comienzas a hilar (cuando ya estás enrivotrilada y mezcaleada,
digamos que en estado zen) todo lo que te llevó a ese suceso (no digamos “accidente”).
En mi caso, la
camioneta que se hizo cupcake ha sido motivo de mil disputas entre el exmaridoperoparasiemprepadredemishijos
y yo. Me la regaló, luego me la quitó, luego me la regresó, luego la quería de
vuelta, luego me dijo que la venderíamos el año entrante, luego que no porque
qué bonitos (¿?) recuerdos teníamos en ella, luego que se la tenía que prestar
cuando él me la pidiera no importando lo que los niños y yo tuviéramos que
hacer (y luego la devolvía apestando a perfume de Jafra, caray! al menos échale
lysol!) hasta que el camión de la ruta que circula sobre Lago Alberto actuó
salomónicamente y dijo ni pa Dios ni para el diablo y se la llevó impunemente
entre sus llantas.
¿Se terminó el
problema?}
¡NO!, porque quien
lidia con las criaturas que viven en mi casa soy yo y eso implica que la
ciática me está punzando horrible debido a los jalones del bus y a que la nena
gusta de traerse todos sus libros para que su mami vea lo bien que le salen las
cosas (la mira sonriendo).
Mientras ha
durado mi duelo por la comodidad perdida, por la deuda que debo afrontar para
que esa madre quede decente y por fin me pueda deshacer de ella, me pasan cosas
por la mente y ustedes saben que ahí no es un lugar habitable cuando se me
trepa la neura… Pienso en tantos “por qué a mi, por qué ahorita cuando más
vulnerable me encuentro después de los mil gastos en las escuelas de los niños
marmota, por qué justo cuando me siento más sola (ahí suelo durar unos buenos
ratos hasta que llega la razón y se me pasa), etc.
Ha sido un viaje
largo a la zona oscura, he llorado, berreado, culpado, enojado, maldicho, azotado,
emberrinchado y por supuesto contracturado por el hecho de estar cargando siempre
con las culpas, los enojos, responsabilidades de más y por supuesto, los libros
de la nena, sin embargo, he podido indagar qué diablos me estaba pasando cuando
ello sucedió y tengo mis conclusiones (no son bonitas ni felices, ¡no chinguen!
¿pues que no ven el putazo que me pusieron?).
No logro trascender
tan rápido las situaciones adversas que la vida tiene y aunque en apariencia y
en operación resuelvo y actúo, en el fondo siempre estoy renegando.
Eso de fluir no
se me está dando mucho, porque soy muy necia y me cuesta trabajo aceptar que las cosas son
como son y no como yo las idealizo.
En mi mundo
ideal, tengo todo bajo control y soy la persona más alivianada y eficaz porque,
efectivamente tengo todo bajo control.
Y he vivido
pensando en que cuando logre tener todo arreglado, acomodado en su sitio y en
paz, podré ser feliz. Como cuando de niña jugaba a las Barbis y no podía
disfrutar del juego hasta que todas las cositas estuvieran acomodadas y
mediante el juego yo podía ir arreglando lo que estaba mal en mi casa, en mi
realidad de niña que dolía y que me hacía preguntarme “¿por qué a en mi casa pasan
estas cosas y en las de otras niñas no?”. Qué dolor.
Qué dolor tan
absolutamente pendejo y qué brillante he sido al no poder trascender esos pensamientos
infantiles que han dado pauta a que yo siga sin madurar ni enfrentar lo que es:
la vida es imperfecta, los trancazos llegan todos los días y no hay casa,
coche, pareja, trabajo, clóset, hobby que pueda impedirlo. Nunca estaré lo suficientemente
preparada para la vida, sin embargo, tengo que hacer el esfuerzo de disfrutar mientras
se teje la existencia.
Casi siempre que
llegaba a este punto de darme cuenta de las cosas, me inventaba una salida para
no afrontar las consecuencias. Y hasta tenía el atrevimiento de juzgar a las personas
por la manera en la que existen
superficialmente.
Es duro darte
cuenta que formas parte del club.
No se si sea más duro que despertar a la conciencia y volverte a echar el cobertor encima por miedo
a fracasar.
Seguramente si
opto por esto, la vida vendrá a jalarme nuevamente las cobijas y probablemente
sea feo… mejor no le damos la oportunidad.