Les voy a cambiar la celebración de fin de curso por mi breve historia sobre lo que fue este año escolar para mis criaturas, con la esperanza de que volteen hacia sus adentros y tengan 5 minutos de reflexión.
Un periodo antes de que terminara el curso escolar, me metí al classroom del Matius para ver en qué andaba mi adolescente de 13 años, qué tal lo estaba llevando en la recta final de su primer año de secundaria. Dios santo...
A raíz de la pandemia, la incertidumbre laboral y económica se hicieron ultra presentes en casa al grado de tener que decidir qué hijo continuaría con su educación en colegio particular y qué hijo iría a conocer las mieles de la escuela oficial. Alondra fue el tributo seleccionado y pasó de saludar a sus compañeritos conocidos desde maternal a ser la niña más callada del aula virtual.
El cambio fue rudísimo pero apelando a la resiliencia que la caracteriza (wey, ¡se aferró a esta vida desde que mi placenta ácreta la quería expulsar a los 4 meses, no juegues!), logró salir airosa del ultimo año de kínder, lista para todo.
Volviendo al Matius, bueno, lo obvio: tareas sin entregar, poca participación en clases, pérdida de ritmo y materias al borde del truene. Sobra decir que el colegio JAMÁS me envió una nota al respecto. Ni su tutor, ni el padre rector (sí, sí...estudia en un colegio católico y no diré más) tuvieron la curiosidad de mandar un recadito, un papelito que me dijera que mi hijo se estaba descarrilando y que ellos no iban a meter las manos. Ah, pero que no dejara de aprovechar los descuentazos de reinscripción; esas circulares pendejas nunca dejaron de aparecer en mi correo.
Nos pasamos largas noches estudiando, completando resúmenes, tareas, maquetas, cuestionarios. Me salió lo María Montessori, lo Ann Sullivan, la tía Jo March y hasta algunas frases de mi maestro fav de la uni que todavía recuerdo... Volver a recorrer el tortuoso camino que significó mi primer año de secundaria no hizo las cosas más fáciles pero ni modo, ahí estaba el objeto de mi afecto tratando de salvar el último trimestre, a punta de libretazos y "¡con una chingada, Mateo!" a diestra y siniestra porque la pasive voice no es lo suyo ni lo será, pero el pinche riñón que doné para pagar las colegiaturas no lo iba a entender así.
PÉSIMA IDEA...!
El clásico error de todo padre es creer que el hijo hará las cosas por el padre y premiará el sacrificio de sus progenitores con buenas calificaciones. Así nos lo inculcaron a nosotros, pero en realidad no funciona así (spoiler alert: nunca lo será)
No sabía que todavía me faltaba descender más al infierno cuando una tarde se acerca Mateo y me pide hablar a solas. Trago en seco, pienso rápidamente todos los posibles escenarios, respiro hondo y pienso: ¿en qué momento pasé de comprarle legos y jugar futbol con él a las crisis de la adolescencia?.
Nadie te prepara para escuchar a tu hijo decir que ya no quiere vivir.
Escuchar como se le rompe la coraza y comienzan a brotar las confesiones dolorosas, las lágrimas purificantes, el miedo, la desesperación, la soledad. Es entonces cuando realmente comienzas a VER los rasguños, los lápices mordidos, los huequitos en la pared, los papeles revueltos en el escritorio, los ojos pidiendo ayuda, comprensión, contención. No son las calificaciones, no es la adolescencia, no es el divorcio de sus padres, no son las estrecheces económicas, no es la falta de amigos, no es su mamá hecha un caos, no es su hermana jodona... es mi maravilloso hijo acudiendo a mi, buscando ayuda, confesando que ya no puede más con el dolor sordo que oprime su pecho, pidiendo ir con el psiquiatra.
Definitivamente en esta entrega de diplomas él no ganó el de "Aprovechamiento y conducta", ni yo gané el Certamen "La madre del año", sin embargo ambos ganamos la satisfacción de aprender más uno del otro.
¿Que si estoy orgullosa de él? Absolutamente.
Para mi Matius ha superado ya todas mis expectativas. El hecho de confiar en mi, el hecho de abrir su corazón, de reconocer su dolor y pedir ayuda me hacen sentir un orgullo muy cabrón. Ahora se que he crecido a un ser humano que antepondrá su salud mental y la de los demás a cualquier prejuicio, dificultad o desafío que se le presente. Se que ha aprendido que el camino no siempre será fácil, pero que definitivamente tiene herramientas para enfrentarlo y que no va solo.
Su torpe, obtusa y necia madre irá siempre a su lado.
Recogiendo los treceavos, quintos, decimonovenos y primeros lugares en su vida.